1970c

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ÍNDICE

La visión general, Lorenzo Meyer, 13 El hilo conductor: cambio y resistencia, 13 El contexto amplio. Del mundo bipolar al mundo unipolar, 15 El México del neopopulismo y la crisis estructural, 21 Fin de un modelo económico, efectos sociales y aceleración de ritmo del cambio político, 24 La tecnocracia, última etapa del régimen posrevolucionario, 26 El cierre del ciclo histórico, 29 [Apartado de imágenes, entre las páginas 32 y 98] [Referencias de las imágenes, 99]

Introducción, Ilán Bizberg, 103 Estados Unidos: de la vecindad distante a la proximidad difícil, Lorenzo Meyer, 111 Primera parte. La fase final del nacionalismo revolucionario, 111 Una perspectiva teórica, 111 1968, un año axial, 113 La sorpresa de 1969, 114 La búsqueda de alternativas, 118 Tratar con Estados Unidos desde una plataforma petrolera, 122 México como potencia media, 126 Segunda parte. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte, 129 La crisis estructural, 129 La doble hélice del núcleo del problema, 130 Contadora, 133 El narcotráfico, 136 La migración, 138 El gran cambio o la integración de las economías, 139 El TLCAN o el gran viraje, 141 Después del TLCAN, 145 El tramo final, 148 La agenda del futuro, 151 Índice de tablas, 153

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Crecimiento y comercio, José Romero, 155 Introducción, 155 La evolución económica de Estados Unidos en el periodo 1940-2000, 156 La evolución económica de México durante el periodo 1940-2000, 170 Sustitución de importaciones y apertura comercial: una comparación de resultados, 206 Conclusiones, 219 Índice de figuras y tablas, 221 Breve relato de cincuenta años de política económica, Manuel Gollás, 223 Introducción, 223 Los momentos económicos, 223 Los grandes problemas nacionales de ayer y hoy, 224 El bienestar revolucionario, 227 Primera parte. La visión de conjunto (1900-1970), 228 La economía mexicana de 1900 a 1940, 228 La economía de 1940 a 1970, 229 La pobreza y la desigualdad de 1950 a 1970, 234 El desarrollo estabilizador (1950-1970), 237 Segunda parte. La visión sexenal (1970-2000), 237 Luis Echeverría (1970-1976), 237 José López Portillo (1976-1982), 239 Miguel de la Madrid (1982-1988), 241 Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), 247 Ernesto Zedillo (1994-2000), 250 Tercera parte. La visión sectorial, 261 La industria, 261 La agricultura, 266 El sector externo, 275 Cuarta parte. La visión monetaria, 282 Antecedentes, 282 La crisis del 94: las causas y los remedios, 284 Crónica de una devaluación anunciada, 288 La política monetaria en la crisis de 1994, 289 Devaluar o no devaluar: he ahí el dilema, 290 Preguntas sin respuesta, 291 Quinta parte. Resumen y conclusiones, 292 Resumen, 292 Conclusiones, 304 Apéndice. El desempleo: sus orígenes y sus remedios, 306 Índice de figuras y tablas, 312 Auge y decadencia del corporativismo, Ilán Bizberg, 313 Del pacto nacional-popular al pacto corporativo, 315 La consolidación del pacto corporativo y los conflictos en los márgenes, 320 El sexenio de Echeverría: intento de transformación del régimen y auge de los movimientos sociales, 323 El sexenio de López Por tillo: restauración del corporativismo y liberalización política, 331

