LA LIBERTAD DE LA FE

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Juan Carlos Hovhanessian

La Libertad de la Fe “Por eso, si el Hijo los libera, ustedes serán realmente libres.” Juan 8:36

Colección: El Poder del Espíritu -EDICIÓN ORIGINAL 1999-

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Índice

Prólogo

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Capítulo I: EL HOMBRE Y LA LIBERTAD …………… 9 Capítulo II: DIOS Y LA LIBERTAD …………………. ...13 Capítulo III: SEMBRAR CON AMOR ……………….... 15 Capítulo IV: SIN TEMOR AL FRACASO ……………...19 Capítulo V: LIBERTAD DEL AMOR PERFECTO ……23 Capítulo VI: ¿LIBRE O ESCLAVO? …………………… 25 Capítulo VII: LIBRE EN CRISTO ………………………..27 Capítulo VIII: UN TESTIMONIO …………………….......28


Prólogo

Este libro de Juan Carlos con muy útiles enseñanzas sobre la libertad cristiana, responde a un problema siempre actual: El encuentro de la gracia y de la libertad del hombre. Este hombre creado por Dios, y que en su condición de creatura está limitado en el tiempo y en el espacio, en su esencia y en su ser, sin embargo es llamado por su Creador a elevarse hasta hacerse partícipe de la Naturaleza Divina (2 Pedro 1:4). El servidor es pues invitado a compartir el trono y el gozo de su Señor. Si con humildad acepta también el amor que le ofrece su Señor, se asemejará a Él, en la medida en que aprenda a ser “consepultado y resucitado” con Cristo (Romanos 6:4-5). Pero el pecado original no cesa de recordarnos que los hijos de Adán pueden responder negativamente y perder la eternidad de amor y de gozo. El tentador además se encarga de sugerirnos que imitemos su actitud rebelde y “nos hagamos iguales a Dios” (Génesis 3:5), pero con nuestras fuerzas solas, y no precisamente por amor, lo que equivale a perder la libertad, y a ser esclavos del pecado. “La síntesis de la libertad es Jesucristo, quien vino a servir y a dar la vida por redención de muchos” (Marcos 10:45). En estas páginas, Juan Carlos, con un lenguaje adaptado a todo tipo de lectores e insistiendo en que la libertad es fruto solamente del verdadero amor, nos brinda una fervorosa serie de reflexiones para hacernos crecer en la libertad de Hijos de Dios. Formado en la Doctrina Agustiniana, ha aprendido la gran lección de San Agustín, el enamorado de Dios, que escribía: “Ama y haz lo que quieras”. Que a este breve libro le sigan otros que ayuden a los vivificados en el Espíritu a dar testimonio de que el Reino de Dios está vivo y renueva a la Iglesia, conduciéndola a la unión vivificada con Cristo.

Padre José Luis Toraca Asesor de la Renovación Carismática Católica de la Arquidiócesis de Buenos Aires


Capítulo I

EL HOMBRE Y LA LIBERTAD

“Por lo cual, aunque tengo en Cristo bastante libertad para mandarte lo que conviene, prefiero más bien rogarte en nombre de la caridad, yo, este Pablo ya anciano, y además ahora preso de Cristo Jesús. Te ruego en favor de mi hijo, a quien engendré entre cadenas, Onésimo, que en otro tiempo te fue inútil, pero ahora muy útil para ti y para mí. Te lo devuelvo, a éste, mi propio corazón. Yo querría retenerle conmigo, para que me sirviera en tu lugar, en estas cadenas por el Evangelio; mas, sin consultarte, no he querido hacer nada, para que esta buena acción tuya no fuera forzada sino voluntaria. Pues tal vez fue alejado de ti por algún tiempo, precisamente para que lo recuperaras para siempre, y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido, que, siéndolo mucho para mí, ¡cuánto más lo será para ti, no sólo como amo, sino también en el Señor! Por tanto, si me tienes como algo unido a ti, acógele como a mí mismo. Y si en algo te perjudicó o algo te debe, ponlo a mi cuenta.”

Filemón 8:18

La libertad es un derecho inalienable de la humanidad. Sobre ella se ha escrito mucho, y se han realizado para lograrla, esfuerzos grandiosos. Se han empleado y se


emplean, aún hoy, frecuentemente la violencia, la agresión, armas poderosas, torturas… Los hombres se matan en nombre de la libertad. El hombre en muchos casos es capaz de dar su vida en defensa de su libertad. La historia de la humanidad así nos lo muestra.

