Ánima Barda Nº8 Oct-Nov 2012

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J. R. PLANA se perdían a lo lejos, descendiendo, y un resplandor rojizo proveniente del fondo iluminaba ahora el despacho S193. El sofoco y el olor a rancio se redoblaron, provocando a Javier arcadas. Olía igual que un trastero subterráneo lleno de huevos podridos. —¿Con que un ocho, eh, pillín? —dijo alegremente el profesor, que estaba riendo y dando pequeños saltitos en su asiento. Javier le miró horrorizado, asiendo con más fuerza su mochila. El profesor estaba empezando a mutar. Las manos, que seguían sobre la mesa, se alargaban al tiempo que las uñas crecían, volviéndose curvas y negras, como garras. La esclerótica se había vuelto naranja, y en vez de pupila e iris tenía dos rayas gruesas y oscuras de reptil. Se pasó la lengua por los dientes, que ahora eran largos y puntiagudos, y mientras se los chupaba vibró y se estiró, separándose en dos, y se enredaban entre los colmillos separados, asomándose y escondiéndose como los juegos de matar topos de la feria. —Sssííí, Guerisssaaabal —siseaba el profesor—. Podrásss ssseguir con tusss prácticasss, y con tusss clasesss, y tusss amigosss, y tusss familiaresss, pero lo hará él, no tú. Tú essstarasss conmigo ahí abajo. El joven arrojó la mochila al suelo y se levantó como un resorte, pero dos fuertes manos lo volvieron a dejar sentado partiéndole la clavícula con el golpe. —Claro que sí, profesor, yo seguiré con mi vida. —El falso Javier le sujetaba de los hombros, presionándole contra la silla. Le arrancó las gafas de un manotazo y se las puso él. Javier pudo observar, en mitad del histerismo, que tenía dos rayas por pupilas, las cuales fueron contrayéndose tras ponerse las gafas hasta formar dos círculos negros—. Volveré con mis compañeros y a los que me pregunten por la asignatura les diré siempre lo mismo: “Te manda un trabajo y ya está. Realmente es un tipo comprensivo. Deberíais ir a verle”. El sustituto lo soltó, pero antes de que pudiera ponerse en pie, dos garras cadavéricas

surgieron del armario seguidas por dos brazos como picas, anormalmente largos, y se le clavaron en la espalda. Javier gritó con todas sus fuerzas, un alarido desgarrador que brotó de su estómago descompuesto, a lo que el profesor y el sustituto respondieron con crueles y salvajes carcajadas. Las garras se le hundieron en la piel, atravesando músculos y huesos, y tiraron de él con un chasquido seco, arrastrándolo en su caída a las profundidades rojizas del armario. Las puertas se cerraron de golpe tras su paso y el olor intenso del azufre, que le recordaba al de los huevos podridos, le revolvió las tripas una vez más. Las garras tiraban, desgarrándole la carne, y pronto pudo oír el coro de llantos y lamentos, y sentir en su cuello el ígneo calor de las llamas del averno.

J. R. Plana @jrplana

Ánima Barda - Pulp Magazine


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