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ÍNDICE

Las organizaciones populares ante el cambio de modelo económico y el intento de establecer un Estado clientelar, 337 Las organizaciones campesinas y el sindicalismo ante la descomposición del régimen, 351 Fin del corporativismo, 364 La construcción de la democracia electoral, Alberto Aziz Nassif, 367 El par tido hegemónico, 1963-1976, 371 El par tido dominante y la crisis, 1977-1988, 381 Hacia el pluralismo tripar tito, 1989-1997, 391 La alternancia presidencial, las elecciones de 2000, 408 Comentarios finales, 418 Anexo. Formato del sistema de partidos políticos en elecciones de diputados federales en México, clasificación por estados, 1985-2000, 420 Índice de figuras y tablas, 428 Continuidad y cambios de la migración a Estados Unidos, Francisco Alba, 429 De los Programas de Braceros a “la política de la no-política”, 431 Los controles migratorios y la consolidación de la migración permanente, 435 La diáspora mexicana y las remesas, 442 Una negociación truncada, 445 La deuda externa, Carlos Marichal, 451 La deuda externa desde la Revolución hasta la segunda guerra mundial, 454 La autonomía financiera de México en la posguerra (1946-1958), 457 Despegue de la deuda externa durante el desarrollo estabilizador (1958-1970), 459 Auge de la deuda externa en los años setenta: la construcción de una tragedia, 464 La crisis de la deuda externa en 1982 y las renegociaciones durante la década perdida, 471 Las finanzas de la administración de Salinas y la singularidad de la crisis financiera de 1994-1995, 477 La crisis de 1995: el debate sobre sus causas y su relación con los ciclos políticos y económicos, 482 El mayor rescate financiero de la historia: condiciones jurídicas de los acuerdos financieros entre México y Estados Unidos en febrero de 1995, 487 Los costos económicos y sociales del rescate: la depresión económica y la “década perdida” de los años noventa, 488 Nuevas fórmulas políticas para regular la deuda, 488 Índice de figuras y tablas, 491 Casi cuarenta años de desigualdad, Fernando Cortés, 493 A manera de introducción: las posturas, 493 Las tendencias en la distribución del ingreso en los hogares, 494 El periodo 1963-1977, 495 El periodo 1977-2000, 496 Los microdatos de las Encuestas Nacionales de Ingresos y Gastos de los Hogares, 1977-2000, 498 Nuevo análisis del periodo 1977-2000, según hogares ordenados por deciles, 500 Retrato hablado de los deciles de ingreso per cápita, 502 Estratos sociales y distribución del ingreso, 512 El uso de la fuer za de trabajo y la evolución de la desigualdad, 514 Conclusiones y consideraciones finales, 519 Índice de tablas, 521

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PERMANENCIAS

Notas, 523 Bibliografía general, 559 Nota editorial para los apéndices, 579 Mapa 1. Clasificación de entidades federativas según nivel de bienestar, 2000, 580 Tabla I. Población total y sus principales características, 1970-2000, 581 Tabla II. Población económicamente activa ocupada por sector, 1970-2000, 582 Tabla III. Población económicamente activa, 1965-2000, 583 Tabla IV. Trabajadores asegurados permanentes al IMSS por rama de actividad, 1980-2000, 584 Figura 1. Tasa de desocupación abierta en áreas urbanas, 1975-2000, 585 Tabla V. Población derechohabiente de las instituciones de seguridad social, 1965-2000, 586 Tabla VI. PIB: sectores de actividad, 1940-2000, 587 Tabla VII. PIB, población e ingreso por habitante, 1940-2000, 588 Tabla VIII. Par ticipación porcentual en el ingreso monetario, según deciles de hogares, 1977-2000, 589 Tabla IX. Índices de bienestar por sexenio, 590 Tabla X. Salarios mínimos e inflación por sexenio, 1964-2000, 590 Tabla XI. Número de trabajadores por central obrera, 591 Tabla XII. Reparto de tierra por periodos presidenciales, 1935-1992, 592 Tabla XIII. Exportaciones totales de México y sus principales compradores por año, 1990-2000, 593 Tabla XIV. Exportaciones por rama de actividad económica, 1970-2000, 593 Tabla XV. Balanza comercial entre Estados Unidos y México, 1970-2000, 594 Tabla XVI. Inversión extranjera directa, 1960-2000, 595 Tabla XVII. Remesas enviadas por trabajadores mexicanos en Estados Unidos, 1990-2000, 596 Tabla XVIII. Migrantes mexicanos a Estados Unidos por entidad federativa de origen, 1999, 597 Tabla XIX. Emigración de mexicanos, 1960-2000, 598 Tabla XX. Población mexicana residente en Estados Unidos, 1970-2000, 599 Figura 2. Inversión pública y privada, 1940-2000, 600 Tabla XXI. Ingresos y egresos del gobierno federal, 1977-2000, 601 Tabla XXII. Deuda externa por sexenio y su porcentaje del PIB, 1970-2000, 602 Figura 3. Deuda pública, 1940-1999, 603 Tabla XXIII. Pagos sobre la deuda pública, 1980-2000, 604 Tabla XXIV. Composición de la cámara de diputados por partido político, 1964-2000, 605 Tabla XXV. Composición de la cámara de senadores por partido político, 1964-2000, 606 Tabla XXVI. Número de votos por partido en las elecciones presidenciales, 1964-2000, 607 Cronología: marco histórico contemporáneo, Macario Schettino, 609 Índice analítico, 627 Referencias de los colaboradores, 643