“Antes morir, que dejar de ser libres”. Cuántas veces hemos escuchado esta frase, cargada de un contenido aparentemente noble, heroico, que ha llevado a muchos hombres a matar, a destruir en sangrientas guerras. No se pretende en estas líneas juzgar las actitudes a veces heroicas de tantos hombres y mujeres que lucharon por alcanzar la libertad, sino destacar, aunque no sea nada nuevo, el afán del hombre por su libertad. La libertad y el hombre, el hombre y la libertad, el deseo de ella, han caminado siempre juntos. El hombre aspira a vivir en libertad, esto es lo concreto. El hombre ama su vida, pero pareciera que hasta por encima de ella ama su libertad. Estas dos palabras, me refiero a amor y libertad, van íntimamente unidas. La verdadera libertad es el amor; el amor es la verdadera libertad. No, no es un juego de palabras. Los invito hermanos a que nos detengamos un poco en esto: La Biblia en Génesis 1:26 dice: “Dios dijo, hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra

semejanza…” El hombre es entonces imagen de Dios. ¿Cómo es esto? ¿Cómo ser semejante a Dios? ¿En qué parecerme a Dios? La respuesta podría ser: en el amor. “Dios es

amor” (1 Juan 4:8). Si Dios me hizo a Su imagen y semejanza, y Dios es amor, Dios me hizo “Amor” y sólo cuando amo de verdad soy Su imagen y semejanza, sólo cuando amo en “Su amor” soy libre: Dios me hizo libre, libre de todo mal, de todo pecado; pero me hizo libre porque Dios es amor, el Amor es libertad, me creó en armonía con Él y con toda la creación, pero libre inclusive para elegir, con plena conciencia del bien y del mal; pero insisto en esto, libre. Un padre y una madre en la tierra no le piden permiso a su hijo para traerlo al mundo, lo hacen por amor. Los padres no le ponen cadenas, o enjaulan a sus hijos para que no cometan errores en la vida, sino que los dejan libres para ir y venir, los ayudan, o acompañan en su crecimiento, los protegen, pero respetan su libertad; es un hijo, no un esclavo. De pequeños, les van haciendo tomar conciencia de lo bueno y de lo malo, sufren si se equivoca. Cuántos padres, especialmente hoy, mueren cada día un poco por el dolor que le producen sus hijos, a veces arrastrados por las drogas o por tantas otras tentaciones de satanás.


Un padre bueno, o una madre aman siempre, aun en estas situaciones de pecado de sus hijos, y los ayudan a encontrar la verdad, los ayudan a crecer en la virtud, siempre por amor, siempre en libertad. Amar es dar, no poseer. Amar es morir, morir al “yo”. Amar es darse. El verdadero amor es oblativo, no posesivo. Dios es amor, creó al hombre por amor, lo creo para amar. El hombre pecó, pero desde ese mismo momento, Dios que es amor prometió Su Salvación (Génesis 3:15): “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el

suyo. Él te aplastará la cabeza…”. La serpiente, satanás, tentó al hombre por medio de su mujer, entró en el hombre el pecado, por su libertad de poder elegir, porque era hijo y no esclavo, y en ese mismo momento Dios prometió que un descendiente de la mujer (María) aplastaría la cabeza de la serpiente. Uno del linaje le aplastó la cabeza, Jesucristo, el Hijo de Dios, nacido de la Virgen. Dios es amor y tanto nos amó que nos perdona y como Padre Bueno nos ayuda a encontrarnos con la verdad que habíamos perdido de vista, nos ayuda a crecer en la virtud, nos protege y acompaña, sufre por nosotros y muere en la cruz por nosotros, siempre respetando nuestra libertad. Amor y Libertad, Libertad y Amor. Dios es amor, Dios es libertad, la verdadera libertad.

“Ama y haz lo que quieras” nos dice San Agustín, practicando esta virtud, no podemos atentar contra la libertad de nuestro prójimo. Dios me creó por amor, en libertad, y porque soy libre, Dios espera que yo tome la decisión de pedirle que Él me salve. Así lo define San Agustín: “El que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.

¡Señor, enséñame a amar y a darme a los otros para ser verdaderamente libre! Amén.


Capítulo II

DIOS Y LA LIBERTAD

“Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para Gloria de Dios Padre.”

