Múrido el ratón.

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Adaptado del cuento de Blas Infante Múrido, un ratón vulgar. Contado a los alumnos de Primer y Segundo del Colegio Público “La Paz” de San José de la Rinconada (Sevilla) en conmemoración del aniversario de la muerte de Blas Infante y en celebración del Día de Andalucía.


Múrido era un ratón más. incluyendo toda la cola.

Su cuerpecito medía apenas 20 centímetros

Era gris

negro con el vientre de color gris ceniciento. Sus patitas, ligeras como el aire, tenían ágiles dedos. Sus ojos eran dos minúsculas piedras que cambiaban según lo que sentía. A veces

eran

ojos

feroces

cuando

perseguían a insectos o arañas; a veces eran ojos rientes cuando jugaba con sus hermanos; a veces eran ojos amorosos cuando acariciaba a sus crías; y a veces eran tímidos cuando veía brillar los ojos fosforescentes de un felino.

Múrido había nacido en una carbonería. Allí, debajo de una pira abandonada de leños carbonizados, los padres de Múrido, con trapos y papeles, habían hecho un nido. Múrido y otros cinco hermanos nacieron y fueron criados por sus padres con mucho mimo y amor. Crecieron a ser ratones fuertes y ágiles. Un día sus padres les reunieron y les dijo que ya era hora de irse de casa y buscar sus propias madrigueras. Múrido no se sintió triste a tener que irse. Estaba contento y ansioso por empezar una nueva aventura. Después de todo, ya era mayor y estaba preparado.

El día en que se fue definitivamente de su antiguo hogar, Múrido vagó por la calle y entró en una oficina con pinta de estar abandonada. Allí, investigando,


encontró, entre dos ladrillos rotos, un agujero y empezó a cavar la que vendría a ser la puerta principal de su madriguera.

El ratón trabajó incansablemente,

interrumpiéndose solo para cazar algún que otro escarabajo.

Una noche estaba descansando, cuando de repente, escuchó un chillido agudo, y apareció una ratoncita corriendo como el vuelo de una leve sombra. Un ratón le perseguía y ella, de vez en cuando, tornaba la cabeza enseñándole, con enfado, los dientes. Al ver a la hembra en apuros, nuestro ratón dio un salto, y fue a caer junto al otro ratón perseguidor de la ratoncita (que se llamaba Musa).

El perseguidor fijó su atención en Múrido. Los combatientes se sentaron sobre sus patas traseras y esperaron con las garras levantadas, el hocico replegado y las orejas erguidas, enseñándose los incisivos con saña rabiosa durante algunos instantes. Musa se detuvo, miró con curiosidad y vino a situarse cerca de nuestro héroe. De pronto, éste chilló con coraje y se lanzó sobre su rival, el cual se asustó y se fue corriendo. Musa, viendo a Múrido vencedor, se acercó a él. Se miraron el uno al otro, y las estrellas que alumbraban la noche sonreían desde el cielo a la pareja feliz.


Al día siguiente, Múrido buscó a Musa para enseñarle su nueva guarida. Desde entonces, no se separaron más. La ratoncita le ayudaba a escarbar la tierra para terminar de construir la madriguera. Se hundían en el subterráneo y arañaban con las patas delanteras y con las traseras, y con los hocicos desalojaban los materiales desprendidos, arrastrándolos hasta sacarlos fuera.

Un día, oyeron un ruido recorrer la superficie del suelo (que era techo para los ratones). Nuestros amigos, pararon lo que hacían. Pronto el ruido se aproximó el rincón donde la sombra ocultaba la entrada de la madriguera. La tierra extraída caía en el agujero, casi enterrando a los ratones, que permanecían inmóviles, con los cuerpos pegados.

Entonces, Múrido,

sacudió la tierra que lo cubría, se asomó

tímidamente

la

cabeza

y

descubrió al monstruo que hacía el espantoso ruido con un instrumento gigante que arrasaba la tierra. ¡Era el criado, quien, empuñando el escobón, barría la habitación!