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INTRODUCCIÓN Ilán Bizberg

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a historia de nuestro país en los últimos treinta años estuvo dominada por tres grandes movimientos económicos y políticos que incluyen tanto la dimensión nacional como la internacional y que transformaron nuestro régimen económico y político. Entre las grandes tendencias a las que fue sometido el país, la principal fue el movimiento de globalización que afectó al mundo entero y que se tradujo en la apertura de la economía en casi todas las naciones. México, que se había caracterizado por una economía cerrada, orientada a sustituir importaciones y dirigida primordialmente por el Estado, transitó hacia un modelo económico abierto al exterior, orientado a exportar y dominado por el capital nacional y extranjero. Este movimiento ha envuelto a nuestro país y lo ha llevado a acercarse a Estados Unidos de tal manera que pasamos de una vecindad distante a ser socios en la mayor área de libre comercio del mundo. Pero la globalización no sólo obligó a la apertura y nos acercó a nuestro vecino del norte; también significó una transformación radical del papel del Estado que redujo y reorientó sus actividades económicas y su función social. No obstante, tal proceso no se debió sólo a la influencia del exterior, sino a que la nueva clase dirigente, los tecnócratas, utilizó hábilmente la presión externa para dar al Estado una renovada capacidad de decisión, haciendo lo posible por desligarlo de los compromisos a los que estaba atado por la relación corporativa que mantenía con los sectores populares desde que se selló el pacto nacional-popular durante el cardenismo. Esto produjo un paulatino e inexorable desgaste del régimen, basado en un Estado que actuaba como el principal agente de desarrollo y que tenía una alianza con los sectores populares. Aunque las elites gobernantes también hicieron todo para evitar o al menos retrasar el proceso de liberalización política, tal movimiento se tradujo finalmente en la alternancia del 2 de julio de 2000, debido al surgimiento y la acción de los partidos políticos, actores que adquirieron cada vez mayor relevancia, al grado que las elecciones y el sistema partidista se convirtieron en el renglón más destacado de la modernidad política del país, en contraste con la inmadurez de la mayoría de las organizaciones sociales que habían sido los ejes del control que permitió a la elite gobernante retrasar la transición. Como lo considera la mayoría de los estudios incluidos en esta obra, el arranque de las grandes transformaciones se dio en la década de 1970, que se concentra política y simbólicamente en el conflicto estudiantil de 1968. El movimiento estudiantil surgió cuando los resultados económicos del régimen autoritario eran muy favorables, pues el país registraba elevados niveles de crecimiento, y la relación entre el Estado y los sectores obreros y campesinos, que habían constituido originalmente al régimen, se hallaba firmemente consolidada. Esto es muy claro en el caso obrero, ya que apenas en 1964 se había logrado integrar casi a la totalidad del sin-

