El duende quiso madrugar. nº 2

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EL DUENDE QUISO MADRUGAR Revista literaria Nombre del trabajo

SEGUNDO NÚMERO. NOVIEMBRE 2015. Título del catálogo

Subtítulo del catálogo

MARIANO JOSÉ DE LARRA: “EL DÍA DE DIFUNTOS DE 1836” JORGE MANRIQUE: “COPLAS POR LA MUERTE DE SU PADRE” POEMA AL MUNDO: CALAVERITAS LITERARIAS

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EL DUENDE QUISO MADRUGAR

El duende quiso madrugar Número segundo. Noviembre de 2015. Es una publicación de Francisco Javier González de Córdova. Es una revista literaria de publicación mensual de difusión gratuita vía internet. Esta publicación se terminó de editar el 31 de octubre de 2015 en México D. F. El contenido de los textos es responsabilidad del autor, cuya libertad de expresión viene amparada en la Carta de Derechos Humanos. Publicación sin fines de lucro ni patrocinada por ninguna organización o empresa. PROHIBIDA SU VENTA

Pintura de logotipo: Caprichos de duendes y monjes, nº 70, de Francisco de Goya. Pintura de portada: Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central (1947), de Diego Rivera. Revista de edición libre para Rincón Filológico: https://riconfilologico.wordpress.com/ Esta obra está licenciada bajo la Licencia Creative Commons Atribución-NoComercialSinDerivar 4.0 Internacional. Para ver una copia de esta licencia, visita http:// creativecommons.org/licenses/by-ncnd/4.0/.

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Les ofrecemos este segundo número de la revista con el mismo entusiasmo con el que le presentamos el primero. Humildes, pero aún con más ilusión, les proponemos un tema dedicado al mes de noviembre, con motivo del Día de Todos los Santos y Difuntos, llámese también en México Día de Muertos. Podemos ver estos días desde el horror estadounidense, o podemos contemplar con respeto algo tan nuestro, y tan aceptado por pocos, como es la muerte, continuidad de vida para unos, final de la existencia para otros. Ante todo, sea la cultura la máxima expresión que intentamos representar mediante la literatura, y esa parte de la historia que siempre la acompaña. El legado de las letras siempre continuará, a pesar de los intentos de ciertas personalidades por parar dicho avance. Aunque las instituciones decaigan, siempre estarán las motivaciones particulares por transmitir por escrito el pensamiento del ser humano a través de los tiempos. No morirán las letras ni aunque las quemen. No podemos negar que nuestra máxima figura, lo que nos ha motivado a iniciar esta revista es el gran Mariano José de Larra. Será que nos gusta la verdad, la visión directa del mundo que nos rodea, la crítica implacable, aunque pueda resultar dolorosa, de la sociedad que hemos creado. Creemos que sólo avanzaremos conociendo los errores que nos degrada. Con todo esto, les invitamos nuevamente a leer esta revista, que nace para ustedes, los lectores. Tal vez no intentemos agradar, porque realmente no sabemos cómo hacerlo; sólo les acercamos a un proyecto que nos invita a seguir por mucho tiempo, buscando acercar voluntades a unas letras, que si no las propias, sean las de grandes y antiguos maestros que tanto lucharon por crear un mundo mejor y mucho más culto. Les manda un afectuoso saludo un servidor, que apoya este proyecto de difusión cultural que invita a nuevas creaciones. Bienvenidos nuevamente a este proyecto, en gran parte ambicioso y que pretende ser enriquecedor.

Índice Mariano José de Larra: El día de difuntos de 1836 4 Las nuevas costumbres: El velorio de los vivos 8 Rincón de la poesía: Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique 10 Poema al mundo: calaveritas literarias 17 Noticias Pifias 21 Citas célebres 22 Lectura recomendada 24 El teatro del fin del mundo 25

Francisco Javier González de Córdova

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MARIANO JOSÉ DE LARRA Mariano José de Larra es considerado, junto con Espronceda, Bécquer y Rosalía de Castro, la más alta cota del Romanticismo literario español. Periodista, crítico satírico y literario, y escritor costumbrista, publica en prensa más de doscientos artículos a lo largo de tan sólo ocho años. Impulsa así el desarrollo del género ensayístico. Escribe bajo los seudónimos Fígaro, Duende, Bachiller y El Pobrecito Hablador. De acuerdo con Iris M. Zavala, Larra representa el «romanticismo democrático en acción». Lejos de la complacencia en las efusiones del sentimiento, Fígaro sitúa España en el centro de su obra crítica y satírica. Su obra ha de entenderse en el contexto de las Cortes recién nacidas tras la década ominosa (1823–1833), y de la primera guerra carlista (1833–1840). Tras el temprano suicidio de Larra a los 27 años de edad, José Zorrilla lee en su entierro una elegía con la que se da a conocer. Fuente: Wikipedia.org

El día de Difuntos de 1836 Fígaro en el cementerio Beati qui moriuntur in domino En atención a que no tengo gran memoria, circunstancia que no deja de contribuir a esta especie de felicidad que dentro de mí mismo me he formado, no tengo muy presente en qué artículo escribí (en los tiempos en que yo escribía) que vivía en un perpetuo asombro de cuantas cosas a mi vista se presentaban. Pudiera suceder también que no hubiera escrito tal cosa en ninguna parte, cuestión en verdad que dejaremos a un lado por harto poco importante en época en que nadie parece acordarse de lo que ha dicho ni de lo que otros han hecho. Pero suponiendo que así fuese, hoy, día de difuntos de 1836, declaro que si tal dije, es como si nada hubiera dicho, porque en la actualidad maldito si me asombro de cosa alguna. He visto tanto, tanto, tanto... como dice alguien en El Califa. Lo que sí me sucede es no comprender claramente todo lo que veo, y así es que al amanecer un día de difuntos no me asombra precisamente que haya tantas gentes que vivan; sucédeme, sí, que no lo comprendo.

