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Un caballo entre las piedras rojas de Petra.

el Templo de Zeus. Mientras, entre las ruinas y en sus campos, pastores de ovejas pasean su rebaño ajenos a los fantasmas que siguen revoloteando entre las piedras; aquí el Ágora, allí el Hipódromo, más allá el Teatro Norte, un poco más arriba el Templo de Artemisa, a lo lejos la Casa del mosaico… el reloj va pasando las horas mientras el sol cae y deja paso a un atardecer tranquilo y dorado. Tocan a retirada.

LA CONCIENCIA DEL AGUA A poco más de una hora al sur de Amman, entre desiertos y polvo, hallamos la riqueza del agua. Aguas bravas que se cuelan sinuosas pero con fuerza a través del Wadi Mujib, cuyo impresionante Siq nos conduce a tientas a través de cascadas imparables que nos empujan hacia el sabor de la aventura. Contracorriente se avanza entre paredes pintadas por el tiempo y la tierra. Sobre esos lienzos la naturaleza ha dibujado hermosas líneas de diferentes tonos y la travesía transcurre entre exclamaciones de asombro y admiración, unas veces por los colores de la piedra y otras por la fuerza de las aguas. Agua y piedra a las que tenemos que hacer frente en más de una ocasión; cuerdas que se rompen, escaladas, empujones, piedras que arañan la piel y un último esfuerzo hasta llegar al final de la garganta donde nos espera la mayor de las cascadas. Empapados hasta los huesos, disfrutamos del remojón. Durante el camino de vuelta nos columpiamos como niños dejándonos llevar esta vez por el empuje de la corriente a través de los toboganes de piedra. 28 ❘ RUTASON

Cueva en Petra.

Otras aguas más calmadas nos esperan algo más al norte. Un complejo turístico bien acondicionado nos recibe al llegar al Mar Muerto. Allí es el único lugar desde el que, previo pago, se puede disfrutar con comodidad del baño y de los barros. El mar nos invita a conocerlo y nos envuelve, cálido y algo espeso, primero con delicadeza y después con divertido asombro cuando nuestros cuerpos flotan con facilidad en sus aguas muertas. No hay vida en el Mar Muerto, solo sal salada, saladísima, que escuece nuestras heridas olvidadas. Y nos olvidamos también de todo cuando unas horas después el sol cae en el horizonte, sobre la tierra de Israel. Apenas alargamos la mano y tocamos la tierra prometida…

CIUDAD ROSA DE PETRA Qué mejor lugar para olvidarse de todo que la Ciudad Perdida. Olvidarse del mundo que te rodea. Olvidarse de quién eres y quién dicen que eres. Olvidarse de los miedos que te han negado tantas veces el paso. Olvidarse de cómo te llaman... Cerrar los ojos y olvidarse de lo que crees que sabes... para encontrarte de pronto en un bazar cualquiera repleto de deslumbrantes teso-

QUÉ MEJOR LUGAR PARA OLVIDARSE DE TODO QUE LA CIUDAD PERDIDA

ros y el aroma inconfundible del incienso puro de Yemen guardado en una preciosa vasija de plata. Quiero descubrir Petra a solas. Encuentro la vieja ciudad casi a escondidas, con cautela tras una noche en la que las velas encendidas compiten en belleza con las estrellas del firmamento. Y comparto el espectáculo con cientos de personas que, venidas de todas partes, han oído hablar de la maravilla del mundo. Desde Wadi Musa, la ciudad actual en la que se enclava Petra, el camino cuesta abajo lleva unos veinte minutos. Después, por la noche, cuando vuelva cansada y tostada por el sol, esos veinte minutos se convertirán en más de media hora cuesta arriba. Afortunadamente, unos baños en el Salomé Turkish Bath harán que la jornada termine como en un sueño. Entro en Petra y me pierdo en ella. Subo escalones, bajo pendientes, entro en cuevas y me encuentran. Me encuentra la mirada dulce de un niño vendiéndome postales. Al acariciarlo, alzo mi mirada hacia una de las cuevas donde una mujer, su madre, me invita con un gesto a acercarme y tomar té con ella. Acepto. Entro. Me siento en una manta que me tiende, raída y cubierta de polvo. Bedouin tea, me indica mientras me ofrece el pequeño vaso de cristal con la deliciosa bebida. Me habla de su niño en brazos, Anwar, del otro niño que me sigue con la mirada, aún con las postales en la mano, Hamsa. Me habla, aunque no sé cómo la entiendo, de su vida entre polvo y ciudades perdidas. Le hablo, aunque no sé cómo me entien-


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