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dicalismo en el seno del Congreso del Trabajo. El panorama político no se agotaba, sin embargo, en el éxito económico y la subordinación de los sectores populares, ya que la estructura social del país había cambiado de manera radical. El acelerado crecimiento económico de los treinta años anteriores había producido una nueva clase media urbana, con altos niveles de escolaridad, así como un empresariado nacional. Ninguno de estos dos grupos estaba incorporado en la alianza original del régimen, y ambos comenzaron a manifestarse cada vez más abiertamente. Ello significaba que, aunque el régimen hubiera consolidado su relación con obreros y campesinos, cada vez había un mayor segmento de la población fuera del pacto corporativo. También es cierto que, dentro de este pacto, una cosa era la relación con las cúpulas y otra el descontento aún difuso —que se manifestaría años más tarde— de los obreros calificados de las empresas más modernas del país, creadas durante la última década. Además de estas tendencias que lo envolvieron y lo condujeron a importantes transformaciones internas y en su relación con el exterior, el país estuvo sometido a fuertes inercias provenientes de su pasado, como la aguda desigualdad del ingreso, la migración y el endeudamiento. La primera, que todavía define la situación social del país, pese a los significativos cambios económicos que ha experimentado, explica asimismo la segunda: el constante flujo migratorio de nuestros compatriotas hacia Estados Unidos. Finalmente, también per vive el problema de la deuda externa, pues aunque los cambios en la elite gobernante dieron a los tecnócratas el dominio de la conducción económica, el país no ha logrado manejar de manera eficaz y responsable su capacidad de endeudamiento externo. Los capítulos reunidos en este tomo cubren varias dimensiones de estos cambios e inercias. El ensayo de Lorenzo Meyer describe cómo, hasta la crisis de 1982, nuestro país logró mantener una independencia relativa frente su vecino del norte, pero a partir de ese momento, la debilidad de las bases económicas llevó a que surgiera la idea de un área de libre comercio en América del Norte, cuyo objetivo sería paliar las deficiencias de la economía mexicana. La firma del Tratado de Libre Comercio, uno de los momentos más importantes en las relaciones con Estados Unidos, selló simbólicamente el fracaso del nacionalismo mexicano y estableció una “relación especial” con la única superpotencia de fines del siglo XX. El ensayo de José Romero ubica este acercamiento entre Estados Unidos y nuestro país en el contexto de las transformaciones sufridas por la economía internacional en los últimos treinta años y su efecto sobre la economía mexicana. Analiza cómo la economía estadunidense estaba sufriendo las consecuencias del paulatino desorden presupuestal de su gobierno, que comenzó a reflejarse en crecientes niveles de inflación. Comenzaba, además, el vertiginoso movimiento internacional de capital. Estos hechos obligaron a un aumento de las tasas de interés en nuestro país vecino que condujo a una recesión. Ambas transformaciones afectaron a nuestro país, tanto en lo que se refiere a un aumento de los intereses de nuestra abultada deuda, como a la baja de los precios del petróleo. Pero, además, el hecho de que las tasas de interés elevadas sobrevaluaran al dólar y generaran los enormes déficit comerciales que vivió Estados Unidos hasta mediados de los años noventa, se interpretó en ese país como una pérdida de competitividad de sus empresas. Esta interpretación fue lo que llevó a Estados Unidos a obligar a muchos países a abrir sus economías, entre ellos México. Éste fue el contexto en el cual nuestro país abandonó el sistema de sustitución de importaciones que, según Romero, aún contaba con cierto margen de operación.

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INTRODUCCIÓN

Romero propone que el modelo de sustitución de importaciones no estaba condenado al fracaso, como lo plantean sus críticos desde el nuevo modelo exportador, sino que la presión de Estados Unidos y, en especial, las decisiones equivocadas del gobierno mexicano lo llevaron a un callejón sin salida. Estas decisiones derivaron de una visión politizada de la economía que hizo fracasar la política de sustitución de importaciones y que, a la larga, obligó al país a pactar con las agencias económicas internacionales una política de apertura económica casi sin condiciones. El gobierno mexicano partió de un diagnóstico político para definir el manejo económico del país, cuando interpretó la devaluación de 1956 y los subsecuentes conflictos sociales de 1958-1959 como hechos que ponían en peligro la estabilidad del régimen político mexicano. De ahí surgió la idea de que la prioridad del gobierno debía ser mantener a toda costa la estabilidad de precios y cambiaria, mediante la aplicación de una política monetarista ortodoxa. Tal decisión destruyó la viabilidad de la política de sustitución de importaciones al acrecentar enormemente el déficit de la balanza comercial. Si bien hasta los años sesenta se exportaba lo suficiente como para cubrir los aumentos de las importaciones de productos intermedios y de capital necesarios para el proceso sustitutivo, a partir de entonces las exportaciones disminuyeron de manera importante. La sobrevaluación del peso significó que el país se atrasara en profundizar la sustitución de importaciones, ya que el bajo precio de las divisas extranjeras hizo inviable que a la sustitución de importaciones de bienes de consumo siguiera la sustitución de bienes de capital, pues era más barato y fácil seguir importándolos. Hubo incluso políticas industriales específicas que estimulaban la importación de bienes de capital en momentos en que se debía haber promovido sustituirlos. Además, la sobrevaluación del peso significaba desestimular la exportación. Manuel Gollás muestra cómo, en efecto, ésta fue una de las debilidades más patentes del modelo mexicano de sustitución de importaciones, en especial si se compara con los de otros países como Brasil, que logró sustituir 90% de los bienes de capital, mientras México, que en 1951 importaba 50% de los bienes de capital, diez años más tarde apenas había avanzado a 55%. De hecho, el autor describe cómo el proceso de sustitución de importaciones no sólo fue parcial, sino que fracasó porque sólo trasladó la importación de bienes de consumo a bienes intermedios y de capital, pues para producir los primeros se tenía que importar cada vez más de los segundos. Esta forma de abordar la sustitución de importaciones requirió cada vez mayores necesidades de endeudamiento externo, las cuales llegaron a su límite en la década de 1970. A partir de los años setenta, las variables macroeconómicas comenzaron a cambiar en detrimento del proyecto sustitutivo. Por diversas razones, desde principios de esa década, la economía comenzó a crecer con menor rapidez. Ante esta circunstancia, el gobierno de Echeverría tomó una decisión que marcó el rumbo del modelo: para compensar el menor crecimiento, decidió aumentar el gasto público e inter venir más en la economía. En contraste con lo que plantea la crítica usual al modelo de sustitución de importaciones, Gollás opina que tal inter vención no era una característica inherente al modelo, sino que con ella se modificó radicalmente la filosofía económica del gobierno. Y fue esa decisión, más que el propio modelo sustitutivo, la que hizo que se incrementara el déficit fiscal y la necesidad de préstamos externos, lo que a la larga dio al traste con el antiguo proyecto económico. Gollás también analiza las limitaciones propias del modelo de sustitución de importaciones. Una de las más graves fue el hecho de que “la rentabilidad industrial privada se mantu-

