La vida instrucciones de uso

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CAPÍTULO LXXXVIII Altamont, 5

En el gran salón de los Altamont dos criados están ultimando los preparativos de la recepción. Uno, un negro atlético que lleva con indolente descuido una librea Luis XV —casaca y calzones finamente listados de verde, medias de algodón verde, zapatos con hebilla de plata— levanta, sin esfuerzo aparente, un sofá de tres plazas, de madera lacada color rojo oscuro, decorado con follaje estilizado e incrustaciones de nácar y provisto de cojines de chintz; el otro, un maître d’hôtel de tez amarilla y nuez de Adán prominente, que viste un traje negro un poquitín grande para él, va colocando en un largo trinchero con cubierta de mármol, arrimado a la pared de la derecha, varias fuentes grandes de plata inglesa cubiertas de pequeños sándwiches de lengua escarlata, huevos de salmón, carne de los Grisones, anguila ahumada, puntas de espárragos, etcétera. Encima del trinchero hay dos cuadros firmados por J. T. Maston, un pintor costumbrista de origen inglés que vivió mucho tiempo en América central y tuvo cierta notoriedad a principios de siglo: el primero, titulado El boticario, representa un hombre de levita verdosa, calvo, nariz calzada de quevedos y frente afeada por un lobanillo enorme, que, en el fondo de una tienda oscura llena de grandes tarros cilíndricos, parece descifrar con extrema dificultad una receta; el segundo, El naturalista, presenta un hombre flaco, seco, de rostro enérgico, con una barba cortada a la americana, es decir muy frondosa debajo del mentón. De pie y cruzado de brazos, contempla cómo se debate una ardillita pequeña aprisionada en una telaraña de mallas estrechas, tendida entre dos tuliperos gigantescos y tejida por un bicho repugnante, del tamaño de un huevo de paloma y provisto de patas enormes. Junto a la pared de la izquierda, en la repisa de una chimenea de mármol jaspeado, dos lámparas, cuyos zócalos están hechos con casquillos de obús de cobre amarillo, enmarcan un alto fanal de vidrio que protege un ramillete de flores, cada uno de cuyos pétalos es una fina hoja de oro. Casi a lo largo de toda la pared del fondo cuelga un tapiz muy deteriorado, de colores completamente apagados. Representa con toda probabilidad a los Reyes Magos: son tres personajes, uno arrodillado, los otros dos de pie, de los que sólo uno ha quedado casi intacto: lleva una larga vestidura con mangas acuchilladas; le cuelga una espada de la cintura y sostiene en la mano izquierda una especie de bombonera; tiene el pelo negro y va tocado con un extraño sombrero adornado con un medallón, mezcla, a la vez, de boina, tricornio, corona y gorro. En primer término, un poco a la derecha y de bies con relación a la ventana, Véronique Altamont está sentada ante un escritorio forrado de piel y adornado con

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