Textos premiados segunda categoría

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IES Zizur BHI

Certamen Literario (Curso 2012 - 2013)

Textos Premiados:

Segunda CategorĂ­a

(Tercero y Cuarto de la ESO)


Notas del corazón Abrió el estuche. Lo sacó con cuidado. Lo colocó cuidadosamente sobre su hombro y apoyó sobre él su barbilla. Levantó el brazo, sujetando con la mano el delicado arco de madera. Permaneció en esa posición unos segundos y después comenzó a tocar su violín con un ritmo frenético, interpretando una bella pero desbocada música con la que descargaba todas sus tensiones, sus frustraciones y sus miedos. La melodía desgarraba el aire polvoriento del entorno. En aquella nave abandonada, con muros de hormigón cubiertos de grafitis y manchas de origen indefinido, el melancólico sonido del violín se perdía jugando con el eco entre las sombras. La lluvia de aquella mañana de noviembre se colaba astutamente por las pequeñas ventanas sin cristal formando charcos en el suelo, enterrado bajo una capa de basura y polvo. Era curioso el lugar que Diego elegía para interpretar su música, pero aquel era su universo personal, el lugar caótico donde se hallaba a sí mismo. Su arte brotaba de forma incontrolable en aquella atmósfera que le producía unas sensaciones tan diferentes a las del resto de lugares en los que se desarrollaban sus días. Le gustaban el silencio y la soledad, no les tenía miedo como el resto de la gente. No los consideraba una amenaza, más bien eran sus aliados. Deseaba pasar desapercibido; era por eso por lo que pocos sabían de su talento para la música. Sus padres estaban al corriente, pero ya lo habían dado por perdido hacía bastante tiempo. No comprendían por qué su hijo desaprovechaba sus cualidades. Cuando Diego era pequeño, pasaba cinco días de la semana en un aula del conservatorio para explotar al máximo su don para la música, mientras el resto de los niños jugaba en la calle. Quizás porque no había tenido infancia, ahora se comportaba como un niño perdido, que huía del mundo y de las relaciones personales. Su violín era su único compañero, el único que lo comprendía, el único en quien confiaba. Tenerlo entre sus manos era todo lo que necesitaba. El resto de actividades estaban para él en un plano secundario: ir a clase, estudiar, hacer amigos, leer, ver la televisión, hablar, comer, beber, dormir, respirar. Ya había anochecido cuando Diego decidió emprender el camino de vuelta a casa. Se encontraba en un barrio marginal, lejos de la zona residencial donde él vivía. Caminó por la calle ancha que lo llevaría hasta la parada de metro más cercana. A ambos lados de la calle se formaban zonas de sombra, allí donde la luz de las destartaladas farolas no era capaz de penetrar, tan oscuras que no se podía adivinar lo que se escondía en ellas. Por eso Diego caminaba por el centro de la calle, atento a los sonidos de los vehículos que pudiesen venir en su dirección. Casi nunca caminaba tan tarde por los suburbios, pero esa tarde había estado tan absorto en su música que ni siquiera se había dado cuenta de que el sol se ocultaba en el horizonte. Avanzaba hasta la estación escuchando su paso acelerado, al compás de su apresurada respiración. Al fin, llegó a las escaleras que descendían hacia el andén. Bajó veloz y compró un tiket de un solo viaje en las máquinas de color amarillo. Siguió el camino hasta llegar frente a la vía. Las pantallas informaban de que faltaban unos pocos minutos para que el tren de la línea roja hiciese presencia. Se sentó en uno de los bancos. No eran muchos los que esperaban allí. Había tres chicos, vestidos con ropas anchas y grandes collares dorados, que parecían divertirse mucho viendo algo en el móvil de uno de ellos, el cual llevaba el pelo cortado de modo que se dibujase una salamandra sobre su cabeza. También había una mujer de mediana edad con un llamativo y no muy agraciado chandal color chicle y, al fondo, una chica joven, más o menos de su edad, que escuchaba música con unos grandes cascos de color azul eléctrico. El tren interrumpió sus pensamientos. Se levantó con desgana y subió. El vagón estaba bastante concurrido; la mayor parte de los pasajeros eran trabajadores del distrito