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viera a costa de la rentabilidad social”, es decir, que se transfirieran a la industria recursos de prácticamente todos los demás sectores económicos, de manera que el proceso de industrialización era desigual, pues sacrificaba, vía impuestos, precios y otras formas de transferencia, algunos sectores de la economía nacional para fomentar otros. Entre los más afectados estaba la agricultura, lo cual se relaciona estrechamente con la radicalización de la pobreza en este sector que genera la mayor parte de la población que migra a las ciudades y al extranjero. El fracaso del modelo de sustitución de importaciones quedó latente durante casi diez años, alimentado por los recursos del endeudamiento externo y las ventas del petróleo. Estalló finalmente en la crisis financiera de 1982. A partir de entonces, el gobierno mexicano hizo girar ciento ochenta grados la orientación de su política económica, lo que tuvo repercusiones sobre su política exterior. Primero se incorporó el país al GATT, organización dominada por Estados Unidos, y luego se firmó el Tratado de Libre Comercio. Como señala Meyer, el efecto de la debilidad económica que nos llevó al TLCAN marcó también un giro fundamental en nuestra relación con Estados Unidos. Desde la época cardenista, el proyecto nacional y el régimen político (nacional-popular) se basaban en mantener una distancia, una independencia relativa, de nuestro vecino del norte. La elite gobernante buscaba mantener espacios reales y simbólicos de independencia frente a Estados Unidos y tener un control sobre los procesos políticos y económicos internos, así como cierta autonomía en su postura internacional, que no siempre era bien comprendida por el gobierno estadunidense. Esta política se hizo insostenible a partir de 1982 y prácticamente se abandonó a raíz de la firma del tratado. La dependencia económica de México trajo aparejada la alineación de su política exterior a la de Estados Unidos. Dos capítulos abordan la relación que estos cambios tienen con las transformaciones del régimen político. Por un lado, el que esto escribe analiza el proceso de descomposición del sistema corporativo, que significó la paulatina pérdida del control del sindicalismo y del campesinado, centrales no sólo para el control de las demandas de estos sectores sociales sino como soportes políticos del régimen. Por su parte, Alberto Aziz describe cómo se pasó de un régimen autoritario, basado en un partido hegemónico, a un sistema partidista competitivo, pues la descomposición del régimen corporativo autoritario hizo nacer un régimen de partidos. El primer análisis parte de que la relación entre el Estado y las organizaciones sindicales y campesinas constituyó la columna vertebral del autoritarismo mexicano. El artículo analiza los cambios y las crisis de una relación que se conformó en el sexenio de Cárdenas como una verdadera alianza entre las clases populares y el Estado, en tanto que las organizaciones de clase estaban de acuerdo con el proyecto del Estado mexicano de desarrollar al país y distribuir la riqueza. A diferencia de lo que sucedió en Argentina (1955) y Brasil (1964), en México la crisis política de 1958-1959 obligó a modificar el carácter de la alianza entre el Estado y las organizaciones populares, que pasó de un pacto inclusivo a un “arreglo” corporativo con las organizaciones más estratégicas, y pese a ser más excluyente no significó un cambio en la naturaleza del régimen. Aunque el sistema corporativo pasó la prueba del 68, según puede deducirse del poco apoyo que el sindicalismo y las organizaciones campesinas dieron al movimiento estudiantil, también hubo un importante descontento entre los sectores más modernos de la industria y la agricultura, que se expresó ante la llamada “apertura” del sexenio de Echeverría. El proceso de globalización, el retiro del Estado y la apertura económica condujeron a un cambio de terreno de los movimientos obrero y campesino. En el campo, la Unión Nacional de Organizaciones Re-