En esta duda estaba deliciosamente entretenido el día de los Santos, y fundado en el antiguo refrán que dice: Fíate en la Virgen y no corras (refrán cuyo origen no se concibe en un país tan eminentemente cristiano como el nuestro), encomendábame a todos ellos con tanta esperanza, que no tardó en cubrir mi frente una nube de melancolía; pero de aquellas melancolías de que sólo un liberal español en estas circunstancias puede formar una idea aproximada. Quiero dar una idea de esta melancolía; un hombre que cree en la amistad y llega a verla por dentro, un inexperto que se ha enamorado de una mujer, un heredero cuyo tío indiano muere de repente sin testar, un tenedor de bonos de Cortes, una viuda que tiene asignada pensión sobre el tesoro español, un diputado elegido en las penúltimas elecciones, un militar que ha perdido una pierna por el Estatuto, y se ha quedado sin pierna y sin Estatuto, un grande que fue liberal por ser prócer, y que se ha quedado sólo liberal, un general constitucional que persigue a Gómez, PÁGINA 4


imagen fiel del hombre corriendo siempre tras la felicidad sin encontrarla en ninguna parte, un redactor del Mundo en la cárcel en virtud de la libertad de imprenta, un ministro de España y un rey, en fin, constitucional, son todos seres alegres y bulliciosos, comparada su melancolía con aquella que a mí me acosaba, me oprimía y me abrumaba en el momento de que voy hablando. Volvíame y me revolvía en un sillón de estos que parecen camas, sepulcro de todas mis meditaciones, y ora me daba palmadas en la frente, como si fuese mi mal de casado, ora sepultaba las manos en mis faltriqueras, a guisa de buscar mi dinero, como si mis faltriqueras fueran el pueblo español y mis dedos otros tantos gobiernos, ora alzaba la vista al cielo como si en calidad de liberal no me quedase más esperanza que en él, ora la bajaba avergonzado como quien ve un faccioso más, cuando un sonido lúgubre y monótono, semejante al ruido de los partes, vino a sacudir mi entorpecida existencia. –¡Día de Difuntos! –exclamé. Y el bronce herido que anunciaba con lamentable clamor la ausencia eterna de los que han sido, parecía vibrar más lúgubre que ningún año, como si presagiase su propia muerte. Ellas también, las campanas, han alcanzado su última hora, y sus tristes acentos son el estertor del moribundo; ellas también van a morir a manos de la libertad, que todo lo vivifica, y ellas serán las únicas en España ¡santo Dios!, que morirán colgadas. ¡Y hay justicia divina! La melancolía llegó entonces a su término; por una reacción natural cuando se ha agotado una situación, ocurriome de pronto que la melancolía es la cosa más alegre del mundo para los que la ven, y la idea de servir yo entero de diversión... –¡Fuera –exclamé–, fuera! –como si estuviera viendo representar a un actor español–: ¡fuera! – como si oyese hablar a un orador en las Cortes. Y arrojeme a la calle; pero en realidad con la misma calma y despacio como si tratase de cortar la retirada a Gómez.

Dirigíanse las gentes por las calles en gran número y larga procesión, serpenteando de unas en otras como largas culebras de infinitos colores: ¡al cementerio, al cementerio! ¡Y para eso salían de las puertas de Madrid! Vamos claros, dije yo para mí, ¿dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro? Un vértigo espantoso se apoderó de mí, y comencé a ver claro. El cementerio está dentro de Madrid. Madrid es el cementerio. Pero vasto cementerio donde cada casa es el nicho de una familia, cada calle el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón la urna cineraria de una esperanza o de un deseo. Entonces, y en tanto que los que creen vivir acudían a la mansión que presumen de los muertos, yo comencé a pasear con toda la devoción y recogimiento de que soy capaz las calles del grande osario. –¡Necios! –decía a los transeúntes–. ¿Os movéis para ver muertos? ¿No tenéis espejos por ventura? ¿Ha acabado también Gómez con el azogue de Madrid? ¡Miraos, insensatos, a vosotros mismos, y en vuestra frente veréis vuestro propio epitafio! ¿Vais a ver a vuestros padres y a vuestros abuelos, cuando vosotros sois los muertos? Ellos viven, porque ellos tienen paz; ellos tienen libertad, la única posible sobre la tierra, la que da la muerte; ellos no pagan contribuciones que no tienen; ellos no serán alistados ni movilizados; ellos no son presos ni denunciados; ellos, en fin, no gimen bajo la jurisdicción del celador del cuartel; ellos son los únicos que gozan de la libertad de imprenta, porque ellos hablan al mundo. Hablan en voz bien alta y que ningún jurado se atrevería a encausar y a condenar. Ellos, en fin, no reconocen más que una ley, la imperiosa ley de la Naturaleza que allí les puso, y ésa la obedecen. –¿Qué monumento es éste? -exclamé al comenzar mi paseo por el vasto cementerio–. ¿Es él mismo un esqueleto inmenso de los siglos pasados o la tumba de otros esqueletos? «¡Palacio!» Por un lado mira a Madrid, es decir, a las demás tumbas; PÁGINA 5


por otro mira a Extremadura, esa provincia virgen... como se ha llamado hasta ahora. Al llegar aquí me acordé del verso de Quevedo: «Y ni los v... ni los diablos veo». En el frontispicio decía: «Aquí yace el trono; nació en el reinado de Isabel la Católica, murió en La Granja de un aire colado». En el basamento se veían cetro y corona y demás ornamentos de la dignidad real. «La Legitimidad», figura colosal de mármol negro, lloraba encima. Los muchachos se habían divertido en tirarle piedras, y la figura maltratada llevaba sobre sí las muestras de la ingratitud. ¿Y este mausoleo a la izquierda? «La armería.» Leamos: «Aquí yace el valor castellano, con todos sus pertrechos». Los Ministerios: «Aquí yace media España; murió de la otra media».

