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1 —¡Bloquea! —¿Dónde? —No puedo decirte dónde. ¡Debes seguir mis movimientos! —Pues entonces no te muevas tan rápido. Mather pone cara de exasperación. —A un soldado enemigo no puedes decirle que se mueva más despacio. Sonrío al ver su exasperación, pero mi sonrisa no dura mucho pues la hoja sin filo de su espada de práctica me da debajo de las rodillas. Caigo de espaldas en la pradera polvorienta con un fuerte golpe, la espada se me escapa de las manos y desaparece entre la hierba que llega hasta los muslos. El combate cuerpo a cuerpo siempre ha sido mi punto débil. Yo culpo a Sir, porque no empezó a entrenarme hasta que tenía casi once años; algunas sesiones adicionales con una espada podrían haberme ayudado ahora a bloquear más de tres de los golpes de Mather. O quizá no existe entrenamiento que


pueda cambiar lo incómoda que siento la espada en la mano y cuánto me encanta arrojar la hoja circular de la muerte: mi chakram. Nunca ha sido mi fuerte prever los movimientos de un oponente a poca distancia mientras una espada me corta el campo visual. Los rayos del sol hacen que me arda la piel mientras estoy de cara al cielo azul, y hago una mueca al sentir una piedra particularmente afilada bajo la espalda. Es la cuarta vez en veinte minutos que termino en el suelo, mirando los tallos de hierba que se mecen en torno a mi cabeza. Mis pulmones inhalan con fuerza y tengo el rostro bañado en sudor, de modo que me quedo tendida de espaldas, disfrutando este momento de paz. Mather se inclina y aparece en mi campo visual, al revés por encima de mí, y espero que atribuya al esfuerzo el súbito rubor en mis mejillas. No importa cuántas veces me derribe al suelo, nunca deja de estar apuesto. Tiene el tipo de atractivo que me duele físicamente, y me hace buscar a tientas una silla cuando me coge desprevenida. Algunos mechones del pelo blanco inverneño le penden junto a la mejilla, y tiene el resto del pelo, que le llega hasta los hombros, sujeto por un cordel. La pechera de cuero que le cubre el torso revela que se ha pasado la mayor parte de su vida usando esos músculos en entrenamientos para el combate, y tiene los brazos delgados y descubiertos salvo por unos brazaletes de protección. Tiene pecas en todo el rostro pálido, el cuello y los brazos, fruto del sol cegador de la Llanura de Rania. —¿Los mejores seis de once? 10


El tono esperanzado de su voz, como si sinceramente creyera que puedo llegar a derrotarlo, me hace arquear una ceja. Rezongo. —Solo si los próximos seis combates se pueden pelear en distintos días. Mather ríe entre dientes. —Tengo órdenes estrictas de hacer que ganes por lo menos una pelea con espadas para cuando regresen William y los demás. Entorno los ojos y trato de tragarme el anhelo que me invade. Sir se fue con Greer, Henn y Dendera en una misión a Primavera mientras los demás nos quedamos aquí: Mather, el futuro rey (que puede ir a las misiones más peligrosas porque lo han entrenado desde su nacimiento en el arte de pelear); Alysson, la esposa de Sir (que nunca demostró la menor aptitud para pelear); Finn, otro soldado fuerte (regla de Sir: Mather siempre debe tener un guerrero capaz como respaldo); y yo, la huerfanita en perpetuo entrenamiento (quien, a pesar de seis años de práctica, todavía no es “lo bastante buena” como para que le confíen las misiones importantes). Sí, he tenido que aplicar mis habilidades para conseguir alimentos, alejar a algún que otro soldado o ciudadano contrariado de uno de los cuatro reinos rítmicos. Pero cuando Sir dispone misiones a Primavera, misiones en las cuales estaremos beneficiando directamente a Invierno en lugar de limitarnos a traer provisiones para los refugiados, siempre tiene una excusa para que yo no vaya: el Reino de Primavera es 11