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INTRODUCCIÓN

gionales Campesinas Autónomas ya no luchó por la tierra sino por obtener mejores precios para sus productos y condiciones de crédito más favorables de las empresas paraestatales. Por su parte, aunque el sindicalismo más autónomo, identificado con la Federación de Sindicatos de Empresas y Bienes Estatales y, a partir de 1997, con la Unión Nacional de Trabajadores, inició con la defensa de sus contratos colectivos de trabajo, pronto cambió su estrategia para involucrarse en los asuntos de la producción de sus empresas y tratar de garantizar que los obreros obtuvieran parte de los beneficios de los aumentos de la productividad. Ninguno de estos movimientos rechazó la modernización de la economía, sino sólo defendió los intereses de sus agremiados frente a una modernización que favorecía al gran capital industrial y agrario y al capital financiero internacional. No obstante, a pesar de la fuerza propositiva de ambos, su gran debilidad fue intentar acumular fuerza mediante un acuerdo cupular con la presidencia de la República. También su incapacidad para representar a los sectores dañados por la apertura constituyó una limitación importante. Por ello, desde el final del sexenio de Salinas y durante todo el gobierno de Zedillo surgieron movimientos que, como el Barzón y el EZLN, se formaron fuera de los marcos netamente institucionales y fueron producto del vacío institucional creado por la descomposición del régimen político corporativo. En la medida en que no pretendían regresar a una situación de privilegio corporativo ni conseguir el poder político, no podían ser cooptados por el antiguo régimen y representan movimientos precursores del nuevo. El capítulo de Aziz plantea la otra cara de la moneda de la descomposición del régimen, es decir, cómo se construyó un gobierno distinto, ya no basado en el control de las organizaciones sociales sino en las elecciones. Analiza cómo, hasta 1976, el país no tuvo elecciones competitivas, y cómo a partir de la reforma electoral de 1977 pasó de ser un sistema electoral basado en un partido único a uno de partido dominante, hasta que a raíz de la creación de un IFE ciudadano se convirtió en un sistema de competencia electoral que dio rápidamente lugar a la alternancia. En la etapa de partido hegemónico, la legitimidad no residía en las elecciones, sino en lo que el gobierno hacía por los sectores sociales incluidos en el pacto corporativo y por los ciudadanos en general. Había consenso sin democracia en un contexto favorable donde el crecimiento permitía integrar muy rápido a la población en la economía formal. Por ello, los problemas electorales no tenían repercusiones en la vida política y social del país. El segundo periodo comenzó con la reforma política de 1977. Se había roto el consenso porque el régimen era cada vez menos eficaz en los propósitos económicos y sociales que se había planteado. No obstante, la resistencia y el disenso se estaban expresando de manera antisistémica, y en ocasiones incluso de manera ilegal. El régimen pretendió canalizar el descontento por vías institucionales. El sistema electoral comenzó a cobrar importancia y las elecciones a ser un grave problema para el gobierno, porque éste se vio obligado a recurrir cada vez más frecuentemente al fraude, como sucedió en Chihuahua en 1986 y en todo el país en 1988. Las presiones internas al sistema electoral, la incongruencia de tener elecciones cada vez más abiertas junto a fraudes electorales cada vez más evidentes, con una falta de control sobre los recursos que el PRI utilizaba para sus candidatos y, sobre todo, por una apertura electoral selectiva, hacia el PAN y no hacia el PRD, llevó al quiebre de la estructura del sistema electoral basada en la reforma de 1977. La aparición del EZLN y la crisis interna que significó para el PRI el asesinato de su candidato a la presidencia obligaron a una nueva reforma, la cual abrió la etapa de elecciones competitivas que dieron lugar a la alternancia y a un nuevo régimen político.

