Cuentos para el andén Nº29

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andénuno

Toda esa sangre Gonzalo Calcedo

EL martes los huelguistas de la conservera tomaron la ciudad. Iban de casa en casa, explicando a los vecinos el motivo del cierre. Repartían un panfleto de color sepia con sus consignas. Nos visitaron a media tarde. Eran dos, un hombre joven y otro mayor; el joven llevaba los panfletos. Se quedaron mirándome y el viejo extendió la mano y el otro le dio un panfleto. Me lo tendió. —Estamos en huelga. Mi mujer apareció entonces preguntando qué sucedía; esperaba a una amiga y la visión de los dos hombres la turbó. Noté que el joven la miraba sonriente. —Estos señores son huelguistas —dije. —De la conservera —concretó el viejo. —Llevamos tres meses en huelga. Han mandado a alguien de la central para que rompa la huelga, pero no creo que lo consigan. Hacía calor. Lo justo, pensé, habría sido invitarles a pasar y beber algo. Pero tal vez les ofendiese nuestro bienestar; preferí aquel pensamiento temeroso a otra actuación más comprometida. —Veo que no tiene tiempo para cortar el césped —observó el viejo, y su tono de voz me asustó. Acto seguido se ofreció a cortarlo por un poco de dinero; su amigo le ayudaría a rastrillar la hierba si nuestra cortadora de césped no tenía depósito incorporado. —Lo tiene —dije. —En ese caso, podría rastrillar el sendero de grava. —Habría que extenderla —comentó el joven. Miré a mi mujer. Ella permanecía junto a la puerta, muy quieta, haciéndome dudar. Quizás esperaba que yo les exigiese que se fuesen y cerrase la puerta de forma altiva, o tal vez solo quería seguir charlando. Asintió muy despacio, acariciándose la barbilla con el dorso de la mano.

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