¿Qué es esto? ¡La cárcel! «Aquí reposa la libertad del pensamiento.» ¡Dios mío, en España, en el país ya educado para instituciones libres! Con todo, me acordé de aquel célebre epitafio y añadí involuntariamente: Aquí el pensamiento reposa, en su vida hizo otra cosa. Dos redactores del Mundo eran las figuras lacrimatorias de esta grande urna. Se veían en el relieve una cadena, una mordaza y una pluma. Esta pluma, dije para mí, ¿es la de los escritores o la de los escribanos? En la cárcel todo puede ser. «La calle de Postas», «la calle de la Montera». Éstos no son sepulcros. Son osarios, donde, mezclados y revueltos, duermen el comercio, la industria, la buena fe, el negocio. Sombras venerables, ¡hasta el valle de Josa-

Doña María de Aragón: «Aquí yacen los tres años».

fat!

Y podía haberse añadido: aquí callan los tres años. Pero el cuerpo no estaba en el sarcófago; una nota al pie decía:

tar!»

Correos. «¡Aquí yace la subordinación mili-

«El cuerpo del santo se trasladó a Cádiz en el año 23, y allí por descuido cayó al mar».

Una figura de yeso, sobre el vasto sepulcro, ponía el dedo en la boca; en la otra mano una especie de jeroglífico hablaba por ella: una disciplina rota.

Y otra añadía, más moderna sin duda: «Y resucitó al tercero día».

Puerta del Sol. La Puerta del Sol: ésta no es sepulcro sino de mentiras.

Más allá: ¡Santo Dios!, «Aquí yace la Inquisición, hija de la fe y del fanatismo: murió de vejez». Con todo, anduve buscando alguna nota de resurrección: o todavía no la habían puesto, o no se debía de poner nunca.

La Bolsa. «Aquí yace el crédito español». Semejante a las pirámides de Egipto, me pregunté, ¿es posible que se haya erigido este edificio sólo para enterrar en él una cosa tan pequeña?

Alguno de los que se entretienen en poner letreros en las paredes había escrito, sin embargo, con yeso en una esquina, que no parecía sino que se estaba saliendo, aun antes de borrarse: «Gobernación». ¡Qué insolentes son los que ponen letreros en las paredes! Ni los sepulcros respetan.

La Imprenta Nacional. Al revés que la Puerta del Sol, éste es el sepulcro de la verdad. Única tumba de nuestro país donde a uso de Francia vienen los concurrentes a echar flores. La Victoria. Ésa yace para nosotros en toda España. Allí no había epitafio, no había monumenPÁGINA 6


to. Un pequeño letrero que el más ciego podía leer decía sólo: «¡Este terreno le ha comprado a perpetuidad, para su sepultura, la junta de enajenación de conventos!» ¡Mis carnes se estremecieron! ¡Lo que va de ayer a hoy! ¿Irá otro tanto de hoy a mañana? Los teatros. «Aquí reposan los ingenios españoles.» Ni una flor, ni un recuerdo, ni una inscripción. «El Salón de Cortes». Fue casa del Espíritu Santo; pero ya el Espíritu Santo no baja al mundo en lenguas de fuego. Aquí yace el Estatuto, vivió y murió en un minuto. Sea por muchos años, añadí, que sí será: éste debió de ser raquítico, según lo poco que vivió.

das estas palabras parecían repetirme a un tiempo los últimos ecos del clamor general de las campanas del día de Difuntos de 1836. Una nube sombría lo envolvió todo. Era la noche. El frío de la noche helaba mis venas. Quise salir violentamente del horrible cementerio. Quise refugiarme en mi propio corazón, lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos. ¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos. ¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! «¡Aquí yace la esperanza!» ¡Silencio, silencio!

El Español, n.º 368, 2 de noviembre de 1836.

«El Estamento de Próceres.» Allá en el Retiro. Cosa singular. ¡Y no hay un Ministerio que dirija las cosas del mundo, no hay una inteligencia previsora, inexplicable! Los próceres y su sepulcro en el Retiro. El sabio en su retiro y villano en su rincón. Pero ya anochecía, y también era hora de retiro para mí. Tendí una última ojeada sobre el vasto cementerio. Olía a muerte próxima. Los perros ladraban con aquel aullido prolongado, intérprete de su instinto agorero; el gran coloso, la inmensa capital, toda ella se removía como un moribundo que tantea la ropa; entonces no vi más que un gran sepulcro: una inmensa lápida se disponía a cubrirle como una ancha tumba. No había «aquí yace» todavía; el escultor no quería mentir; pero los nombres del difunto saltaban a la vista ya distintamente delineados. «¡Fuera –exclamé– la horrible pesadilla, fuera! ¡Libertad! ¡Constitución! ¡Tres veces! ¡Opinión nacional! ¡Emigración! ¡Vergüenza! ¡Discordia!» ToPÁGINA 7