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Sin embargo, en el México de estas últimas tres décadas no sólo hubo cambios, sino también fuertes inercias. El trabajo de Fernando Cortés analiza cómo durante la aplicación del modelo económico de sustitución de importaciones la distribución del ingreso mejoraba lenta pero persistentemente. Ello tal vez signifique que la pobreza estaba disminuyendo efectivamente. Los datos muestran que los deciles medios de ingreso, donde están ubicadas las clases medias bajas y los hogares pobres (pero no en pobreza extrema), adquirían más ingresos, mientras que los deciles más elevados obtenían menos. No obstante, como lo plantea el autor, el problema estaba lejos de ser resuelto, ya que la distribución del ingreso era muy mala. Pese a todo, un primer diagnóstico del nuevo modelo es que entre 1982 y la actualidad ha empeorado la distribución del ingreso. Se puede ver una tendencia contraria a la que existió durante el modelo de sustitución de importaciones, ya que crece el ingreso en los deciles más altos, lo que significa que el nuevo modelo es menos equitativo. En 1996 se dio una tendencia contraria, que requiere de interpretación y estudios posteriores. Aparentemente, la distribución del ingreso mejoró en ese año. Esto puede interpretarse de dos maneras distintas: que si bien hasta 1994 el nuevo modelo exportador se había mostrado menos equitativo que el anterior, existían signos de que comenzaba a rendir sus frutos, mejorando la situación de los mexicanos, como lo publicitan sus defensores. Pero el autor se inclina hacia otra interpretación: que esto muestra más bien un proceso de equidad por empobrecimiento generalizado. La crisis de 1994-1995 llevó al empobrecimiento de toda la población, lo cual se refleja en los datos como mayor igualdad. Por otra parte, que los hogares más pobres vean aumentar sus ingresos puede ser signo de una estrategia de super vivencia, ya que frente a una situación económica cada vez más difícil los hogares se ven obligados a incorporar a más de sus miembros al mercado de trabajo. Lo que la mala distribución del ingreso refleja de la pobreza del país, conduce a su vez a la persistente migración hacia Estados Unidos. Francisco Alba traza la manera en que el fenómeno migratorio se desplaza del margen al centro de la sociedad y cómo, de ser un fenómeno residual y localizado en ciertas regiones, se convierte en una realidad muy extendida que afecta prácticamente a todo el país, y de ser un fenómeno económico de naturaleza circular y cíclica se volvió un dato económico permanente. De manera concomitante a la importancia numérica de los flujos migratorios, las remesas que envían los emigrantes a sus familias se volvieron un rubro cuya importancia en la balanza de pagos rivaliza de manera sostenida con la de los ingresos petroleros y turísticos. Se crearon, además, expectativas desmesuradas sobre tales remesas, como elemento clave en las estrategias para el desarrollo y la transformación productiva de las comunidades mexicanas. También hubo un desplazamiento de la cuestión migratoria desde los márgenes de la política exterior hacia el centro de la relación con Estados Unidos. Allí existe una diáspora mexicana que ha demandado y obtenido espacios de influencia y atención del gobierno y la sociedad de ambos países. La migración se ha convertido en una de las cuestiones más espinosas y delicadas de la agenda bilateral, al tiempo que forzó un acercamiento con nuestro vecino del norte. Al inicio del siglo XXI, el gobierno mexicano ubicó el problema migratorio en el centro de su política frente a Estados Unidos. Finalmente, Carlos Marichal analiza otra de las graves inercias que arrastra el país: la dependencia de México del flujo de capitales extranjeros, y vincula esta dependencia al fracaso y abandono del modelo sustitutivo. Afirma que tanto la deuda externa (que comenzó a cre-

