Interpretacion Marxista de la Historia de Chile Tomo 5

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El aplastamiento de los últimos militares balmacedistas permitió consolidar transitoriamente la unidad de las Fuerzas Armadas. No por azar el Presidente designado a la caída de Balmaceda fue un militar, el almirante Jorge Montt (1891-96). Si bien es cierto que representaba a la mayoría de los partidos políticos, el hecho de que el Poder Ejecutivo quedara en manos de un militar prueba el alto grado de intervención de las Fuerzas Armadas en la política chlena. Una de las primeras medidas de Jorge Montt fue acelerar la profesionalización de las dos ramas militares: Marina y Ejercito384, para lo cual elevó su presupuesto a unos 15 millones de pesos. La compra de armamentos se hacía al país que inspiró el proceso de "prusianización" de las Fuerzas Armadas chilenas, simbolizado por el general Körner, genio y figura de los cascos de acero en punta, que impuso como obligatorio el idioma alemán en los altos y medios mandos militares. Al carecer de una industria pesada, el Estado chileno acentuó su dependencia tecnológica de Inglaterra y Alemania para la importación de armamento385. Chile, país exclusivamente exportador de materias primas, era dependiente no sólo en cuanto a la compra de artículos manufacturados sino también en la importación de tecnología militar. La profesionalización facilitó la incorporación de algunos sectores medios, especialmente al Ejército, en contraste con la Marina que acogía básicamente a hijos de la alta y mediana burguesía. Al respecto, Arturo Aldunate Phillips comentaba en Ruido de sables: "Gozan los oficiales (de la Marina) de prestigio y sus modalidades británicas les permiten mantener y entroncarse con los mejores medios sociales". La ley del Servicio Militar Obligatorio, dictada el 5 de septiembre de 1900, reforzó el presupuesto y el número de oficiales y suboficiales, particularmente del Ejército, que sobrepasaban los 10.000 hombres en 1920, aunque su cantidad fluctuaha según la agudización o aquietamiento de los conflictos limítrofes con Argentina, Perú y Bolivia. En 1906 hubo una reorganización del Ejército, liderado Körner y Boonen, hecho que acentuó la profesionalización, aunque -dice Carlos Saéz"burocráticamente recargada"386. Una cuestión relevante fue el surgimiento de lo que posteriormente se llamará Doctrina de Seguridad Nacional, no sólo para enfrentar enemigos externos sino internos. Lo dice un historiador, no precisamente de izquierda, Gonzalo Vial: "...los primeros esbozos de una doctrina militar sobre el papel correspondiente a las Fuerzas Armadas en -citamos Boonen- el desarrollo y progreso del país (...) Aquél (Boonen) definió el gasto militar como "la prima de seguro que la nación se pagaba a sí misma", para garantizar su seguridad externa e interna (subrayado de Vial) (...) Para Díaz también la acción militar visaba a la vez la seguridad internacional -"los probables o posibles contendores" externos- y la interior: "los rebeldes del Estado"387. Ya hemos visto, especialmente en el capítulo sobre el movimiento obrero, hasta que punto caló en las Fuerzas Armadas este "destino manifiesto" de búsqueda del enemigo interno. Desde aquella época se podrían rastrear los primeros antecedentes de lo que medio siglo más tarde va a constituir la llamada Doctrina de Seguridad Nacional, es decir, la represión contra "el enemigo interno", que cuestiona la propiedad privada de los grandes medios de producción. Por ejemplo, la Ley de Residencia para los extranjeros, a la cual ya nos hemos referido, fue una de las primeras expresiones de esa Doctrina, pues expulsó del país a los anarquistas y socialistas europeos por sus ideas y acciones en favor de la clase trabajadora chilena. Las Fuerzas Armadas -dice Hernán Ramírez Necochea- quedaron "insertas en el esquema de la lucha de clases y situadas en la barricada de las clases dominantes por esto no fueron ni pudieron ser neutrales frente al conflicto social. Se les inculcó un ideario en gran medida tradicionalista, impregnado de cierto elemental; vacío y declamatorio nacionalismo. Esto es, se trató de inmunizarlas contra cualquier receptividad o simpatía a doctrinas consideradas subversivas, dañinas para el "orden natural" de las cosas y a las que se descalificaba como exóticas y contrarias a las tradiciones nacionales. De ahí que nunca en el espíritu de un jefe militar –de cualquier rangohubieran animado ideas contrarias a las concepciones esenciales sustentadas por las clases dirigentes o hubieran puesto en tela de juicio el orden económico-social vigente. Muy fácilmente 127


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