LAS NUEVAS COSTUMBRES EL VELORIO DE LOS VIVOS Desde la puerta de entrada se puede sentir el terrible silencio, no de la estancia, donde la muchedumbre susurra, sino del protagonista, al que se le rinde respeto por haber atravesado el umbral hacia lo eterno. Los presentes expresan su pena, real o actuada, en el intento de mostrar su respeto hacia los familiares vivos de aquél a quien llaman “pobre hombre” a pesar de haber alcanzado al fin la gloria. Pobres se quedan todos en torno al féretro, en el que sólo quedan restos de alguien quien fue y que nadie supo conocer perfectamente. -Fue un buen hombre. -Expresa, perdida entre el gentío, una voz de alguien que quizás le trató en muy contadas ocasiones. -Pobre mujer. -También hay quienes recuerdan a la lamentada viuda, la cual sólo sabrá si su viudez es una terrible pena o un regalo del Cielo. -Murió antes de tiempo. -Señala otro de los presentes, haciendo gesto de haber elegido la frase más coherente de toda la sala, reforzándose con gestos afirmativos de algunos de sus oyentes. El mundo de la apariencia está expresado en todo su esplendor en el cuadro que describimos. El difunto abandonó antes de tiempo este lamentable espectáculo donde unos susurran criticando, otros ríen planeando el siguiente día, pues vivos siguen, y los menos recuerdan al ya ido e intentan imaginar el mañana sin su ausencia. Le compraron un ataúd de la mejor madera; quizás haya quienes piensen que su muerto va a lucirlo donde vaya. Pero ya imaginamos todos quiénes son los que buscan lucirse, como siempre, los que quedan en el mundo vivo. Los muertos se van llorando ante tanta superficialidad. Quizás, en vida, hubiesen necesitado el dinero de tanta apariencia para poder comer o pagar el colegio de sus hijos; si pudiesen decir qué piensan después de tanto alarde de su familia, más de un difunto les escupiría a la cara, reprochándoles la falta de atención que le dieron en vida, en oposición a lo que reciben el día de su muerte. ¿Ahora para qué les sirve? Después de que dejan al muerto, por fin, descansar en paz, cada cual se irá para su casa a seguir sus pobres vidas, esperando de un momento a otro repetir un nuevo evento similar donde hacerse presente. Pero la muerte, que no es nada fiel, no desvelará hasta el momento oportuno la suerte del próximo protagonista. Los pobres quedan vivos, aún preocupados por el “qué dirán” de sus vecinos. Los gloriosos difuntos ya se ríen de tan banales cosas a los que días atrás le dieron importancia; ya no pertenecen al mundo del celo y la envidia. Todo se voltea. Son los espíritus los que velan por la lamentable vida de sus familiares, mientras que esos vivos, unos con más propiedades que otros, desperdician los minutos en aumentar su patrimonio que les hará tener el mejor agujero del cementerio, al mismo tiempo que alargarán su camino hacia la gloria, que no todos la consiguen, y hay quienes nunca la conseguirán ni en este mundo ni en el otro.

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-Mamá, cuando sea grande seré sepulturero. -Hijo mío, nunca serás rico, pero seguramente estés más cerca del Cielo. Es hora de cerrar el cementerio. Sólo un hombre, el último que queda, tiene las llaves, emulando a San Pedro; él determina, conforme al horario de visitas, el tiempo de entrada y de salida. Él se da cuenta de quiénes se quedan más tiempo y a quiénes les gana el compromiso. Si no fuera por orden municipal, incluso marcaría quién entra y quién sale, sabiendo que salir es todo un privilegio, y aún más cuando se ha permanecido mucho tiempo adentro. Francisco Javier González de Córdova.

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RINCÓN DE LA POESÍA Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique Se cree que Jorge Manrique nació en Paredes de Nava, actual provincia de Palencia, aunque también cabe la posibilidad de que naciese en Segura de la Sierra, en la actual Jaén, cabeza de la encomienda que administraba el maestre Rodrigo Manrique, su padre y principal estancia de los Manrique. Se suele afirmar que nació entre la segunda mitad de 1439 y la primera de 1440, pero lo único cierto es que no nació antes de 1432, cuando quedó concertado el matrimonio de sus padres, ni después de 1444, cuando Rodrigo Manrique, muerta doña Mencía de Figueroa, madre de Jorge Manrique y natural de Beas, pidió dispensa para casarse de nuevo. Fue un poeta castellano del Prerrenacimiento, sobrino del también poeta Gómez Manrique. Es autor de las Coplas a la muerte de su padre, uno de los clásicos de la literatura española de todos los tiempos. Fuente: Wikipedia.org

I Recuerde el alma dormida, avive el seso e despierte contemplando cómo se passa la vida, cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el plazer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parescer, cualquiere tiempo passado fue mejor. II Pues si vemos lo presente cómo en un punto s'es ido e acabado, si juzgamos sabiamente, daremos lo non venido por passado. Non se engañe nadi, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duró lo que vio, pues que todo ha de passar por tal manera. III Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar,

qu'es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar e consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos e más chicos, allegados, son iguales los que viven por sus manos e los ricos. INVOCACIÓN IV Dexo las invocaciones de los famosos poetas y oradores; non curo de sus ficciones, que traen yerbas secretas sus sabores. Aquél sólo m'encomiendo, Aquél sólo invoco yo de verdad, que en este mundo viviendo, el mundo non conoció su deidad. V Este mundo es el camino para el otro, qu'es morada sin pesar; mas cumple tener buen tino para andar esta jornada

