Cuentos para el andén Nº34

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entrecocheyandén

El autobús Laura Lozano Alumna del taller de escritura Creatividad Literaria

ODIO que me griten. En serio, lo odio. Odio sobre todo verme gritando. Estar en una conversación de gritos es lo mismo que escupirle a un espejo: ves un rostro enfadado, rojo, que no recibe información; un rostro como el tuyo. Ves tu caricatura. Recibes tu verborrea barata y teñida de babas. Sí, odio que me griten. Odio que me griten y los autobuses. Me he pasado tantas horas dentro de un autobús que he llegado a pensar que soy un complemento inútil de esos trastos; que el polvo de sus asientos son mis antepasados, y que por eso yo paso tantas horas muertas ahí. Viajes uno, dos y tres. Todos los rutina-viaje-cojo-un-autobúspara-no-ir-a-ninguna-parte son míos. Aunque tengo que reconocer que no todo lo que pasa en un autobús es malo. En los autobuses es donde de verdad se conoce a la gente. Oyes sus conversaciones de salón de casa a escasos 20 centímetros de ti, sus intimidades con sus amigas del alma, sus conversaciones de teléfono… ¡todo! Todo como si las otras 50 personas que están allí fuesen fantasmas atados al mundo terrenal a través del asiento de un autobús. Ves cómo entra y sale gente sin saludar o dar las gracias al conductor. Ves, oyes, hueles. . . Ése es el mundo y tú eres parte de él. Por ejemplo el otro día, me subí al autobús, me senté en un sitio que encontré libre, nunca he sido rutinaria para esto de los asientos, hay gente que sí, que intenta sentarse siempre en el mismo, que tiene un orden de preferencia establecido para el tema este de los asientos, a mí la verdad que me da igual, yo lo que quiero es sentarme. El tema es que estaba en el autobús, a mi lado se sentó una señora gorda, no me refiero a obesa, sino gorda (más que gordita, menos que obesa), que a mí me da igual, que soy muy tole-

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