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INTRODUCCIÓN

cer de manera acelerada desde los años sesenta) como su aumento exponencial (que a la larga nos llevó a una apertura inadecuada) tenían el mismo origen: la prioridad de la política económica se orientó, en todo momento, a defender la paridad peso-dólar, más allá de lo económicamente razonable, lo cual derivaba del origen político de las decisiones económicas. Por razones igualmente políticas, no se llevó a cabo una reforma fiscal que podría haber aliviado la necesidad de recursos del exterior. Por otra parte, también fue política la protección excesiva, al grado de facilitar la importación de bienes de capital cuando se debió proceder a sustituirlos. Marichal también analiza cómo el cambio del modelo económico no ha modificado la forma de la política económica. Su ensayo sobre la historia de la deuda externa de México plantea claramente que ésta no ha dejado de crecer aunque haya cambiado el modelo. Pese a la preparación tecnocrática de nuestros gobernantes y a su política supuestamente liberal, han continuado los costosos errores, como la concentración de la mayor parte de la deuda contraída entre 1990 y 1994 en instrumentos de corto plazo, que llevó a la grave crisis de 1994. De su análisis se puede concluir que si bien la racionalidad económica cambió, la racionalidad política no lo hizo; mientras sobrevivió el régimen autoritario mexicano, los agentes políticos utilizaron los mecanismos económicos a la manera tradicional. Romero propone algunas hipótesis sobre por qué el país ha estado dominado por tales inercias. Analiza cómo el modelo económico ha tenido el efecto contrario al previsto por la teoría en la que se basó, al no producirse ni el aumento de salarios ni la disminución del incentivo de emigrar que debían acompañar la apertura comercial. Vemos, además, que la disparidad entre los niveles de vida de Estados Unidos y México ha crecido y que la distribución del ingreso se ha deteriorado. Finalmente, estas contradicciones del propio modelo se deben a un problema derivado del carácter de las exportaciones. A diferencia de lo que exportaba el país en la época del modelo de sustitución de importaciones, lo que se exporta ahora tiene poco valor agregado. Esto significa que a pesar de que han crecido de manera notable, tienen poca influencia sobre el crecimiento del PIB, o dicho de otra manera, están desvinculados de la “otra” economía: la nacional, la que consume y produce para el mercado interno. Es por ello que no vemos los efectos sobre los salarios, las condiciones de vida, etcétera. Por su parte, Gollás menciona algunos de los indicadores que explican esta situación, que básicamente conciernen a un drástico descenso del grado de integración nacional del sector que exporta. Si 83 centavos de cada dólar exportado correspondían a insumos mexicanos en 1983, para 1994 el componente de integración nacional había bajado a 42 centavos. Por su parte, el sector agropecuario productor de alimentos sufrió mucho con la apertura, en especial por la disparidad con su similar de Estados Unidos. No obstante, hay algunos ganadores: los trabajadores de los sectores industriales donde han crecido más las exportaciones, que obtienen salarios relativamente elevados, y la zona fronteriza, que se ha beneficiado ampliamente del boom exportador, en especial en lo tocante a la creación de empleos. Lo que no está claro es si estos beneficios llegarán al resto de la población. De la misma manera que los datos que ofrece Cortés no permiten concluir que el nuevo modelo mejore la distribución del ingreso, pues pueden interpretarse en forma contradictoria (como efectos homogeneizadores de la apertura o como una igualación en la pobreza), los efectos benéficos sobre el empleo en la región fronteriza y sobre los salarios en los sectores de exportación podrán interpretarse de igual modo: los optimistas dirán que se extenderán a los otros sectores industriales y regionales, y que la

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UNA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO: TRANSFORMACIONES Y

PERMANENCIAS

integración de la industria nacional aumentará como lo hizo en los países de Asia; por su parte, los pesimistas dirán que se ha acentuando la polarización que el modelo de sustitución de importaciones estaba combatiendo. Finalmente, que el país no haya logrado rebasar sus inercias a pesar de las grandes transformaciones por las que ha pasado, quizá se deba a causas políticas. Pese al notable desarrollo del sistema electoral mexicano en los últimos años, los actores sociales están poco desarrollados, lo cual significa que la política está desvinculada de la sociedad y que la democratización electoral no se ha traducido en democratización social. Esto tiene indudables efectos sobre la economía en cuanto que ésta no se define en función de su impacto social sino en términos de un modelo económico.

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