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sin errar. Partimos cuando nascemos, andamos mientra vivimos, e llegamos al tiempo que feneçemos; assí que cuando morimos, descansamos. VI Este mundo bueno fue si bien usásemos dél como debemos, porque, segund nuestra fe, es para ganar aquél que atendemos. Aun aquel fijo de Dios para sobirnos al cielo descendió a nescer acá entre nos, y a vivir en este suelo do murió. VII Si fuesse en nuestro poder hazer la cara hermosa corporal, como podemos hazer el alma tan glorïosa angelical, ¡qué diligencia tan viva toviéramos toda hora e tan presta, en componer la cativa, dexándonos la señora descompuesta! VIII Ved de cuán poco valor son las cosas tras que andamos y corremos, que, en este mundo traidor, aun primero que muramos las perdemos. Dellas deshaze la edad, dellas casos desastrados que acaeçen,

dellas, por su calidad, en los más altos estados desfallescen. IX Dezidme: La hermosura, la gentil frescura y tez de la cara, la color e la blancura, cuando viene la vejez, ¿cuál se para? Las mañas e ligereza e la fuerça corporal de juventud, todo se torna graveza cuando llega el arrabal de senectud. X Pues la sangre de los godos, y el linaje e la nobleza tan crescida, ¡por cuántas vías e modos se pierde su grand alteza en esta vida! Unos, por poco valer, por cuán baxos e abatidos que los tienen; otros que, por non tener, con oficios non debidos se mantienen. XI Los estados e riqueza, que nos dexen a deshora ¿quién lo duda?, non les pidamos firmeza. pues que son d'una señora; que se muda, que bienes son de Fortuna que revuelven con su rueda presurosa, la cual non puede ser una ni estar estable ni queda en una cosa.

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XII Pero digo c'acompañen e lleguen fasta la fuessa con su dueño: por esso non nos engañen, pues se va la vida apriessa como sueño, e los deleites d'acá son, en que nos deleitamos, temporales, e los tormentos d'allá, que por ellos esperamos, eternales. XIII Los plazeres e dulçores desta vida trabajada que tenemos, non son sino corredores, e la muerte, la çelada en que caemos. Non mirando a nuestro daño, corremos a rienda suelta sin parar; desque vemos el engaño y queremos dar la vuelta no hay lugar. XIV Esos reyes poderosos que vemos por escripturas ya passadas con casos tristes, llorosos, fueron sus buenas venturas trastornadas; assí, que no hay cosa fuerte, que a papas y emperadores e perlados, assí los trata la muerte como a los pobres pastores de ganados. XV Dexemos a los troyanos, que sus males non los vimos, ni sus glorias;

dexemos a los romanos, aunque oímos e leímos sus hestorias; non curemos de saber lo d'aquel siglo passado qué fue d'ello; vengamos a lo d'ayer, que también es olvidado como aquello. XVI ¿Qué se hizo el rey don Joan? Los infantes d'Aragón ¿qué se hizieron? ¿Qué fue de tanto galán, qué de tanta invinción como truxeron? ¿Fueron sino devaneos, qué fueron sino verduras de las eras, las justas e los torneos, paramentos, bordaduras e çimeras? XVII ¿Qué se hizieron las damas, sus tocados e vestidos, sus olores? ¿Qué se hizieron las llamas de los fuegos encendidos d'amadores? ¿Qué se hizo aquel trovar, las músicas acordadas que tañían? ¿Qué se hizo aquel dançar, aquellas ropas chapadas que traían? XVIII Pues el otro, su heredero don Anrique, ¡qué poderes alcançaba! ¡Cuánd blando, cuánd halaguero el mundo con sus plazeres se le daba! Mas verás cuánd enemigo, PÁGINA 12


cuánd contrario, cuánd cruel se le mostró; habiéndole sido amigo, ¡cuánd poco duró con él lo que le dio! XIX Las dávidas desmedidas, los edeficios reales llenos d'oro, las vaxillas tan fabridas los enriques e reales del tesoro, los jaezes, los caballos de sus gentes e atavíos tan sobrados ¿dónde iremos a buscallos?; ¿qué fueron sino rocíos de los prados? XX Pues su hermano el innocente qu'en su vida sucesor se llamó ¡qué corte tan excellente tuvo, e cuánto grand señor le siguió! Mas, como fuesse mortal, metióle la Muerte luego en su fragua. ¡Oh jüicio divinal!, cuando más ardía el fuego, echaste agua. XXI Pues aquel grand Condestable, maestre que conoscimos tan privado, non cumple que dél se hable, mas sólo como lo vimos degollado. Sus infinitos tesoros, sus villas e sus lugares, su mandar, ¿qué le fueron sino lloros?, ¿qué fueron sino pesares

al dexar? XXII E los otros dos hermanos, maestres tan prosperados como reyes, c'a los grandes e medianos truxieron tan sojuzgados a sus leyes; aquella prosperidad qu'en tan alto fue subida y ensalzada, ¿qué fue sino claridad que cuando más encendida fue amatada? XXIII Tantos duques excelentes, tantos marqueses e condes e varones como vimos tan potentes, dí, Muerte, ¿dó los escondes, e traspones? E las sus claras hazañas que hizieron en las guerras y en las pazes, cuando tú, cruda, t'ensañas, con tu fuerça, las atierras e desfazes. XXIV Las huestes inumerables, los pendones, estandartes e banderas, los castillos impugnables, los muros e balüartes e barreras, la cava honda, chapada, o cualquier otro reparo, ¿qué aprovecha? Cuando tú vienes airada, todo lo passas de claro con tu flecha. XXV Aquel de buenos abrigo, PÁGINA 13


