REVISTA GUIA FARMACEUTICA Nº129

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Voces Médicas

En definitiva, conseguir mirar también hacia el aspecto positivo es un esfuerzo intencionado y voluntario que permite ampliar la visión de realidad y las opciones de logro y bienestar de uno mismo. Asimismo, “se logra mayor objetividad y exactitud en la comprensión de los resultados obtenidos, con lo que se entrenan nuevos recursos para responder mejor a las situaciones”, amplía Adriasola. El optimismo no consiste en la repetición de pensamientos o eslóganes felices a uno mismo; si bien estos otorgan bienestar por un momento, no ayudan a medio plazo a lograr los objetivos. Martin E.P. Seligman, director del Departamento de Psicología de la Universidad de Pensilvania (EE.UU.) considerado el padre de la psicología positiva, afirmaba que “la vida causa los mismos contratiempos y las mismas tragedias tanto a personas optimistas como a pesimistas, pero los primeros saben afrontarlas mejor”. Tras 20 años de estudio, afirmaba que el optimismo reside en “el modo como uno piensa en las causas, las explicaciones que se dan para explicar la realidad”.

Herramientas para desarrollar el optimismo Son muchos los beneficios de incentivar a los más pequeños a construir una visión optimista, que les garantizará una visión saludable de la vida. Asimismo, cuando un niño consigue un logro, experimenta una sensación de fuerza que le permite seguir y conquistar más éxitos. Se ha demostrado también que el optimismo incrementa la autoestima y la seguridad en uno mismo.

Seligman también señala que el optimismo y el pesimismo no son innatos (si bien no hay que desestimar un cierto porcentaje de factores hereditarios), sino que procede de la realidad: los niños aprenden su estilo explicativo de progenitores, maestros, medios de comunicación y compañeros, es decir, de todo su entorno desde la infancia. “En general, los niños aprenden por imitación, repiten respuestas y así construyen, poco a poco, su modelo de funcionamiento”, confirma Adriasola. “Aprendemos a responder ante la adversidad como nuestro entorno más directo, responde, y ese modelo nos acompañará sin cuestionarlo mucho tiempo o, incluso, toda la vida”. En otras palabras, el niño aprende no solo de lo que oye, sino de las conclusiones que saca de observar el comportamiento de quienes le rodean. Y es en este punto donde los progenitores juegan un papel muy importante. “Enseñar optimismo a un niño es instruirle a conocerse a sí mismo, a que desarrolle una postura activa y en su mundo, que elabore su propio punto de vista, que sepa discriminar los sucesos y su propio comportamiento en ellos”, constata la experta, quien añade que para enseñar optimismo es esencial vivirlo en primera persona. Como cualquier persona, cuando un niño hace algo mal se pregunta por qué, y siempre tiene tres recursos con los que responder: ¿quién tiene la culpa?, ¿cuánto tiempo durará?, ¿en qué medida me afecta-

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