Pero no se pudieron escapar Múrido y Musa, porque el monstruo volvió con otro instrumento que chorreaba agua.

Los

ratones, temerosos, sintieron aproximarse aquel ruido pastoso hacia su refugio, y suspendido

varios

instantes

sobre

el

boquete, llenó pronto y totalmente la estrecha mina.

Múrido y Musa se ahogaban.

El ratón empujó a la ratoncita

angustiosamente hacia la salida, y por fin, escaparon como flechas veloces, uno


detrás del otro, rozando la monstruosa mano posada sobre el boquete. Entonces se oyó un grito formidable que resonó y aterró a los dos ratones. Una aljofifa fue lanzada contra ellos, alcanzaron al pobre Múrido, quien, con la rapidez de un rayo, saltó

volando a refugiarse con Musa.

Sin embargo, el agua que entró en la

madriguera dejó la tierra blanda. Cuando volvieron los ratones vieron que era más fácil excavar y terminaron de construir su nido.

Una vez terminada la ratonera, salieron a buscar comida. Encontraron en el local de al lado un aroma deleitoso. Estaba lleno de cajones, paquetes y orzas de quesos y embutidos. Era el paraíso de los ratones. Y allí encontraron gran parte de sus hermanos y vecinos – todos ratones buscando alimento para llenar sus despensas. Las ratas no podían entrar porque no cabían por el agujero que hallaron por las maderas de la puerta. No obstante, en la puerta se concentraban las ratas deseando entrar.

Dentro, los ratones encontraron un cántaro lleno de miel y subiéndose al borde introducían

en él sus colas, chupábanlas

después impregnadas del dulce manjar. Había abundante comida y los ratones no disputaban. Todo era paz y contento. Por todas

partes,

había

limpiándose los hocicos.

ratones

sentados,


Nuestros amigos salieron por fin de la despensa, llevando cada cual un resto del festín en sus bocas. Pero, las ratas acechaban la salida enseñando sus dientes feroces. Múrido y Musa tuvieron que escapar entrando de nuevo en el local.

Por la mañana, abrió las puertas la dueña de la charcutería. Con la luz del día, los ratones huyeron, escondiéndose en todas las direcciones. Al principio entró con ojos somnolientos y no descubrió los intrusos. Pero en una de sus vueltas, miró el mostrador donde estaba colado el cántaro de miel y no pudo reprimir el salto que dio. Sentado sobre sus patas, inmóviles, y los ojos abiertos, mirando todo con timidez, estaban nuestros amigos.

Asustada salió corriendo la dueña de la charcutería. Pocos después volvieron con una trampa para ratones. Múrido lo miró con curiosidad porque nunca había visto algo igual. La dueña se acercó temerosa y lo dejó encima del mostrador. Consistía en un bote de cristal. Múrido se acercó atraído por el olor que desprendía la golosina dejado en el interior de la trampa. A un paso ratonil se encontraba un pequeño trozo de queso. Múrido se acercó, pero cada vez que intentaba alcanzar el queso se topaba con una pared transparente. Llegó a un extremo donde había un pequeño

círculo

entrada.

Múrido no vaciló y

entró

en

seguía

la con

trampa.

como Musa le

confianza.

Ya dentro, empezaron a roer el queso pero notaron como se elevaban. Una mano humana levantaba el bote. Los ratones no podían trepar las paredes de cristal de la trampa.


La dueña gritó -¡Ya os tengo! Salió y mostró alegremente la trampa a una joven. -¡A ver…a ver! La niña tomó el frasco entre sus manos. - ¡Qué bonitos!, exclamó, -pero no los mates. Entonces, la dueña preguntó - ¿Y qué hacemos con ellos? -Los soltaré en el campo. Allí pueden vivir en libertad y en la naturaleza. Así lo hicieron, y Múrido y Musa se convirtieron en ratones de campo.


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