amado, por virtuoso, de la gente, el maestre don Rodrigo Manrique, tanto famoso e tan valiente; sus hechos grandes e claros non cumple que los alabe, pues los vieron; ni los quiero hazer caros, pues qu'el mundo todo sabe cuáles fueron. XXVI Amigo de sus amigos, ¡qué señor para criados e parientes! ¡Qué enemigo d'enemigos! ¡Qué maestro d'esforçados e valientes! ¡Qué seso para discretos! ¡Qué gracia para donosos! ¡Qué razón! ¡Qué benino a los sujetos! ¡A los bravos e dañosos, qué león! XXVII En ventura, Octavïano; Julio César en vencer e batallar; en la virtud, Africano; Aníbal en el saber e trabajar; en la bondad, un Trajano; Tito en liberalidad con alegría; en su braço, Aureliano; Marco Atilio en la verdad que prometía. XXVIII Antoño Pío en clemencia; Marco Aurelio en igualdad del semblante; Adriano en la elocuencia; Teodosio en humanidad

e buen talante. Aurelio Alexandre fue en desciplina e rigor de la guerra; un Constantino en la fe, Camilo en el grand amor de su tierra. XXIX Non dexó grandes tesoros, ni alcançó muchas riquezas ni vaxillas; mas fizo guerra a los moros ganando sus fortalezas e sus villas; y en las lides que venció, cuántos moros e cavallos se perdieron; y en este oficio ganó las rentas e los vasallos que le dieron. XXX Pues por su honra y estado, en otros tiempos passados ¿cómo s'hubo? Quedando desamparado, con hermanos e criados se sostuvo. Después que fechos famosos fizo en esta misma guerra que hazía, fizo tratos tan honrosos que le dieron aun más tierra que tenía. XXXI Estas sus viejas hestorias que con su braço pintó en joventud, con otras nuevas victorias agora las renovó en senectud. Por su gran habilidad, por méritos e ancianía bien gastada, PÁGINA 14


alcançó la dignidad de la grand Caballería dell Espada. XXXII E sus villas e sus tierras, ocupadas de tiranos las halló; mas por çercos e por guerras e por fuerça de sus manos las cobró. Pues nuestro rey natural, si de las obras que obró fue servido, dígalo el de Portogal, y, en Castilla, quien siguió su partido. XXXIII Después de puesta la vida tantas vezes por su ley al tablero; después de tan bien servida la corona de su rey verdadero; después de tanta hazaña a que non puede bastar cuenta cierta, en la su villa d'Ocaña vino la Muerte a llamar a su puerta, XXXIV diziendo: "Buen caballero, dexad el mundo engañoso e su halago; vuestro corazón d'azero muestre su esfuerço famoso en este trago; e pues de vida e salud fezistes tan poca cuenta por la fama; esfuércese la virtud para sofrir esta afruenta que vos llama."

XXXV "Non se vos haga tan amarga la batalla temerosa qu'esperáis, pues otra vida más larga de la fama glorïosa acá dexáis. Aunqu'esta vida d'honor tampoco no es eternal ni verdadera; mas, con todo, es muy mejor que la otra temporal, peresçedera." XXXVI "El vivir qu'es perdurable non se gana con estados mundanales, ni con vida delectable donde moran los pecados infernales; mas los buenos religiosos gánanlo con oraciones e con lloros; los caballeros famosos, con trabajos e aflicciones contra moros." XXXVII "E pues vos, claro varón, tanta sangre derramastes de paganos, esperad el galardón que en este mundo ganastes por las manos; e con esta confiança e con la fe tan entera que tenéis, partid con buena esperança, qu'estotra vida tercera ganaréis." [Responde el Maestre:] XXXVIII "Non tengamos tiempo ya PÁGINA 15


en esta vida mesquina por tal modo, que mi voluntad está conforme con la divina para todo; e consiento en mi morir con voluntad plazentera, clara e pura, que querer hombre vivir cuando Dios quiere que muera, es locura."

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[Del maestre a Jesús] XXXIX "Tú que, por nuestra maldad, tomaste forma servil e baxo nombre; tú, que a tu divinidad juntaste cosa tan vil como es el hombre; tú, que tan grandes tormentos sofriste sin resistencia en tu persona, non por mis merescimientos, mas por tu sola clemencia me perdona". FIN XL Assí, con tal entender, todos sentidos humanos conservados, cercado de su mujer y de sus hijos e hermanos e criados, dio el alma a quien gela dio (el cual la ponga en el cielo en su gloria), que aunque la vida perdió, dexónos harto consuelo su memoria.

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POEMA AL MUNDO CALAVERITAS LITERARIAS La calavera literaria es una composición en verso tradicional en México. Suelen escribirse en vísperas del Día de los muertos. Antiguamente conocidos como panteones, estos versos nacieron en el siglo XIX a modo de epitafio burlesco y como modo de expresar ideas o sentimientos que en otras oportunidades sería difícil decir. Fueron frecuentemente censurados o destruidos ya que, por lo dicho anteriormente, también servían como medio para expresar descontento con los políticos de la época. Las primeras calaveras impresas fueron publicadas en 1849, en el periódico El Socialista, de Guadalajara. Los dibujos que suelen acompañar los versos son conocidos con el nombre de La Catrina o Calavera Garbancera, figura creada por José Guadalupe Posada y bautizada por el muralista Diego Rivera.

