Sin aliento número 11

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#BAFICI

[16] BAFICI

Domingo 13 de abril, 2014

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TODO LO QUE SUBE TIENE QUE BAJAR La flamante campeona de Vanguardia y Género se da no una, sino dos veces en este domingo final; y Jotafrisco, nuestro twittero favorito –que además y sobre todo es un crítico de aquellos– nos cuenta por qué es obligatorio subirse al teleférico de Manakamana.

E

ntrevistado hace un par de meses por Stephen Colbert, el director Godfrey Reggio defendió con gracia una elección formal de Visitors, ante el apriete satírico y cariñoso del conductor en personaje: su último documental decide dedicar gran parte de sus 74 tomas a capturar las reacciones y gestos faciales de personas interactuando con la tecnología, demostrando cómo más bien nos terminamos babeando frente a ella, incapaces de interpelar e interpretar lo que observamos o provocamos en la pantalla. Y mientras Manakamana se sitúa lejos del sedentarismo tecnológico y la condena a sus personajes, también decide posar sobre ellos mismos –o sobre sus propias observaciones– la acción de sus casi dos horas de duración. El Sensory Ethnography Lab de Harvard profundiza una búsqueda que ya encontrábamos en Leviathan, proyectada durante el pasado Bafici: forzar una nueva forma de inmersión del espectador en el documental, sin dejar de hacer un estudio etnográfico significativo. Pero si en Leviathan esto se lograba capturando con la mayor definición posible las tareas cotidianas de la tripulación de un barco pesquero, al punto de volverse una crudísima película snuff con los peces como víctimas, en Manakamana el objeto pasa a ser la comodidad del viaje en teleférico al templo del título y la vuelta, que reducen a un paseo de diez minutos la otrora obligatoria peregrinación a través de colinas y aldeas, en un minimalismo absoluto y completamente distante respecto del anterior documental. La elección de los diez viajes que hacemos con los personajes durante Manakamana estuvo lejos de la improvisación: Stephanie Spray y Pacho Velez dispusieron de un casting y lograron contar con algunos aldeanos protagonistas en sus trabajos previos,

además de haber probado muchísimas combinaciones de estos viajes en el montaje, por el cual durante prácticamente la primera mitad del metraje subiremos una y otra vez hasta el templo, volviendo siempre a la base por las maravillosas secuencias de ensamblado, pequeños momentos que apelan al sonido ambiente de la gente conversando en alguna de las terminales, y el ruido incesante del teleférico disponiéndose a seguir el recorrido con nuevos pasajeros. Es cierto que la sucesión de los diez planos fijos fue pensada con cierta unidad narrativa, y hasta con una variedad de personajes (no solo seres humanos) que amenizan la repetición de la idea, pero las conclusiones etnográficas están a la vista de quienes pretendan encontrar algunas declaraciones sobre la intervención de la tecnología en la relación de aquellos aldeanos y turistas con las nociones religiosas que la visita al templo implicaba antes del teleférico. De hecho, algunos de los personajes más viejos mencionan el carácter mucho más sacrificado que tenía aquel viaje, con la necesidad de subir por las colinas para cumplir el objetivo. En su economía observacional –como si James Benning procesara la producción de un viaje de Jorge Prelorán–, Spray y Velez se ahorran varias convenciones sobre el tratamiento de los rituales ajenos a la vida occidental, permitiendo que los nativos y turistas expongan sin filtros o ayudas innecesarias la trayectoria en el tiempo de una aproximación a la religión sostenida por siglos. Alguien debería filmarnos descubriendo Manakamana por primera vez. ]

Manakamana n n

HOY | 13.00 | A. Belgrano 1 HOY | 22.50 | A. Belgrano 1


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