Habitar el territorio

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III CAMPUS DE VERANO DE LAS ARTES DE GUÍA “LUJÁN PÉREZ” habitar el territorio

creatividad es vivir

el territorio ya estaba habitado IKER FIDALGO Alumno del III Campus

Como casi todos los que coincidimos en el III Campus de Verano de las Artes de Guía “Luján Pérez”, tenía muchas dudas sobre todo lo que iba a acontecer en aquellos días. Yo formaba parte del Taller de Paisaje, compartiendo trabajo con Ecodiseño y Comunicación, y bajo la premisa de “Habitar el territorio”, me enfrentaba a un lugar desconocido para mí. Los días antes de emprender el viaje, revisaba el programa para saber exactamente qué tipo de actividades íbamos a realizar y de qué forma podría aunar todo ese contexto con mi forma de trabajo habitual. Me encontré con un paraje impensable, de una agresividad en sus formas que convierte cada vistazo hacia el horizonte en un descubrir constante de belleza y vida. El territorio que habitaríamos y compartiríamos con los vecinos durante esas semanas, cobró un protagonismo crucial acorde con las experiencias que conjuntamente viviríamos en aquel pequeño pueblo, desconocido para muchos de nosotros hasta ese momento. La incertidumbre inicial se vio alimentada al encontrarme en mi lectura nerviosa previa a la aventura, con un punto del programa que me desconcertó: “curso de creatividad”. Este curso, supuso que durante la primera semana, profesionales de distintos sectores relacionados con el trabajo global del campus compartieron sus experiencias en formato de charla y debate conjunto, finalmente, además de expertos en sus campos resultaron siendo unos compañeros más con los que compartir los descubrimientos y experiencias durante todo el campus. Una parte del programa que parecía ser lo más “académico” de las jornadas, se instituyó en uno de los resortes más importantes para valorar ámbitos que cada uno y debido a nuestra línea de trabajo podríamos no habernos encontrado. La creatividad, parece a veces esa pesada losa que deben mantener siempre los artistas, diseñadores, poetas, escritores y músicos para sentirse vivos, esa chispa inherente a ciertas personas que posibilita la imaginación y construcción de obras de arte, imágenes o textos que consiguen emocionar, evoca muchas veces un ente por mantener o una cualidad innata…nada más lejos de la realidad. A medida que avanzaban los días, la creatividad, fruto del trabajo y de la intención, comenzó a dar sus frutos, y de una forma u otra, cada uno de los becados comenzamos a habitar nuestro propio territorio, delimitando las bases de nuestro trabajo. Fuera, en el pueblo, más allá de aquel patio rebosante de proyectos, risotadas y atardeceres amarillentos, la vida continuaba, con la única excepción de aquella visita masiva que

suponía la cita anual del Campus de las Artes “Lujan Pérez”. La Tacita servía los cafés de siempre. En la plaza del pueblo, se daban cita algunos adolescentes aburridos que compartían un cigarro a escondidas y los vecinos de Sta. María de Guía, aprovechaban la luz de los meses estivales para pasear durante las horas libres que les dejaba su trabajo, nada especial sucedía fuera de esas cuatro paredes, solo la vida…¡como si eso no fuese suficiente! Al final de nuestro días, muchos no pudimos más que rendirnos a la evidencia de que al contrario de cómo habíamos pensado, era el territorio el que nos había habitado a nosotros, la vida del pueblo era el reflejo fiel de la capacidad de crear1. Fuimos testigos del paso de los días en aquel lugar situado en el norte de una isla que a veces parece olvidar que no solo existe el sur, y que la identidad no es sinónimo de turismo masivo. La creatividad, no era un don, ni lo traíamos los artistas, los diseñadores, o teóricos en la maleta, la creatividad se encontraba en las propias personas que por el simple y apabullante hecho de vivir desarrollan estrategias para poder sobrevivir, dentro de un mundo que suele no tener en cuenta que es a lo que hemos venido. Las amigas que nos presentaron su forma de hacer queso, sus problemas para continuar con el negocio familiar, las tiendas que venden tabaco, pan y gofio, y las sardineras que tararean con su garganta salada el precio de su mercancía, o el zapatero que incesante remienda viejas suelas con la puerta abierta al final de la calle. El territorio ya estaba habitado, y el verdadero “curso de creatividad” lo impartieron sus gentes, sus paisajes y su día a día. “El pensamiento, no puede tomar asiento, el pensamiento es estar siempre de paso”2

(1) R.A.E crear.(Del lat. cre‚re).1. tr. Producir algo de la nada. (2) AUTE, Luis Eduardo. “De paso”. Disco Albanta. Ariola 1978


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