POBRE NEGRO

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tengo elegido el sitio preciso: aquí, donde estoy parado. ¡Fíjate bien! Y dando unos pasos para detenerse más allá: —Aquí pondremos a Cecilio. Ya es cosa convenida entre ambos que no estaremos uno al lado del otro, sino frente a frente. Probablemente él vendrá primero. —Déjese de cosas, don Cecilio. No se juegue con eso. —No son chuscadas. Esta vez hablo en serio. Trabajo me costó obtener de las autoridades que se me permitiese echar el sueñito definitivo donde más me agradara. ¿Verdad que no está mal escogido el sitio? Y mientras recorría el pequeño prado a pasos lentos: —Por aquí se pasearán las sombras de los dos Cecilios, continuando las conversaciones iniciadas en vida, agotando los temas eternos. El espacio es reducido, pero no necesitaremos más. He hecho la experiencia varias veces y te aseguro que no estaremos mal. —¿De modo que es cierto lo que me han contado, de que usted viene por aquí, a las altas horas de la noche, con mucha frecuencia? —Cierto. Pero no lo divulgues, porque peligraría la reputación de mi novia. ¡Je, je, je! ¡Bueno! Ya te la he presentado y ahora podemos seguir nuestro camino. —No hay duda de que usted es el saco de las ocurrencias –comentó Pedro Miguel–. Pero, francamente, de ésta no le alabo el gusto. —Te lo creo. Dentro de tu salud y tu juventud no puede caber lo que de hermoso tiene la idea de la muerte. Y luego, ya en camino: —Que por cierto ya viene por ahí afilando su guadaña para la siega de su campo. El gran piélago, como dice Tapipa. La guerra tremenda que ya ha estallado. O, ya que estoy citando autores, la constitución del machetico según las palabras de cierto general Gavidia a quien tal vez conozcas. Los Patriotas de la Convención de Valencia terminaron la suya que les quedó muy bonita, como lo esperaba el socarrón del general Gavidia; pero se les ocurrió decir centralismo o poco menos y ya por Occidente están Falcón y Zamora gritando federación. El gobierno se obceca en no concederle importancia al movimiento de Coro, que ya tiende a propagarse por todo el país. Es la revolución social que se nos viene encima. Y con un acento de preocupación que contrastaba con el tono con que siempre había hablado del Gran Sembrador, agregó: —Yo no veo sino muerte, fuego y escombros por todas partes. Hay rencores emponzoñados, odios inextinguibles y ambiciones desaforadas, y esta pobre Patria quizá no dé para tanto. ¿Qué porvenir les estará reservado a ustedes los jóvenes? Hizo una breve pausa y concluyó: —Cecilio y yo, ya vamos de retirada; pero Luisana... ¿Qué será de ella? Pedro Miguel le dirigió una mirada de soslayo y esperó a que continuase desarrollando su pensamiento; pero esto no lo acostumbraba Cecilio el viejo, sino que se limitaba a sugerir, como ocurrencia momentánea, la idea que quisiese sembrar en el espíritu de sus oyentes. Todo lo que dijo aquella tarde fue encaminado a concluir por la alusión de Luisana y al azaroso porvenir que la esperaba, y hecho esto lo demás correspondería a Pedro Miguel, conforme al modo como la espontaneidad de su alma permitiese la fructiticación deseada. Pedro Miguel comprendió y se abandonó a sus pensamientos; pero fueron tan confusos y atormentados que aquella noche casi toda la pasó insomne. Diablos y angelitos Era jueves de Corpus, día de no trabajar y abandonó la hamaca con un propósito intempestivo. Las alpargatas en que acostumbraba meter los pies al levantarse ahora las hallaba tal como las hubiese dejado; pero la voluntad ya parecía enderezada conforme a la intención de aquel sortilegio con que Tapipa y Roso Coromoto, consecuentes con la amistad que los había unido a }Negro Malo}, trataban de apartarlo de caminos temerarios por donde pudieran sobrevenirle conflictos. Salió temprano y fue a desayunar en El Matajey, como lo acostumbraba todos los días, hecho lo cual se puso a recorrer las vegas, en compañía de José Trinidad Gomárez, cual de costumbre también; pero esta


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