La vida instrucciones de uso

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Georges Perec

La vida instrucciones de uso

no tenía más que una oreja y un ojo; había perdido la nariz, los dientes, la mandíbula inferior. Toda la parte baja de su cara era un horrible magma rosáceo agitado de temblores irreprimibles o, por el contrario, paralizado en unos rictus infames. A raíz del accidente, Massy había renunciado por fin definitivamente al ciclismo y había vuelto a su antiguo oficio de talabartero, que había aprendido cuando sólo era un aficionado. Había comprado la tienda de la calle Simon–Crubellier —su antecesor, el vendedor de cañas de pescar, a quien había enriquecido el Frente Popular72, se instalaba en la calle Jouffroy, en un local cuatro veces mayor— y compartía la vivienda de la planta baja con su hermana Josette. Todos los días a las seis iba al hospital Lariboisière a visitar a Lino Margay y lo recogió en su casa, cuando salió de allí. Su sentimiento de culpabilidad era inextinguible y cuando, a los pocos meses, el antiguo campeón le pidió la mano de Josette, insistió tanto que logró persuadir a su hermana para que se casara con aquel monstruo larvario. Los jóvenes se instalaron en Enghien en una casita a orillas del lago. Margay alquilaba a los veraneantes y agüistas tumbonas, barcas e hidropedales. Con la parte inferior de la cara constantemente envuelta en una gran bufanda lograba disimular un poco su repugnante fealdad. Josette llevaba la casa, hacía la compra, limpiaba o cosía a máquina en un cuarto al que había pedido a Margay que no entrase nunca. Tal estado de cosas no llegó a durar dieciocho meses. Una noche de abril de mil novecientos treinta y nueve volvió Josette a casa de su hermano, suplicándole que la librase de aquel hombre con cara de gusano que se había convertido en su pesadilla de todos los instantes. Margay no intentó hallar, ver o recobrar a Josette. A los pocos días llegó una carta a casa del talabartero: Margay se hacía cargo de lo que Josette venía pasando desde que se había sacrificado por él y le imploraba su perdón; siendo tan incapaz de pedirle que volviera como de poder acostumbrarse a vivir sin ella, prefería huir, expatriarse, esperando hallar en algún país remoto una muerte que lo liberara. Sobrevino la guerra. Massy, militarizado por el S.T.O.73, se fue a Alemania a trabajar en una fábrica de calzado y Josette instaló un taller de costura en la talabartería. En aquellos tiempos de penuria en los que los almanaques recomendaban reforzar los zapatos con suelas fabricadas a base de varios gruesos de papel de diario o con trozos viejos de fieltro inusable y deshacer los viejos jerseys para confeccionar otros nuevos, era obligado rehacer la ropa vieja y no le faltó trabajo. Se la veía, sentada cerca de la ventana, recuperando hombreras y forros, dándole vuelta a un abrigo, cortando una blusa con un retal de brocado o, arrodillada a los pies de la señora de Beaumont, señalando con tiza el borde de su falda pantalón sacada de un pantalón de cheviot de su difunto esposo. Marguerite y la señorita Crespi iban a veces a hacerle compañía. Las tres mujeres permanecían calladas alrededor de la estufita de leña, que sólo alimentaban algunas bolas de serrín y papel, dando puntadas durante largas horas bajo la débil luz de la lámpara pintada de azul. Massy regresó a finales del cuarenta y cuatro. Los dos hermanos reemprendieron su vida en común. Nunca pronunciaban el nombre del antiguo stayer. Pero una noche, el talabartero sorprendió a su hermana arrasada en lágrimas y acabó confesándole que, desde que había abandonado a Margay, no había dejado de pensar en él un solo día: no era la compasión ni el remordimiento lo que la atenazaba, sino el amor, un amor mil veces más fuerte que la repulsión que le inspiraba la cara del ser amado. 72 Con las primeras vacaciones pagadas, verano de 1936, se desarrolló la afición popular a la pesca con caña. (N. del T.) 73 S. T. O. (Service Travail Obligatoire): Servicio del Trabajo Obligatorio. (N. del T.)

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