La ética de Cristo

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Pero, con decir esto, el problema no está resuelto. Porque hablar del "interés por el dinero" o incluso del "afán por el dinero" es lo mismo que utilizar expresiones sumamente ambiguas. Y son expresiones ambiguas porque pueden referirse a cosas, situaciones o formas de vivir literalmente contradictorias. A una persona le puede interesar el dinero por egoísmo y avaricia o, por el contrario, le puede interesar el dinero por altruismo y generosidad. El que se afana por ganar, para hacer un gran capital y pasárselo lo mejor posible sin pensar en otra cosa, ése evidentemente es un individuo que ha puesto su corazón en el dinero y en el dinero tiene su tesoro, lo único que de verdad le importa en la vida. Por el contrario, el que se afana por el dinero porque necesita ese dinero para montar una empresa en la que va a dar puestos de trabajo (debidamente remunerados) a mucha gente; o simplemente porque tiene una familia a la que no hay más remedio que sacar adelante cada mes, es claro que, en esos casos (y tantos otros por el estilo), el dinero no es, ni puede ser, enemigo de Dios. Porque Dios es el primero que quiere que la gente tenga puestos de trabajo, como es el primero que quiere también que, en cada casa y en cada familia, haya dinero para llegar a fin de mes sin apuros o necesidades que quedan al descubierto. El problema, por tanto, está en saber dónde tiene cada cual su "tesoro" y, por consiguiente, dónde tiene cada cual su "corazón". Porque eso, ni más ni menos, es lo que dice Jesús en el Sermón del Monte. El que tiene su tesoro en sí mismo y en su buena vida, sin pensar en otra cosa que no sea eso, ése evidentemente no cree (ni puede creer) en Dios, por más que rece, por más que vaya a misa y por más cofradías o asociaciones piadosas a las que pertenezca o quiera pertenecer. Y al revés, el que tiene su corazón (y su tesoro) en la felicidad de todos y en aliviar el sufrimiento de los más posibles, ése cree en Dios aunque, a lo mejor, casi nunca piense en Dios, ni rece mucho, ni frecuente misas, romerías o novenas. Y es que, en definitiva, se trata de comprender que, seguramente, lo más original del cristianismo está en que el "otro" es inseparable del "Otro", lo humano es inseparable de lo divino, el hombre es inseparable de Dios. Más aún, lo que acabo de decir es tan fuerte y tan serio, que pretender (nada más que pretender) creer en Dios y respetar a Dios, desentendiéndose del hombre, no creyendo en el hombre, ni respetando al hombre, eso es tan grave (a los ojos de Cristo) que equi-


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