Revista Ejércitos - Nº 1

Page 67

Misión Española en Afganistán vivido alguna misión. El grupo está unido. La tropa siempre lo ha estado. Pasadas las primeras horas de vuelo, terminada la comida, muchos empiezan a agobiarse. La prohibición de fumar, en un colectivo como el militar, no ayuda demasiado. Siempre hay quien lo intenta, amparado en la privacidad de los lavabos, hasta el punto de hacer saltar la alarma de incendios de la aeronave y ganarse una pequeña riña por parte de unas azafatas de las que muchos volverán a acordarse durante los meses siguientes. Manas. Pocos han estado allí y sin embargo todos quieren visitarla. La enorme base aérea estadounidense es un ir y venir sin par de mercancías y personal en la que se encuentran militares de literalmente docenas de países diferentes. Se comparte litera con los USA Boys en la zona de transeúntes y para desgracia de muchos, la hora impide visitar el gigantesco PX, que no los sobrecogedores comedores en los que la comida basura –y también la otra- es gratis y no existe límite de cantidad ni número máximo de visitas. Alguno se diría que coge fuerzas para toda la misión y termina pagándolo en forma de indigestión. Nada importa. En esta cosmópolis uno se da cuenta más que nunca de que los españoles somos una rara avis. Una especie quizá en extinción a causa de nuestros propios fantasmas. Algunos, los más avezados en el dominio del inglés chapurrean con militares estadounidenses, italianos o polacos, mientras otros intentan dormir y algunos exploran la parte accesible de la base –nadie está tan loco como para saltarse las señales bien visibles de «forbbiden», más allá de

las cuales nadie duda en disparar. Rara avis, decíamos, porque somos tan respetados como ninguneados. Es posible que no aportemos ni una centésima parte al esfuerzo de guerra –hablamos de la guerra de verdad- de lo que lo hacen otros socios más pequeños y débiles como los holandeses o los canadienses y no obstante todos alaban que seamos capaces, con nuestros medios y participando extraoficialmente en misiones de combate, de sacar las misiones como jabatos. Es un orgullo y una pena. Es nuestro sino. Un Hércules espera. Para quienes nunca han estado en uno, la escarapela roja y amarilla inspira la misma confianza que un vaso de cianuro, por mas que brille impoluta sobre la cola grisácea del viejo avión. Aquí no hay clases. No se distingue al Coronel del último de los pollos y todos buscan acurrucados un poco de calor en el insufrible viaje. El ruido de los motores lo envuelve todo, es omnipresente y sin embargo, es incapaz de hacer que un soldado pierda la oca-

sión de echar una cabezada. Al fin y al cabo, nunca saben cual va a ser la próxima vez en la que duerman, o coma, o… Se acabó y todavía no hemos empezado. Un descenso de más de 1000 metros en unos pocos segundos nos coge a todos medio dormidos y parece que se acerca nuestro final. Después nos contarán que la única forma de que el piloto pueda enfilar el estrecho valle en el que se asienta la pista de aterrizaje de Qal-e-Naw es hacer esta peligrosa maniobra, imposible en días de escasa visibilidad o cuando el TACAN no responde todo lo bien que se espera. Alguno piensa que esto solo es una excusa, que pilota una mujer y lo dice en alto. Todos ríen para sus adentros la maldad pero están mucho más atentos a otras cosas. Y es que hemos llegado. Meses preparándose y ahí estamos, en la capital de Badghis, una ciudad de nos dicen tiene unos 140.000 habitantes y que sospechamos, están todos pululando por el aeropuerto. El golpe combinado del calor, del penetrante olor a hom-

67 Número primero - Septiembre 2009


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.