Filipenses 2:5-11

Podríamos decir que por encima del “deseo” que Dios tiene de que el hombre se salve: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la

verdad”. Él respeta nuestra libertad. Si nos detuviéramos un poco a meditar en este misterio de amor, de Dios para con nosotros, Sus hijos, seguramente nuestra vida en el trato con los demás sería muy diferente. Cuántas veces quizás inconscientemente, perdemos de vista este principio, y lo que es aún más grave, los que hemos elegido este camino, seguir a Jesús, obramos de una manera contraria a nuestra fe. Cada vez que limitamos a nuestros hermanos, queriendo imponerles aún la verdad misma, estamos obrando de manera opuesta a lo que anunciamos.


Este es un error muy sutil y muy común, hasta paradójico. Una gran contradicción. Por ejemplo, todos los que queremos seguir a Jesús sabemos que nuestra misión es anunciar la Buena Noticia, pero tal vez no siempre recordamos que la Buena Noticia, el Evangelio, es por sobre todo libertad, liberación. Anunciamos una verdad, pero a veces, y he aquí el error, al no encontrar receptividad queremos imponerla de mil maneras, porque “total lo que anunciamos es verdad”, podemos pensar, y de cierto que lo es, pero queriendo imponérsela a los demás con métodos que no son, inclusive evangélicos, cometemos un grave error. Decimos anunciar a Jesús, y lo hacemos, pero no como lo desea Jesús, sino como nosotros queremos. Jesús siempre invitó, nunca impuso. La verdad no se impone por la fuerza sino por el peso de ella misma.

“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”… (Juan 14:6) nos dijo, y sin embargo cuando fue “juzgado” por el mundo injusto, no pretendió imponerse por la fuerza, siendo que Jesús era la Verdad, es la Verdad, y será siempre la Verdad, prefirió extender los brazos en la cruz del Calvario y morir por ella, no sin antes pedir al Padre “Perdónalos,

Señor, no saben lo que hacen.” (Lucas 23:34). Dios respeta mi libertad, ¿Cómo es entonces que yo conociéndole, no sé respetar la libertad de mi hermano? Es cierto que debo insistir en ayudarlo a que reciba “la verdad que lo hará verdaderamente libre”, pero nunca avanzando sobre su libertad de elegir, allí mi predicación pierde peso. Como alguien dijo alguna vez: “Hermano, Dios te ama tanto, que si querés perderte, respeta tu libertad”. Recordemos la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32), el Padre que respetó la libertad del hijo que quiso alejarse, le dio la parte de la herencia, mas el Padre amoroso todos los días esperaba al borde del camino el regreso de ese hijo que había elegido alejarse de Él.

“Aquel que quiera venir detrás de mí…” (Marcos 8:34), Jesús nunca obligó a nadie: mi insistir, entonces, debe ser en el Amor de Dios; orando por el evangelizado para que el Espíritu Santo ilumine su corazón y Su verdad lo colme de gozo.

¡Señor, enséñame a respetar la libertad de mi hermano para poder así llevarlo a Ti! Amén.


Capítulo III

SEMBRAR CON AMOR

“En efecto, todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, habéis recibido un Espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, si compartimos sus sufrimientos, para ser también con Él glorificados.”

Romanos 8:14-17

Evangelizar es amar, es sembrar. Es anunciar libertad, alegría, esperanza. Es poner el cimiento para que sobre él pueda construirse. Catequizar es amar. Es construir con amor sobre el cimiento verdadero. Se catequiza al evangelizado. Esto debemos tenerlo presente todos los que queremos recorrer este camino. La Iglesia primitiva así lo hacía (Hechos 2:12-41). Pedro lleno del Espíritu Santo presenta “el contenido de la predicación misionera de los Apóstoles denominada Kerigma y es un resumen del Plan Salvífico de Dios. Su tema central es la muerte-resurrección y la glorificación de Jesucristo. La proclamación de este hecho incluye un llamado a la conversión y al bautismo para obtener el perdón de los pecados y el Don del Espíritu, en espera de la manifestación gloriosa de Cristo” (Biblia “El Libro del Pueblo de Dios”).