Revumbio de calaveras Quien quiera gozar de veras y divertirse un ratón, venga con las calaveras a gozar en el panteón. Literatos distinguidos en la hediondez encontré en gusanos confundidos, sin ellos saber porqué. Y en gran tropel apiñados Los vendedores corrían contentos y entusiasmados por el negocio que hacían. Cereros de sacristía que roban la cera al rato, que con mucha sangre fría se echan el sufragio al plato. José Guadalupe Posada

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Calaveras de las elecciones presidenciales Yo os propongo al nunca bien ponderado y grande mico, ilustre Chónforo Vico, escapado de Belén. Prófugo de las Marías, gran maestro en la ganzúa, instruido en San Juan de Ulúa y en la Penitenciaría. Sabe abrir las cajas fuertes y extraer una cartera. Ha sido gran calavera y debe catorce muertes. Elegid pues pueblo amado sin dudar y a tapahocico al muy ilustre y nombrado y noble Chónforo Vico. Después de discursos tales llenos de frases sinceras se fueron las calaveras a las urnas sepulcrales. Salió electo presidente por su real y hermoso pico el notable, el prominente, ilustre Chónforo Vico. Vanegas Arroyo

Fuente: Wikipedia.org

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LA CALAVERA LITERARIA DE EL DUENDE QUISO MADRUGAR

A LOS PRESIDENTES Estaba la calaca pensando en esos que se creen invencibles y en algunos que con imperdibles sus pantalones llevan colgando. -Un gran favor le haría al ciudadano llevándomelos. –Pensaba en alto. -Acabaría al fin con tanto asalto. Pero todo resultaría en vano.

La Catrina o Calavera Garbancera (José Guadalupe Posada).

Ya se llevó tantos presidentes que hasta en el más allá le hacían pleito, diciéndole: -¡espérate tantito, no hagas este lugar pestilente! Francisco Javier González de Córdova

Calavera quijotesca (José Guadalupe Posada)

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NOTICIAS PIFIAS

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CITAS CÉLEBRES “La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo”. ISABEL ALLENDE “Cuando la muerte se precipita sobre el hombre, la parte mortal se extingue; pero el principio inmortal se retira y se aleja sano y salvo”. PLATÓN “Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce “Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos muerte”. a tu interior y no encuentras más que banalidad, LEONARDO DA VINCI porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales”. “A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd”.

MIGUEL DELIBES

ALPHONSE DE LAMARTINE “Alguien me habló todos los días de mi vida al oído, despacio, lentamente. Me dijo: ¡vive, vive, vive! “Qué injusta, qué maldita, qué cabrona la muerte Era la muerte”. que no nos mata a nosotros sino a los que amamos”. JAIME SABINES CARLOS FUENTES “La indiferencia del mexicano ante la muerte se “No basta con pensar en la muerte, sino que se debe nutre de su indiferencia ante la vida”. tenerla siempre delante. Entonces la vida se hace OCTAVIO PAZ más solemne, más importante, más fecunda y alegre”. STEFAN ZWEIG

“Desprovistos de alas y de penacho, los caracteres mediocres son incapaces de volar hasta una cumbre o de batirse contra un rebaño. Su vida es perpetua complicidad con la ajena. Son hueste mercenaria del primer hombre firme que sepa uncirlos a su yugo. Atraviesan el mundo cuidando su sombra e ignorando su personalidad. Nunca llegan a individualizarse; ignoran el placer de exclamar «yo soy», frente a los demás. No existen solos. Su amorfa estructura los obliga a borrarse en una raza, en un pueblo, en un partido, en una secta, en una bandería: siempre a embadurnarse de otros. Apuntalan todas las doctrinas y prejuicios consolidados a través de siglos. Así medran. Siguen el camino de las menores resistencias, nadando a favor de toda corriente y variando con ella, en su rodar aguas abajo no hay mérito: es simple incapacidad de nadar aguas arriba. Crecen porque saben adaptarse a la hipocresía social, como las lombrices a la entraña”. JOSÉ INGENIEROS

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LECTURA RECOMENDADA El hombre mediocre, de José Ingenieros. José Ingenieros, autor de este libro, se propuso estigmatizar las funestas lacras morales que se llaman rutina, hipocresía y servilismo, deseando ser útil a los jóvenes que, estando en edad propicia para evitarlas, pueden formarse ideales y ennoblecer su vida; tiene ya sobradas muestras de que su esfuerzo no fue estéril. Pero más que en la eficacia de su palabra, ha creído en la de su ejemplo: desde que pronunció en la cátedra estas lecciones terminando su «carrera» exterior a una edad en que todos se preparan a comenzarla ha vivido conforme a sus corolarios, renunciando a beneficiarse de complicidades y costumbres que considera nocivas. Se ha dicho, con rigurosa verdad, que los más despreciables sujetos son los predicadores de moral que no ajustan su conducta a sus palabras. Sabe el autor que muy pocos moralistas podrían escribir esto mismo sin que les temblara el pulso. Aunque el libro suele apartarse de la disciplina científica del autor, ha sido, para éste, una admonición permanente para vivir conforme a los principios de moral estoica, que tiene por mejores. Mirando la dignidad en la cima de las virtudes humanas, ha puesto creciente empeño en la conquista de su personalidad interior, por el trabajo y por el estudio, fuentes de libertad y de optimismo. Como escritor, prefiere un solo convencido a cien admiradores literarios; sería feliz si algún joven, por la lectura de estas páginas, se propusiera ser, simplemente, el más virtuoso de sus contemporáneos.

