La Iglesia Restaurada

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UNA FE VITAL

de aquel tiempo y que servía de sede al centro industrial y manufacturero más grande de la parte occidental de los Estados Unidos; una ciudad de fama tan difundida que había quienes cruzaban medio continente solamente para visitarla y maravillarse. Y esta ciudad apenas tenía tres años de existencia. Hasta fines del año 1839 el sitio se había considerado tan insalubre y de poco valor relativo, que hasta su propio fundador escribió en su diario: "Este lugar era literalmente un territorio inhóspito. Casi en toda su extensión estaba cubierto por árboles y matorrales; era tan fangoso que un hombre a pie lo atravesaba con suma dificultad, y a las muías les era t o t a l m e n t e imposible cruzarlo. Commerce, (como se llamaba entonces el lugar) era una tierra insalubre, muy pocos podrían vivir allí; no obstante, creyendo que se podría transformar en un lugar habitable mediante la bendición del cielo y ya que no había disponible otro lugar más adecuado, consideré prudente intentar erigir allí una ciudad" 1 . Al acercarse el viajero al imponente edificio de piedra gris que había observado tan frecuentemente desde lejos, leyó en sus sólidas y pesadas puertas, estas palabras, "Santidad Sea al Señor". El Templo de Salomón había sido una vez "La Meca" para toda una nación. ¿Qué podría ser más apropiado que un nuevo santuario en esta maravillosa metrópoli? Una gente extraordinaria ¿.Qué clase de gente había transformado este pantano en un paraíso? ¿De qué razas, credos y ciudades provenían? Al recorrer la ciudad, el visitante había conocido a muchas personas y conversado con algunas de ellas. Aunque éstos en su mayoría eran originarios de la Nueva Inglaterra, muchos provenían de su patria Inglaterra, algunos de Canadá y otros pocos de casi cada estado de los Estados Unidos de aquella época. Los rostros de los hombres eran vigorosos, de ojos francos, penetrantes e inteligentes. La mayoría parecían estar en la flor de la edad,

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con muy pocos ancianos entre ellos. Su indumentaria era más común y típica del campo que de la ciudad. Sus saludos eran sinceros y cordiales; todos se llamaban entre sí "Hermano" o "Hermana". Todos irradiaban optimismo y buena voluntad; ciertamente parecían ser una gente estimulada y sostenida por una nueva esperanza. Se notaba allí claramente una nueva fraternidad entre los hombres; una nueva conducta; un nuevo orden social. No había vagabundos que se sentaran ociosos en las esquinas de las calles, ningún mendigo lo había acosado pidiéndole limosna, ninguna voz escandalosa y profana había atraído su atención. No obstante, la ciudad estaba llena de gente, todos activos en sus tareas cotidianas, con expresión alegre, todos ocupados y evidentemente felices. No había visto un solo policía en toda la ciudad y aun así las viviendas no se cerraban con candado y las tiendas y almacenes se encontraban siempre sin llave. Era evidente que allí existía una confianza innata en el prójimo, y un compañerismo ejemplar que parecía exclamar: "No puede haber abuso, pues todo lo que tengo es tuyo". Grupos de niños demasiado jóvenes para trabajar en los campos, tiendas o fábricas, jugaban en las calles o en los patios, felices, bulliciosos y llenos de confianza en sí mismos, evidentemente heredada de sus mayores. De las ventanas abiertas provenían fragmentos de canciones, mientras las amas de casa desempeñaban sus quehaceres, y al desvanecerse el día ocasionalmente se entremezclaban aromas deliciosos con el aire exterior. El poder de la unidad, la fuerza de la cooperación y la energía de la esperanza, se encontraban presentes por doquier. El granjero, el carpintero, el albañil, el músico y el artesano, todos y cada uno de ellos encontraron un lugar idóneo en la nueva sociedad. Y esta gente era, en su mayoría, la misma que tres años antes se había apiñado con frío, angustiados y en la más completa pobreza, en


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