Cuando el hermano recibía a Jesús como su Salvador, en su corazón, allí, sólo allí, la Iglesia primitiva comenzaba con la catequesis que es la enseñanza sistemática y ordenada de la doctrina la moral cristiana. Debemos tener en claro entonces lo siguiente: Evangelizador: El que anuncia la Salvación en Jesucristo. Catequista: El que enseña al evangelizado a crecer en la vida cristiana. Tenemos que tener presente que la misión de la Iglesia hoy, es evangelizar a los cristianos, porque hay muchos que fueron catequizados, es decir, conocen la doctrina, mas no tuvieron aún un encuentro personal con Jesucristo por la fe. El evangelizador pone el cimiento, el catequista construye sobre él. Suele ocurrir que el Señor quiera que un hermano reciba el mensaje por nuestro anuncio, tal vez, como es común en nuestros Seminarios de Vida en la Renovación Carismática Católica, este hermano es bautizado, recibió catequesis, pero luego se fue alejando del camino del Señor, y encontrando tierra fértil, la buena semilla dé fruto y este hermano reciba los Sacramentos y lo ayudemos a crecer en su vida espiritual. Si es así: ¡Gloria a Dios! Mas si esto no ocurre así, no dejemos de sembrar, de anunciar el Evangelio. Otro regará. Otro cosechará. Es frecuente el error de querer ver construido todo el edificio, es decir llevar al evangelizado a los Sacramentos. Digo error porque tal vez nos olvidamos del cimiento. ¿Cómo es esto? Es un error lamentable, en el que incurrimos muchas veces en la Iglesia al dar catequesis a aquellos que todavía no nacieron a la vida de Jesús. Les damos doctrina, pero no tienen en ellos la Vida para que esa doctrina los haga crecer. Es como darle alimento sólido a un lactante, lejos de hacerle bien puede hacerle un daño muy serio. El evangelizador anuncia Vida, y al recibirla el evangelizado, quiere vivir la Vida de Dios. Es lo que le preguntaban a Pedro los que habían aceptado a Jesús por su predicación. Habían recibido a Jesús, que es la Vida: “¿Qué debemos a hacer ahora?” (Hechos 2:37). La respuesta fue clara: “Conviértanse…” (Hechos 2:38). Allí comienza la catequesis para que el evangelizado pueda vivir la Vida de Dios, lleno del Espíritu Santo, reciba los Sacramentos, reconciliado con Dios, reciba la Vida en la Eucaristía. Mas todo debe hacerse en ese orden, con paciencia y humildad. Si tu misión es sembrar, hermano, pues siembra. Coloca tu ladrillo con amor. Lo otro, es decir querer ver toda la obra concluida, empleando para ello métodos que no son los de Jesús, insisto, es contrario al mensaje del Evangelio.


Puede ser que sin quererlo estemos trabajando para nuestra gloria y no hacerlo como debe ser: “Todo sea para la Gloria de Dios” (San Benito Abad). Sembrar, siempre sembrar, respetando la condición del evangelizado, es decir, su libertad. Tú y yo, hermano, somos siervos inútiles. Que el Espíritu Santo nos de la Gracia de poder sentir esto en el corazón, para que podamos ser útiles al Plan de Dios.

¡Señor, enséñame a sembrar la esperanza y a trabajar para Tu Gloria! Amén.


Capítulo IV

SIN TEMOR AL FRACASO

“Vivid, pues, según Cristo Jesús, el Señor, tal como le habéis recibido; arraigados y edificados en Él; apoyados en la fe, tal como se os enseñó, rebosando en agradecimiento. Mirad que nadie os esclavice mediante la vana falacia de una filosofía, fundada en tradiciones humanas, según los elementos del mundo y no según Cristo. Porque en Él reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente, y vosotros alcanzáis la plenitud en Él, que es la Cabeza de todo principado y de toda potestad; en Él también fuisteis circuncidados no con circuncisión quirúrgica, sino mediante el despojo del cuerpo carnal, por la circuncisión en Cristo. Sepultados con Él en el bautismo, con Él también habéis resucitado por la fe en la fuerza de Dios, que lo resucitó de entre los muertos. Y a vosotros, que estabais muertos en vuestros delitos y en vuestra carne incircuncisa, os vivificó juntamente con Él y nos perdonó todos nuestros delitos. Canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la quitó de en medio clavándola en la Cruz. Y, una vez despojados los principados y las potestades, los exhibió públicamente, en Su cortejo triunfal.”

Colosenses 2:6-15


Se dice que el principal enemigo del evangelizador es la frustración, por eso, como sembradores siempre debemos sembrar sin temor al fracaso. Aún en el fracaso, el Señor nos ayuda a crecer en la humildad, en paciencia. La Parábola del sembrador (Lucas 8:4-8) es el ejemplo iluminador que Jesús nos da a todos los que queremos anunciarle. El sembrador no se preocupa tanto por lo que va a suceder con la semilla, él siembra porque en fe sabe que de ella va a brotar vida. Sembremos entonces con fe, con esperanza y con amor. El profeta Isaías nos invita a confiar en el Plan de Dios “Porque no son mis

pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos - Oráculo de Yahvé -. Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros.” (Isaías 55:8-9). Y nos enseña a confiar en al eficacia de la Palabra de Dios.

Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié . (Isaías 55:10-11). Confiemos entonces en que la verdad no se impone, sino por el peso de ella misma. Un día, en un monte llamado Gólgota, Jesús, el Hijo de Dios, el Mesías, se entregaba por nosotros a la muerte, y “muerte de Cruz”. Viendo todo lo que allí sucedía, un hombre pagano, un centurión, el que comandó la ejecución, descubrió que algo distinto había en Él. Los que eran crucificados morían maldiciendo a sus verdugos, esto era lo más frecuente, los maldecían hasta el último aliento, pero allí estaba Jesús, clavado en la Cruz, habiendo soportado un castigo atroz y de su boca no salía ni siquiera un reproche, por el contrario este centurión, escuchaba estas palabras: “Perdónalos Señor…”. Narra el Evangelio de Marcos que al expirar Jesús, el centurión cayó de rodillas y dijo:

“Verdaderamente, este era Hijo de Dios” (Marcos 15:39). ¡Cuánto debemos aprender de este pasaje! El Padre Ignacio Larrañaga escribe en uno de sus libros que, sólo por el centurión que lo reconoció como Hijo de Dios, Jesús hubiera dado su vida. Pensemos en lo que esto nos enseña. “Morir por la verdad”, respetar la libertad de nuestro prójimo, piense como piense, anunciar a Jesucristo hasta las últimas consecuencias, con valentía, a tiempo y a destiempo como nos enseña el gran apóstol Pablo, en el Poder del Espíritu Santo,


denunciando el pecado en todas sus formas, aborreciendo el mal, dándolo todo como Jesús, y saber cargar la cruz, aceptar y padecer persecuciones, insultos, difamaciones, calumnias, ofreciéndolas al Padre para la salvación del pecador. Estar dispuestos a morir por la Verdad, si es preciso, nunca imponiendo, extendiendo los brazos. Amando, siempre amando aunque nos humillen.

“El verdadero amor se parece al que nos tuvo Jesús, abarca a todo el mundo y todas sus penas y su mayor sufrimiento es el no poder ayudar a todos” (Sta. Teresa de Jesús).

¡Señor, enséñame a cargar la cruz de la humillación, y a sentir alegría en el fracaso! Amén.


Capítulo V

LA LIBERTAD DEL AMOR PERFECTO

“En esto ha alcanzado el amor la plenitud en nosotros: en que tengamos confianza en el día del Juicio, pues según es Él, así seremos nosotros en este mundo. No cabe temor en el amor; antes bien, el amor pleno expulsa el temor, porque el temor entraña castigo; quien teme no ha alcanzado la plenitud en el amor. Nosotros amamos, porque Él nos amó primero. Si alguno dice: "Yo amo a Dios", y odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.” 1 Juan 4:17-20

Santa Teresa de Jesús nos habla del amor perfecto: -“El amor perfecto es el único que merece llamarse amor”. –“Los otros afectos tienen sólo la apariencia y el nombre usurpado, pero no lo son”. “El amor perfecto perdería mil vidas para lograr un pequeño bien del otro”. “El verdadero amor no nace perfecto, lo importante es comenzar a amar a los otros”. El amor perfecto (1 Corintios 13) es el que nos lleva a la verdadera libertad. La verdadera libertad nace de un amor espiritual, aquella que vivió San Francisco de Asís cuando lo dejó todo (lo material) para abrazarse a “nuestra señora pobreza”. La verdadera pobreza, la pobreza espiritual, la humildad.


“Felices los pobres en espíritu…” (Mateo 5:3). Y allí vivió la libertad, se dice que pocas almas en este mundo vivieron la libertad como San Francisco. Dios y la creación. Dios se asoma a través de sus criaturas. Libre para amar. Amar para ser libre. El amor al Crucificado. “Mi Dios y mi todo” esta era su oración predilecta. “Si los hombres amaran al Amor, decía San Francisco, no habría cárceles”. El amor hace libre. Dios es amor. El amor de Jesucristo nos hizo libres, el amor y el poder del Señor, el poder de Su Amor. Pidamos como Francisco de Asís: “Señor, que piense más en amar que en ser

amado. En dar que en recibir, porque dando se recibe…”. Los hombres hablan del amor, los que creen y los que no creen, los que viven en la fe y los que no viven en ella. Cuántas veces al hablar del amor el mundo habla del amor sensual, se confunden los valores, se mezcla todo. Hoy hace falta más que nunca descubrir el Amor. El verdadero amor, el amor espiritual. Nos pide Jesús, en el Evangelio: “Amaos los unos a los otros como Yo os he

amado…” (Juan 15:12). El “como Yo…” es lo que marca la gran diferencia, sustancial diferencia.