El hombre mediocre, de José Ingenieros Grupo editorial Éxodo México, D.F., 2009

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EL TEATRO DEL FIN DEL MUNDO Octubre pasó, con su sentimiento de otoño a invadirnos en la melancolía que nos va anunciando la pronta llegada del invierno. El principio del fin de otro viejo año que nos va anunciando, como siempre lo hace, este mes de marchitas flores y marchito año, en el recuerdo de que el tiempo pasa y somos cada vez más viejos, pero también más experimentados. Con la experiencia nos viene la pregunta de por qué siguen dándose ciertas celebraciones como el día de la Hispanidad en la llamada “Madre Patria”, que a diferencia de una verdadera madre, llevó a sus “hijos” la muerte, la esclavitud y la imposición de una cultura cuya principal base constaba y consta en imponerse sobre las otras culturas hasta hacerlas desaparecer, también nombrado esto por los más patriotas como “unidad” y “conservación” de la cultura, pero ¡claro!, la de ellos, los que son menos. Después uno se pregunta qué es la nacionalidad, para qué sirve; y sólo vemos imponerse tras ella grandes barreras que separan a los pueblos y sus gentes. Se vende la separación al igual que las bolsas de caramelos, y muchos de esos separatistas no se ven a sí mismos y se atreven a llamar separatistas a los que se quieren alejar de tremenda mediocridad. Muchas veces, la separación es un signo de inteligencia ante el absurdo de soportarse dos caracteres opuestos. Buscar derechos históricos, cuando un pueblo decide separarse, es como buscar motivos pasados cuando uno de los cónyuges pide el divorcio; ¿acaso no es suficiente justificación la falta de amor? De igual manera debe darse entre naciones. Sea la decisión lo más importante para dar fin a una tormentosa relación; pero para esto, obviamente, se requiere el apoyo de una gran mayoría; sea valido el cincuenta por ciento en una relación de pareja, mientras llevemos, al menos, hasta un setenta y cinco por ciento el apoyo por la separación de una nación. En democracia, la inmensa mayoría es importante. Noviembre comienza, y sólo algunos nos damos cuenta de lo perdidos que podemos llegar a estar cuando nos enfrentamos al hermano, llámese también prójimo o próximo. Comienza noviembre duro, recordándonos que polvo somos y en polvo nos convertiremos, que no hay fronteras reales en la vida, sólo la que nos separan de la muerte, y encontramos por ello dos opciones, o llorar nuestro trágico destino, igualitario para todos, o celebrar la vida, tan desigual como ha programado el hombre. Los años pasan, y el hombre, que debería aprender más, se divide entre los que sí aprenden, y una inmensa mayoría que cree aprender en palabras ajenas, las de los más poderosos, que saber tienen, pero para sacar todo provecho de aquellos quienes les escuchan. Tengo el presentimiento de que la verdadera enseñanza nos viene y la asimilamos en el último suspiro, cuando apenas tenemos tiempo de comunicarla a quienes nos han rodeado en vida. Como una luz que bajase del Cielo, nuestra mente se ilumina oyendo las voces de los que, antes que nosotros, se fueron. Entre susurros, en diferentes lenguas que comenzamos a descifrar, nos abren las puertas del nuevo mundo haciéndonos comprender que nunca hubo un verdadero final. Pero no se confundan los lectores: la cultura no está reñida con la eternidad; el intelecto hace eterno a quien lo alcanza, y la mayoría de las veces éste no llega sino hasta el final, que también es principio. Recordemos que ni la ciencia ha podido determinar el fin de las cosas que forman nuestro universo físico; ni los agujeros negros son perecederos, a través de ellos sigue la vida aún invisible e incomprensible. No siempre tenemos la muerte que nos merecemos, como así nuestra vida, que a veces es injusta. La muerte nos dice quiénes somos, cómo llevamos nuestra vida, apareciéndosenos con una cifra, producto PÁGINA 25


del valor con el que hemos enfrentado nuestra vida. Noviembre nos recuerda quiénes somos y hacia dónde nos dirigimos; nos abre el telón de nuestro último acto, en el papel que jugamos en nuestra vida, para muchos improvisado. Los inconscientes de este mes, lejos están de saber quiénes son y cómo dejarán de ser. Francisco Javier González de Córdova

La muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida. Toda esa abigarrada confusión de actos, omisiones, arrepentimientos y tentativas -obras y sobras- que es cada vida, encuentra en la muerte, ya que no sentido o explicación, fin. Frente a ella nuestra vida se dibuja e inmoviliza. Antes de desmoronarse y hundirse en la nada, es esculpe y vuelve forma inmutable: ya no cambiaremos sino para desaparecer. Nuestra muerte ilumina nuestra vida. Si nuestra muerte carece de sentido, tampoco lo tuvo nuestra vida. Por eso cuando alguien muere de muerte violenta, solemos decir: “se la buscó”. Y es cierto, cada quien tiene la muerte que se busca, la muerte que se hace. Muerte de cristiano o muerte de perro son maneras de morir que reflejan maneras de vivir. Si la muerte nos traiciona y morimos de mala manera, todos se lamentan: hay que morir como se vive. La muerte es intransferible, como la vida. Si no morimos como vivimos es porque realmente no fue nuestra la vida que vivimos: no nos pertenecía como no nos pertenece la mala suerte que nos mata. Dime cómo mueres y te diré quién eres. Octavio Paz (El laberinto de la soledad, 1950)

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Hasta el pr贸ximo n煤mero


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