demasiado peligroso; la misión es demasiado importante; no puede correr el riesgo de enviar a una adolescente. Parece que Mather reconoce el modo en que me muerdo el labio, o en que miro hacia otro lado, porque exhala con un fuerte suspiro. —Estás mejorando, Meira, de veras. William solo quiere estar seguro de que sepas pelear cuerpo a cuerpo además de a distancia, como todos los demás. Es comprensible. Lo miro, enfadada. —No soy tan mala para el combate cuerpo a cuerpo; es solo que no estoy a tu altura. Miéntele a Sir; dile que por fin te he derrotado. Eres nuestro futuro rey, ¡él confía en ti! Mather menea la cabeza. —Lo siento, solo puedo usar mis superpoderes para el bien. Se le crispa el rostro y tardo un segundo en darme cuenta de la mentira inesperada en lo que ha dicho. No tiene poderes, en realidad; nada mágico, y esa limitación ha sido difícil para nosotros durante toda nuestra vida. Me siento y arranco algunas hojas de hierba para hacerlas girar entre los dedos, aunque sea tan solo para tener algo que hacer en la repentina tensión. —¿Para qué usarías la magia? —le pregunto, con palabras tan tenues que casi se van flotando. —¿Quieres decir, además de mentirle a Sir por ti? —pregunta Mather en tono ligero, pero cuando me pongo de pie y me vuelvo hacia él, me duele el pecho al ver la tensión en su rostro. —No —respondo—. Si Invierno volviera a tener un conducto, un conducto que no fuera de linaje femenino, que cual12


quier monarca, fuera rey o reina, pudiera aprovechar, ¿para qué usarías ese poder? La pregunta escapa de mi boca como una piedra lisa en un arroyo, sus bordes desgastados por la frecuencia con que le doy vueltas en mi cabeza. Nunca hablamos del conducto de Invierno, el relicario que el Rey Angra Manu, de Primavera, rompió al destruir nuestro reino hace dieciséis años, a menos que tenga que ver con una misión. Siempre dicen: “Nos han dicho que una de las mitades del relicario estará en tal lugar en tal momento”; nunca: “Aunque logremos reconstruir nuestro conducto de linaje femenino, ¿cómo sabremos si la magia funciona cuando nuestro único heredero es hombre?”. Mather cambia de posición, golpeando la hierba con la espada como si estuviera librando una guerra personal contra la pradera. —No importa lo que haría con él; no puedo usarlo. —Claro que importa. —Frunzo el ceño—. Tener buenas intenciones... Pero me dirige una mirada exasperada antes de que pueda siquiera completar la frase. —No, no importa —replica. Cuanto más dice, más rápido le salen las palabras, como un torrente que me hace pensar que él también necesita hablar de ello—. No importa lo que yo quiera hacer, no importa lo buen líder que sea ni lo mucho que me entrene, no podré obligar a los campos helados a cobrar vida, ni curar pestes, ni dar fuerza a los soldados como lo haría si pudiera usar el conducto. Probablemente los inverneños preferirían tener una reina cruel que un rey con 13


buenas intenciones, porque con una reina al menos tendrían la posibilidad de que la magia se usara para ellos. No importa lo que haría yo con la magia, porque a los líderes se los valora por las cosas equivocadas. Mather jadea con el rostro tenso al oír todo lo que ha dicho, todas sus preocupaciones y sus debilidades puestas al descubierto. Me muerdo la mejilla por dentro, tratando de no mirar mucho el modo en que hace una mueca y vuelve a golpear la hierba. No debería haber insistido, pero tengo algo en el fondo que siempre arde de deseos de decir más, de aprender lo máximo posible acerca de un reino que nunca he visto. —Lo siento —murmuro, y me masajeo el cuello—. No ha sido sensato de mi parte tocar un tema delicado estando tú armado. Él se encoge de hombros, pero no parece convencido. —No, deberíamos hablar de eso. —Díselo a todos los demás —rezongo—. Se pasan el tiempo saliendo de misión y luego vuelven ensangrentados y dicen: “La próxima vez lo recuperaremos, y después recuperaremos la otra mitad, y entonces conseguiremos aliados, derrotaremos a Primavera y salvaremos a todos”. Como si fuera tan fácil. Si es tan fácil, ¿por qué no hablamos más de eso? —Duele demasiado —responde Mather. Así de simple. Eso me hace detenerme. Lo miro a los ojos, largamente y con cautela. —Algún día dejará de doler. La promesa que siempre nos hacemos los refugiados, antes de salir de misión, siempre que alguien regresa ensan14


