ENTROPÍA 2

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ENTROPÍA

El hijo de… Carles Sans

S

iempre da tres toques a la puerta. Toc-totoc y me chilla con su voz de bruja “¡Levántese, mi amor!” Es la voz de Rosimar, la portorriqueña que mis padres contrataron hace un par de años para que se haga cargo de mi, mientras ellos viajan de aquí para allá ocupados en escribir sobre las guerras que hay a miles de kilómetros de mi casa. Mis padres son reporteros de guerra, mi madre es corresponsal de un periódico y mi padre informa desde el noticiario de la televisión nacional de los tiroteos, las guerrillas y los atentados que hay en el mundo. Eso en el Instituto me ha hecho un tipo importante. A mi padre lo tienen como por un héroe porque cuenta las guerras desde el mismísimo campo de batalla, o desde donde parece que lo es, que de tonto no tiene un pelo y ya procura no arriesgar más de la cuenta. De todos modos su trabajo le

da una fama de héroe que me gusta y a mis “amiguetes” también. Cuando hace las crónicas, le pone tanto énfasis que parece que, de repente, en cualquier momento, le pudiera pasar algo muy grave. Fuerza la respiración como si acabara de escapar de una tragedia, pone una voz temblorosa, y mira a derecha e izquierda como si alguien estuviese a punto de dispararle. Me siento muy orgulloso de él, y aprovecho su fama de valiente para lucirme entre mis compañeros del Instituto, a los que, para engordar el mito, les cuento falsas aventuras sobre él. Me lo invento todo. Eso me convierte en el líder de la clase y me da ciertos privilegios. Mi padre está fuera de casa durante la mayor parte del año y mi madre, a veces, se queda algunos días conmigo, pero en general, los tres casi nunca estamos juntos. No me importa, más bien al contrario, gracias a su trabajo soy famoso y envidiado en el Instituto.

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