“Como Yo os he amado…” con el amor de Dios, en el amor espiritual, el sublime, el que da la vida, el que “es paciente, es amable; no es envidioso, no es jactancioso, no

se engríe; es decoroso; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta.” (1 Corintios 13:4-7). En el amor perfecto, entonces, radica la verdadera libertad.

¡Señor, enséñame a aceptar a aquellos que no piensen como yo y a comprenderlos! Amén


Capítulo VI

¿LIBRE O ESCLAVO?

“Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; pero no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario, servíos unos a otros por amor. Pues toda la Ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”

Gálatas 5:13-14

Sabemos que la libertad cristiana “no es hacer lo que quiero sino lo que debo”. Esto el mundo no lo puede comprender.

“El que no tiene el Espíritu de Cristo, no le pertenece…” (Romanos 8:9). Por eso cuando hablamos de la libertad del prójimo, hablamos de respetarla aunque esté equivocada, aunque el camino que esté siguiendo sea erróneo, o sea, que esté haciendo lo que quiere y no lo que debe. Esto es así porque no conoce a Dios. Cuando yo vivía en las tinieblas del mundo, entregado a los placeres carnales, pretendía justificarlo todo más o menos con estas frases hechas: “Total lo hacen todos” “¿Qué voy a ser yo, un tonto?” “En este mundo hay que imponerse, sino te pasan por arriba”.


“Vivamos hoy, mañana quien sabe…” etc. Pensaba que era libre de hacer lo que quisiera, sin quebrantar las leyes humanas. “Mis derechos empiezan donde terminan los de los demás”. Una frase comúnmente conocida. Esto son criterios humanos. San Pablo nos dice en Colosenses 2:4-8:

“Os digo esto para que nadie os seduzca con argumentos capciosos (…) Mirad que nadie os esclavice mediante la vana falacia de una filosofía, fundada en tradiciones humanas, según los elementos del mundo y no según Cristo.” Cuando el hombre no conoce a Dios, se rige por estos criterios, tradiciones puramente humanas, muchas veces vacías de contenido, por qué, cuál es la medida; cuáles son los valores; hasta dónde el hombre puede decir esto es sí y esto no. Criterios puramente humanos, que al no estar iluminados por la Luz que vino a este mundo “para que no vivamos en tinieblas”, pueden estar alejados de la verdad. Basta con pensar que hay leyes humanas que permiten el aborto, el divorcio, la prostitución, etc. El hombre en su afán de “justificarlo” todo, cuántas veces “justifica lo injustificable”. Esta es la libertad del mundo. La libertad cristiana es plena, es total, es la que me lleva como fruto del Espíritu Santo a hacer lo que debo hacer. No dejo de hacer lo que es malo porque está prohibido, sino porque es malo y no quiero hacerlo, y en todo caso, si me equivoco, no busco justificarme en mi pecado, sino pido perdón al Padre de Misericordia de quien proviene toda justicia, sólo Dios justifica. Sólo Dios me hace libre.

“…todo el que comete pecado es un esclavo” (Juan 8:34). “…y la Sangre de Su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado” (1 Juan 1:7). Sabemos dolorosamente que “cuantas veces hago el mal que no quiero y dejo de

hacer el bien que deseo” como nos diría San Pablo; pero también sabemos gloriosamente “todo lo puedo en Aquel que me conforta”. Sabemos de nuestras debilidades, pero también tenemos la esperanza de que el Amor de Dios es mucho más grande y poderoso que todas ellas. ¡Gloria a Dios!

¡Señor, enséñame a descubrir mis faltas y a perdonarme y perdonar a mis hermanos en Tu Nombre! Amén


Capítulo VII

LIBRE EN CRISTO

“El Espíritu del Señor sobre Mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor.”

Lucas 4:18-19

Esta es la verdadera libertad, la libertad de la fe: “Para ser libres nos ha liberado

Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud.” (Gálatas 5:1). Es la libertad que nos trajo Jesús, “El Cordero de Dios” que quita el pecado del mundo. Nos dice en Lucas 4:18 que vino a dar libertad a los oprimidos, que vino a anunciar “la liberación a los cautivos”. Vino a liberarnos de la esclavitud del pecado, a romper nuestras cadenas. Los esclavos en la antigüedad se vendían en los mercados, no tenían identidad, todo lo habían perdido, hasta su propio nombre. Los llamaban “el esclavo del señor fulano”. No tenían ningún derecho, sólo debían obediencia. Nosotros éramos así en un tiempo, esclavos, esclavos del pecado, condenados a morir; pero vino un Señor, que nos compró y al precio de Su Sangre, rompió nuestras cadenas y nos llamó por nuestro propio nombre, nos dio la libertad.