grentado y dolorido, siempre que las cosas salen mal y nos acurrucamos con terror. Vamos a estar mejor... algún día. Mather enfunda la espada y se detiene, con la mano en la empuñadura, antes de dar dos pasos hacia mí y apoyarme la mano en el hombro. Cuando doy un respingo y lo miro, sobresaltada, se da cuenta de lo que está haciendo y retira la mano. —Algún día —concuerda, con voz entrecortada. El modo en que cierra y vuelve a abrir la mano que me ha tocado hace que el estómago me dé un vuelco de alegría—. Por ahora, lo único por lo que debemos preocuparnos es encontrar nuestro relicario para recuperar nuestra posición como reino y poder conseguir aliados que peleen con nosotros contra Primavera. Ah, y tenemos que asegurarnos de que puedas hacer algo más que tenderte en el suelo durante una pelea con espadas. Lanzo una risa fingida. —Muy gracioso, Su Alteza. Mather hace una mueca, y sé que es por el título que he usado. El título que tengo que usar. Esas dos palabras, Su Alteza, son la cuña que nos mantiene a la distancia apropiada: a mí, una huérfana que se entrena para ser soldado, y a él, nuestro futuro rey. No importan nuestras circunstancias desesperadas, no importa nuestra crianza compartida, no importa el escalofrío que me produce su sonrisa en todo el cuerpo, sigue siendo él, y yo sigo siendo yo, y sí, algún día necesitará tener una heredera femenina, pero con una dama hecha y derecha, una duquesa o una princesa... no con la chica que practica con él. Mather vuelve a desenvainar la espada mientras busco la mía entre la hierba, volviendo a concentrarme en la tarea en 15


cuestión más que en el modo en que sus ojos me siguen entre los tallos altos y amarillos. El campamento está a pocos pasos más adelante; las amplias praderas disimulan nuestras tiendas de campaña marrones y amarillas. Eso y el hecho de que la Llanura de Rania no es amigable con los viajeros nos han mantenido a salvo los últimos cinco años en este hogar patético... lo más cercano a un hogar que tenemos ahora. Hago un alto en mi búsqueda y contemplo el campamento con un peso cada vez mayor sobre los hombros. Lo suficientemente lejos de Primavera para no ser descubiertos, lo suficientemente cerca para poder ejecutar breves misiones de inspección, no es más que un grupito de cinco tiendas, más un corral para los caballos y otro para nuestras dos vacas. Fuera de eso, la Llanura de Rania es yerma, seca y muy calurosa, incluso para la medida sofocante del Reino de Verano, y por ello está vacía, un territorio que ninguno de los ocho reinos de Primoria quiere reclamar para sí. Nos llevó tres años lograr que nuestra huerta diera un puñado de vegetales escuálidos, ni pensar en una cosecha suficiente para que a un reino le valiera la pena ocupar la llanura. Habría que usar tanta magia de conducto para hacer rendir los cultivos que difícilmente valdría la pena, y nadie puede ganar nada tan solo mirando el atardecer. Pero todo esto basta para mantenernos a los ocho con vida. Ocho, de los veinticinco que escapamos originalmente a la caída de Invierno. Al pensar en esos números se me hace un nudo en el estómago. Nuestro reino era el hogar de más de cien mil inverneños, la mayoría de los cuales fueron masacra16


