Ánima Barda Nº8 Oct-Nov 2012

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EL CUADRO DE LOS BRADBURY Dos horas después, pude hablar de pintura, y de ahí, pasé a su antepasado. —¡Qué cosas me dice! ¿Ve a un antepasado suyo? —dije mostrando sorpresa—. ¿Y cómo se le aparece? —Como una forma corpórea imprecisa — contestó con un murmullo—. Siempre a través de un espejo, o una sombra. —¿Por qué cree que es él? ¿No puede ser un reflejo, un montón de ropa o un juego de luces? —¡No! ¡Lo sé porque le conozco! Era pintor y hay autorretratos suyos por toda la casa — exclamó tajante—. Sus facciones son inconfundibles. —Pero al ser una forma imprecisa, ¿cómo puede usted distinguirlas? —A veces le ilumina un poco de luz. Entonces compruebo que es él. Llevo viéndole toda mi vida —dijo con voz angustiada. —¿Por qué piensa usted que se le puede ver a través de los espejos? —insistí. —Usted parece un hombre culto doctor. Seguro que ha leído a Platón. Asentí con la cabeza, sin saber a donde quería ir a parar. —Pues recordará lo que dice de las almas —continuó—. El griego afirma que son eternas y siempre están observando y cuidando nuestro mundo. Pero con el tiempo, sus imperfecciones les pesan y son arrastradas hasta que se apoderan de algo sólido en donde se establecen formando un cuerpo nuevo. El problema es que al nacer, han olvidado su conocimiento acumulado durante tanto tiempo y tienen que luchar contra los deseos del cuerpo desde cero, hasta redimirse. —Pero no veo la relación —comenté. —Porque no lo ha pensado con detenimiento —siguió Bradbury—. Al igual que la luz se descompone en colores a través de un cristal, así el mundo de los espectros nos deja entrever su imagen a través de los espejos. En ese reflejo, unas veces adoptan formas imprecisas y otras desconcertantes, pero se manifiestan porque de alguna manera el cristal desdobla la composición de su materia y muestra su

imagen actual, o aquello que fueron. —¿Y se comunica con usted? —¡Sí! A través de un cuadro. —¡De un cuadro! —repetí muy interesado por el giro que tomaban los acontecimientos. Esto no me lo había comentado Hampton. Los dos nos quedamos pensativos durante unos momentos. Nada en su proceder hacía pensar en que fuera un impostor. Realmente lo creía, y sufría intentando convencerme. Le miré. Sus manos se retorcían, sus ojos erraban por el vetusto y oscuro salón, lleno de libros y objetos. —¿Y yo podría ver ese cuadro? —le dije suavemente. Me miró sobresaltado, como si estuviese esperando que le hiciese la pregunta y la temiese. Luego dirigió la mirada al gran espejo que adornaba el salón, y volvió a mirarme de nuevo. —Sí —contestó. Sin poder evitarlo, yo también giré la cabeza hacia el espejo. Pero solo vi el reflejo del salón. Al retirar la vista, me volví a girar, pues me pareció ver en ese reflejo un ligero movimiento cerca de la puerta. El heredero de los Bradbury se percató de mi mirada y sonrió. —Ya empieza a percibir algo, ¿verdad? — dijo, algo inquieto. —Creo que sí —dudé—. ¿Puede ser su antepasado? —Claro, pero no se preocupe. No puede dañarnos. —De momento no me preocupa, solo siento curiosidad. ¿Decía usted que puedo ver el cuadro? —Por supuesto —dijo incorporándose—, acompáñeme por favor. Cogió uno de los pesados candelabros de bronce para alumbrarnos y se dirigió hacia la puerta. Salimos al recibidor, una ancha escalera de mármol cubierta por una larga alfombra ascendía hasta la primera planta por dos alas simétricas que se juntaban en un descansillo. —El cuadro está en el estudio que él utili-

Ánima Barda - Pulp Magazine

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