“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a Su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.” (Juan 3:16). Cantamos con alegría en nuestros grupos de oración y comunidades carismáticas:

“libre, tú me hiciste libre, libre, Señor” y es verdad pero es sólo una parte de la verdad. “Jesús es mi Salvador”, pero también es “mi Señor”. Decía alguien con certeza, que a todos nos gusta esta parte “soy libre” o sea el Evangelio de las ofertas de Dios: "Venid a Mí todos los que estáis fatigados y

sobrecargados, y Yo os daré descanso.” (Mateo 11:28). Pero a veces no queremos recordar la otra parte de la verdad, porque nos exige, el Evangelio de las demandas de Dios: “Tomad sobre vosotros Mi yugo…” (Mateo 11:29). Jesús me hizo libre, pero Él es “mi Señor” y yo su siervo, para servirlo en el amor, para ser esclavo de la verdad, de la virtud, para ser verdaderamente libre. Sacar una verdad de su contexto, puede hacernos equivocar el camino; se dice que es autoengaño. Los que se quedan con sólo la parte que les gusta o conviene, se estancan en su vida cristiana, no son libres, libre soy cuando vivo para servir al Amor, a la Verdad, a la Virtud, estos son los que crecen.

"He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según Tu Palabra." (Lucas 1:38). Es el ejemplo de nuestra Madre, que habiendo pronunciado estas palabras, se fue a casa de Isabel y se puso a su servicio. Ella es la servidora fiel. Llevó ese “Hágase…” hasta el Calvario. Es la Sierva de Dios, no comprende, obedece por amor. Enséñanos, María, a ser siervos, a obedecer a Dios, a amar la virtud. Guíanos, Madre, con la luz de tu ejemplo, para que la Iglesia se renueve cada día en el Espíritu Santo y podamos proclamar juntos: “¡Jesucristo es el Señor, Mi Señor!”

¡Señor, enséñame a morir a mí, para poder servirte a Tí! Amén


Capítulo VIII

UN TESTIMONIO

"En este empeño iba hacia Damasco con plenos poderes y la autorización de los sumos sacerdotes; y al medio día, yendo de camino vi, oh rey, una luz venida del cielo, más resplandeciente que el sol, que me envolvió a mí y a mis compañeros en su resplandor. Caímos todos nosotros a tierra y yo oí una voz que me decía en lengua hebrea: "Saúl, Saúl, ¿Por qué me persigues? Te es duro dar coces contra el aguijón." Yo respondí: "¿Quién eres, Señor?" Y me dijo el Señor: "Yo soy Jesús a quien tú persigues. Pero levántate, y ponte en pie; pues me he aparecido a ti para constituirte servidor y testigo tanto de las cosas que de Mí has visto como de las que te manifestaré. Yo te libraré de tu pueblo y de los gentiles, a los cuales Yo te envío, para que les abras los ojos; para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios; y para que reciban el perdón de los pecados y una parte en la herencia entre los santificados, mediante la fe en Mí". "Así pues, rey Agripa, no fui desobediente a la visión celestial.”

Hechos 26:12-19

Hermanos, quien esto les escribe, no pretende enseñar porque no se considera digno de hacerlo, sólo se pretende y ojalá se logre para Gloria de Dios, transmitir una sencilla reflexión; compartir, por sobre todas las cosas un testimonio del Amor de Dios. ¡Alabado sea Su Nombre! Conocí a Jesús hace treinta años, cuando tenía 35; vivía, tal vez como tantos, un ateísmo práctico. Nací en una familia cristiana, fui bautizado, pero me fui alejando de Dios a medida que iba creciendo, entregándome a los placeres de este mundo. Me casé a los 23 años, tengo un hijo de 41. Mi esposa, mi hijo y yo, como así otros miembros de mi familia estamos desde 1981 en este hermoso camino. Fue cuando