dos en la invasión de Primavera. Los que no lo fueron ahora están distribuidos en campamentos de trabajo en Primavera. Por los que quedan, esperando esclavizados, aunque sean pocos, vale la pena soportar esta vida nómada que llevamos ahora. Esas personas son Invierno, pedazos de la vida que deberíamos estar llevando, y merecen —todos merecemos— una vida de verdad, un reino de verdad. Y no importa durante cuánto tiempo Sir me limite a misiones menores, no importa con qué frecuencia yo me pregunte si el hecho de recuperar las piezas del relicario bastará para ganar aliados y liberar nuestro reino, estaré dispuesta a ayudar. Sé que Sir es consciente de la dedicación que late en mi interior; sé que entiende que comparto su deseo de recuperar Invierno. Y algún día, ya no podrá ignorarme. En un viaje a Yakim, uno de los Reinos Rítmicos, a mis doce años, un grupo de hombres nos acorraló a Sir y a mí en un callejón. Despotricaban contra los bárbaros y belicosos estacionales y decían que preferían que nos extermináramos entre nosotros para que su reina pudiera hurgar entre las ruinas de nuestro reino en busca de lo que, según ellos, habían perdido los estacionales: el origen de la magia de Primoria, el barranco sobre el cual se asientan nuestros cuatro reinos. —¿De veras quieren que nos matemos entre nosotros? —pregunté a Sir cuando logramos escapar. Yo misma había repelido a uno, pero mientras trepábamos por una pared del callejón para alejarnos de ellos, mi orgullo se había transformado en vergüenza y confusión. 17


En alguna parte, debajo de los reinos estacionales, hay una bola gigantesca y latente de magia; y en alguna parte de nuestros Montes Klaryn hubo una vez una entrada hacia allí. El barranco afecta solo a las tierras de los cuatro reinos estacionales —en la naturaleza extrema y constante de sus climas— pero todos los reyes y reinas de Primoria, tanto rítmicos como estacionales, poseen una porción de esa magia en sus conductos y pueden usarla en pro de sus reinos. Los cuatro reinos rítmicos nos odian porque no tienen más que eso: magia guardada en objetos como una daga, un collar, un anillo. Nos odian por haber dejado que la entrada se perdiera con el tiempo, las avalanchas y la memoria, por vivir directamente encima de la magia y no levantar hasta la última piedra de nuestros reinos para excavar y conseguir más magia. Sir se detuvo, se agachó hasta mi estatura y luego cogió un puñado de nieve medio derretida del lateral del camino. —Los Reinos Rítmicos nos envidian —dijo a la nieve embarrada—. En nuestro reino es invierno todo el año, en toda su gloria de nieve y hielo, mientras que los suyos pasan cíclicamente por las cuatro estaciones. Tienen que soportar la nieve que se derrite y el calor sofocante. —Me guiñó un ojo y esbozó su mejor sonrisa, un raro regalo que me enfrió el pecho de felicidad—. Deberíamos sentir pena por ellos. Fruncí la nariz al ver la masa de nieve y lodo, pero no pude sino compartir su sonrisa, disfrutando de la camaradería entre nosotros. En ese momento, más que nunca, me sentí inverneña, parte de esta cruzada por salvar nuestro reino. —Yo prefiero que sea invierno todo el tiempo —le dije. 18


Su sonrisa se desdibujó. —Yo también. Esa fue la primera vez que sentí, que supe, que Sir veía mi disposición. Pero por más a menudo que le demuestre mi capacidad, nunca logro superar sus restricciones... aunque eso no me disuade de seguir intentándolo. Es lo que hacemos todos: seguir tratando de vivir, de sobrevivir, de recuperar nuestro reino contra viento y marea. Encuentro mi espada de práctica apoyada en un área de hierba pisoteada. Con los músculos acalambrados por el esfuerzo, la recojo y miro con el ceño fruncido a Mather, que tiene la vista fija más allá, hacia la llanura. Su rostro no revela nada, toda expresión oculta por el velo que hace de él un monarca perfecto y un amigo irritante. —¿Qué pasa? Sigo su mirada. Cuatro formas se acercan tambaleantes; el calor convierte sus siluetas en espejismos ondulados. Pero son inconfundibles aun a esa distancia, y contengo el aliento con alivio. Uno, dos, tres, cuatro. Han regresado. Todos. Han sobrevivido.

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