HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

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LA IGLESIA CATÓLICA EN LA HISPANOAMÉRICA COLONIAL

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las Indias en 1767 y de la incautación de sus bienes temporales por el estado. Modernos estudios sobre las haciendas de los jesuítas17 esclarecen su gestión de negocios (que incluían la mano de obra esclava), y han contribuido a dar la impresión de que la Compañía de Jesús era una institución inmensamente poderosa. Pero en este sentido no constituía una excepción entre las órdenes religiosas. La Iglesia secular disfrutaba también de un patrimonio agrario de origen similar, el de los frailes. Además, recaudaba diezmos de los blancos y los mestizos e, incluso, en cierta medida de los indios, lo cual suponía una forma de impuesto del que se nutría la nómina episcopal, capitular y parroquial. La suma así recogida variaba mucho de una diócesis a otra, según la densidad de población de la región y el grado de prosperidad económica: en la década de 1620-1630, por ejemplo, el fruto del diezmo podía variar entre 60.000 y menos de 10.000 pesos, según el obispado. La cantidad producida por el diezmo se convirtió en un importante factor a la hora de establecer la jerarquía de las sedes episcopales. Con el tiempo, la recaudación de diezmos se arrendó a seglares por una suma fija de dinero. En muchos lugares el volumen de legados recibidos y de inversiones realizadas dio lugar a que los obispados funcionaran como instituciones financieras. Empezaron administrando los réditos de los bienes inmuebles para sostener las obras piadosas (juzgados de capellanías) y terminaron practicando el crédito y la inversión de capital en la Hispanoamérica colonial.18 Otra manifestación del estancamiento en que se encontraba la Iglesia en el siglo xvn es el cierre de perspectivas y la consiguiente canalización de energías hacia múltiples disputas internas, ampliamente recogida en la historiografía eclesiástica: pleitos sobre cuestiones fundamentales o fútiles de jurisdicción entre obispos y el poder civil; pleitos entre obispos y órdenes religiosas (recuérdese el pleito de Cárdenas con los jesuítas en Paraguay o el de Palafox con los jesuítas y franciscanos en Puebla); pleitos entre conventos por supuestos prestigios o en defensa de sus respectivas clientelas; pleitos dentro de una misma orden entre criollos y peninsulares por sus controvertidos derechos sobre el gobierno de la orden, que tuvieron que zanjarse en Madrid o Roma, a menudo con la artificial «alternativa» o alternancia de unos y otros en los cargos de dirección de cada jurisdicción. Acaso sea esta una de las características más reveladoras de la religiosidad clerical barroca en América.19 Mientras en el siglo xvn la administración central eclesiástica aparece dormitando por encima del conservadurismo pastoral, una trascendental ampliación del frente misionero se estaba llevando a cabo, gracias a los religiosos (especialmente jesuítas y franciscanos), mejor dotados para no quedar atrapados en el círculo vicioso de la inercia y la entropía. En realidad, el esfuerzo misionero regular nunca se había interrumpido por completo, aunque a menudo no tuviera 17. Por ejemplo, Germán Colmenares, Haciendas de los jesuítas en el Nuevo Reino de Granada, siglo xvm, Bogotá, 1969; Pablo Macera, Instrucciones para haciendas de Jesuítas en el Perú, Lima, 1965; Hermán W. Konrad, A Jesuit hacienda in colonial México Santa Lucia, 1576-1767, Stanford, 1980. 18. Ver, por ejemplo, Michael P. Costeloe, Church wealth in México, Cambridge, 1967. 19. A. Tibesar, «The Alternativa: a study in Spamsh-Creole relations m seventeenth-century Peni», The Americas, II (1955), pp. 229-283.


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