nací de nuevo. Pero volviendo a mi vida anterior, ya casado, seguía saliendo con mujeres, me emborrachaba (no era alcohólico), sólo por diversión, con mis amigos, autos veloces, dinero, placeres, viajes, orgías, permanentes trasnochadas. Nació mi hijo, y esto no sólo continuaba sino que iba en aumento. Comencé a penetrar en filosofías ateas, existencialistas, a perseguir con mis palabras y mis actos a la Iglesia, difamándola de toda forma. Tuve amantes, especialmente, una, tal vez ya cansado de tanto ruido, pero tampoco era feliz. Me propuse metas de dinero, fama, me rodeaban “amigos” que me hacían sentir importante, “tenían imagen”. Tenía muchas cosas que me había propuesto, y cuando las tuve tampoco me hacían feliz. Tenía de “todo”, pero no tenía paz. Enfermé de angustia, depresión, temores. Tenía miedo. Me quedaba en mi casa, para mí lo más terrible, porque en mi casa no paraba más que para dormir, ya de madrugada; mi vida que hasta ahí transcurría siempre a alta velocidad (autos de carreras), con fuertes emociones y ruidosamente se vio totalmente alterada. La oscuridad. ¿Qué hacer? ¿Qué había fallado? Todo lo que me había propuesto lo había conseguido, y, ¿ahora qué? No tenía respuesta, y aunque yo no lo sabía, allí estaba Dios. Un compañero de andanzas (hoy también sirviendo con su esposa en la Renovación Carismática Católica) presenció con su entonces novia una misa llamada “ de

sanación”, que oficiaba un sacerdote que había venido de Centroamérica, me refiero al Padre Emiliano Tardiff, y vinieron a contarme lo que habían visto y oído. Tal vez, sin saberlo, en ese momento, fueron testigos del Amor de Jesús, me trajeron la Buena Noticia, signos de poder, curaciones en el Espíritu Santo que Dios había obrado, especialmente de una niña que recobró la vista en la oración por los enfermos, que el Padre Tardiff celebraba. Mis amigos y mi esposa trataron de pedirle al Padre Tardiff que viniera a orar por mí, yo quería curarme, para poder salir del pozo. Fueron a buscarlo pero ya se había vuelto a su país. Más en la iglesia les explicaron que esta era una corriente de gracia del Espíritu Santo y que iban a enviar a unas servidoras a mi casa, porque Dios, dijeron, obra de muchas maneras y por medio de instrumentos y lo que yo necesitaba era conocer a Jesús. Así fue, aunque no entendíamos muy bien, lo cierto es que vinieron dos mujeres que dijeron que eran simples servidoras. Me hablaron del Amor Incondicional de Dios por todos los hombres, en especial para con los pecadores.

“Jesús te ama” me dijeron. Me preguntaron si quería que orasen por mí. Acepté, me impusieron las manos (en señal de bendición) y comenzaron a darle gracias a Dios “por este hijo tuyo” que te necesita, “por quien Tu Hijo Jesucristo murió en la Cruz”.


Lloré como nunca lo había hecho, sentía todo mi cuerpo vibrar y en la habitación en donde estábamos los tres, las servidoras y yo, el Amor de Dios que yo no conocía, comencé a experimentar. Tuve una visión del Señor Jesús, que sin palabras me decía:

Seguime. (Una de ellas tuvo la misma experiencia en ese mismo momento). No podría precisar si fue un segundo, cinco, diez, veinte, no lo sé. Perdí la noción del tiempo. Aún hoy cuando lo recuerdo no tengo palabras para expresarlo. ¡Fue maravilloso! Desde ese día mi vida cambió, leía la Palabra de Dios con hambre y comencé a dar testimonio de Su Amor. Hace treinta años que el Señor me bendijo y estoy en la Renovación Carismática Católica con toda mi familia. El Padre Emiliano Tardiff estuvo en mi casa en el siguiente viaje que hizo a la Argentina. En los distintos seminarios de Vida en el Espíritu Santo, trato de dar Testimonio de lo que Dios es capaz de hacer en nuestros corazones. ¡Dios es amor! ¡Gloria a Dios! En estos años mi esposa, mi hijo, mis hermanos en Cristo y yo somos testigos de las maravillas que Dios hace, sanaciones, conversiones de alcohólicos, drogadictos, de matrimonios que volvieron a vivir el Sacramento, bendiciones… todo para Alabanza y Gloria de Su Nombre. Por eso quisiera humildemente pedirle al Señor que me siga sanando a mí y a todos mis hermanos en Cristo, agradecerle por los dones recibidos de Su Amor y alabarle por Su Infinita Misericordia. ¡Aleluya! ¡Gloria a Dios! Que la Virgen nos proteja bajo su manto. El Señor te bendiga y te guarde, te manifieste Su Divina Gracia, y tenga misericordia de tí. Vuelva a ti Su Divino Rostro y te de la paz. El Señor bendiga a éste, su siervo.

Amén.

Gloria al Padre Gloria al Hijo Gloria al Espíritu Santo



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