Cuidado con las medusas

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Cuidado con las medusas

Cuidado con las medusas.

Aster Navas.


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Nunca pregunté nada. De niña me dejaba tomar de la mano hasta la playa y allí me apostaba como el resto. Algo, pensaba, crucial ocurrirá allá en


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el horizonte, Martita, para que nadie lo pierda de vista, para que, religiosamente y todos los días este arenal se llene de gente con los ojos fijos en el mar. Sólo los niños le dábamos de cuando en cuando la espalda para jugar con la arena; el resto, desde las terrazas, desde las toallas, incorporados en sus tumbonas, no perdían


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detalle; contemplaban expectantes las aguas, seguros de que ese martes, de que aquel jueves, de que ese mismo miércoles ocurriría, por fin, lo que esperaban. Curiosamente ese acontecimiento sólo tendría lugar –arbitrariedades del destino- un día soleado pues los días nublados y aún más los lluviosos bajaba


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curiosamente el número de asistentes. Con la pubertad seguí acudiendo con mis amigas a las que –tal vez, pensaba, era algo demasiado evidente y se burlarían de mí- tampoco planteé nada. Continué, pues, plantándome frente al océano sin cuestionarme el motivo. Más tarde fui con mi novio de toda la


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vida; no sabría decirles en qué punto la inercia desahució al amor. ¿A qué estamos, cielo, esperando? –le pregunté una mañana de Agosto con la vista fija en el Cantábrico. Él se puso inesperadamente lívido, como sorprendido en una falta grave y, sin desviar la vista de las olas, me


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propuso matrimonio.

Mis ni単os nunca han preguntado nada. Se dejan llevar hasta la playa; de la mano.

En fin.


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