La comunicación que necesitamos, el país que queremos (Parte 3)

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Para solucionar tu problema, pídele a San Judas Tadeo

hasta ahora, el primer elemento que creemos valga la pena evidenciar en estas conclusiones está representado por la confirmación de la idea segun la cual una de las principales características del catolicismo mexicano es aquella de la “tensión entre las autoridades burocráticamente asignadas para la administración de los bienes de salvación y las estructuras comunitarias que obedecen a dinámicas propias” (Suárez, 2008, p.87), así como los individuos. Tensiones que pueden ser negociadas entre la propia institución y los creyentes. Por otra parte, en manera más general, viene también confirmada toda la actualidad de un fenómeno, aquello de la religiosidad y de las devociones populares, que, antes que retroceder, tiende siempre más a afirmarse como forma de expresión fundamental de la religiosidad también en la modernidad avanzada, configurándose, por lo tanto, como una oferta religiosa que “pertenece a la perennidad de la “pregunta” de sentido y de sacro expresada por las mujeres y por los hombres de todos los tiempos” (Canta, 2004, p. 210). Dicho esto, queda por preguntarse en qué manera se puede valorar, al interior del cuadro de referencia arriba delineado, el papel de la institucióniglesia (o sea el emisor de mensajes). ¿Podemos quizas sostener que ella tiende a evidenciar la propia incapacidad a reintegrar los flujos de vitalidad, fruto de la subjetivación del creer, que se desarrollan en su interior? ¿Podemos, por lo tanto, confirmar la definitiva derrota de las instituciones religiosas, ya incapaces de reaccionar a las nuevas tendencias impuestas por la llegada de la modernidad? Las respuestas a éstas preguntas no son simples y, sobre todo, no deben ser ni simples ni apresuradas. Y ciertamente, si por una parte es verdad que, como hemos intentado evidenciar en XV ENCUENTRO NACIONAL CONEICC

varias ocasiones, la subjetivación de la religión ha conducido a una situación en la cual las autoridades eclesiásticas han visto decrecer en gran medida la propia capacidad de decidir, legitimando las formas de expresión de la religiosidad de los sujetos creyentes, es además cierto que, de frente a tal situación, algunas instituciones religiosas han también intentado reaccionar poniendo en movimiento en su interior mecanismos, más o menos eficaces, de reintegración de las diferencias. A partir de este punto de vista, entonces, nos damos cuenta que, no obstante sus indudables tendencias centrífugas, el fenómeno de la devoción a San Judas, probablemente, puede también ser interpretado como uno de aquellos tantos modos de ser católicos (Nesti, 1997, p.58), más o menos al límite de la ortodoxia, que de alguna manera vienen aceptados por las instituciones eclesiásticas en una óptica cuya finalidad es absorber y hacer propias todas las varias voces que animan la amplia diferenciación interna presente en el catolicismo contemporáneo mundial. Respecto a la tendencia típicamente moderna a la autonomización de las prácticas y de las creencias religiosas, probablemente, la mejor estrategia para no perder fieles por parte de las instituciones eclesiásticas consiste propiamente en el mostrarse flexibles adaptándose, mutatis mutandis, a las lógicas de diferenciación internas que impone la modernidad religiosa�. Y entonces todo, o casi, puede reentrar en el gran caldero de la pertenencia “a su manera”, hasta la asimilación, en algunos casos, de “verdaderos y propios fenómenos de disonancia cognitiva con respecto a la religión de la iglesia católica” (Pace, 2003, p.299). Y por otro lado, vale la pena recordar que esta misma capacidad de aceptar y englobar las diferencias, en lugar de contrastarlas o eliminarlas, 908


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