financiero situado no muy lejos de allí, que acababan un día más su larga jornada para regresar a sus casas donde alguien los esperaba. Quizás sus parejas, sus hijos, sus padres, sus mascotas o su soledad. Escrutó durante un rato sus caras, con expresión cansada, y después enchufó los cascos a su móvil y se perdió de nuevo entre las notas. Era tal el hechizo que las canciones ejercían sobre él que no se había dado cuenta de que el vagón se había ido vaciando. Apenas quedaba un cuarto de los pasajeros con los que se había encontrado al montar en el tren. Se giró hacia la ventanilla y examinó la opacidad de los túneles subterráneos por los que circulaban. De pronto, el tren dio una violenta sacudida acompañada por un gran estruendo y todos los pasajeros cayeron al suelo. Las luces fluorescentes del vagón se apagaron y todo se cubrió de color negro. La gente gritaba. Diego estaba quieto, tendido en el suelo. Se había golpeado con una barra en la cabeza y estaba totalmente desorientado; no sabía dónde estaba, qué ocurría, incluso dudaba de quién era. La única certeza que tenía era que estaba aterrado. Pasaron unos segundos de completo caos a su alrededor. Se oían llantos, golpes, gritos, ruido de cristales rotos. Gente que se movía, que llamaba a otros que se habían apartado de su lado por el fuerte choque. Poco a poco, fueron surgiendo en el vagón pequeñas y tímidas luces. Pantallas de móviles y otros aparatos electrónicos luchaban para vencer aquella aterradora oscuridad. Diego se llevó la mano a la cabeza, y enseguida notó cómo su piel se mojaba con un líquido caliente y espeso. Supuso que ese fluido también era de color rojo. Se incorporó poco a poco, con movimientos lentos. Apoyó su espalda en la base de uno de los asientos y cerró los ojos, intentando controlar las náuseas que sentía. Alguien gritó pidiendo un médico. Diego entornó los ojos y vio cómo dos personas se desplazaban hacia el lugar donde los requerían. Uno de ellos habló en voz alta. “Hemos sufrido algún tipo de accidente y nos hemos quedado atrapados en el vagón. Por favor, mantengan la calma. Mi compañero y yo somos médicos y atenderemos a todas aquellas personas que necesiten nuestra ayuda. Las salidas están bloqueadas y tendremos que permanecer aquí hasta que acudan a socorrernos. Pero ante todo, es muy importante que el caos no se apodere de la situación”. Diego volvió a cerrar los ojos. Entonces alguien tocó su hombro y, sobresaltado, volvió a abrirlos. La chica que antes había visto en el andén lo miraba preocupada. -¿Te encuentras bien? -preguntó. Diego no pudo articular palabra. Estaba aturdido por el golpe y todavía no había conseguido asimilar la situación en la que se encontraba. Por no hablar del tiempo que hacía que no le hablaba a una chica tan guapa como aquella. Ella lo miró fijamente y finalmente él logró asentir como toda respuesta a la pregunta de la chica. Ella rompió la manga de su chaqueta y la utilizó como venda para cubrir su herida. Él se dejó hacer. Al principio con el cuerpo en tensión, pero después sus músculos se relajaron por el agotamiento y se dio cuenta de que no estaba en condiciones de oponerse a los cuidados de nadie. Cuando terminó, se sentó junto a él. Ella no parecía tener ninguna lesión. - Me llamo Bea -dijo-. Te he visto antes en la estación. La atmósfera del vagón seguía estando cargada de angustia y miedo, pero poco a poco todos se iban recogiendo en sí mismos, esperando que ocurriese aquello que la vida tenía planeado para ellos. - ¿Y tú eres? -continuó. Bea lo miró con curiosidad. Al cabo de un tiempo, Diego consiguió pronunciar las cinco letras que componían su nombre. Posiblemente ella ya comenzaba a pensar que el chico era mudo o que el golpe había hecho que perdiese el habla. Bea le dirigió una tímida sonrisa.


- ¿Sabes?, cuando te vi en la estación pensé que algún día me gustaría conocerte. Aunque no pensaba en esta situación, claro. Diego la miró, pero rápidamente dirigió su vista hacia otro lado. Sus mejillas estaban visiblemente sonrojadas. Pasaban los minutos y todo seguía igual. Continuaban esperando a que alguien los sacara de su inesperada prisión y los alejase de aquella horrible y traumática experiencia. Los médicos habían revisado ya la mayoría de las heridas de los ocupantes y parecía que ninguna de ellas era demasiado grave. De pronto, Bea le habló. - ¿Tú también tienes miedo? A Diego le sorprendieron sus palabras. Apenas conocía a aquella chica y él era bastante reacio a expresar sus sentimientos. Miró a su alrededor desconcertado, buscando una forma de escapar. Pero no podía. Estaba encerrado y no podía huir de la realidad como siempre hacía. Y sintió cómo la necesidad de hablar con alguien le oprimía el pecho y decidió que había llegado la hora de abrirse al mundo y de dejar de ser su propio carcelero. La miró fijamente a los ojos. - Mucho - le dijo-. Siempre he tenido miedo a ser yo mismo. En ese momento supo qué debía hacer. Examinó con la mirada el suelo del vagón y encontró el estuche negro bajo un asiento cercano a donde él se encontraba. Lo arrastró hacia sí y abrió la cremallera. Lo sacó, lo colocó con cuidado sobre su hombro, apoyó su barbilla y empezó a tocar. Primero, produciendo un sonido casi inaudible y después con gran seguridad. Tocaba una melodía dulce y tranquilizadora, que al principio produjo una reacción de sorpresa entre los que allí se encontraban. Pero después, la gente se fue acercando. Se sentaban a su alrededor, hechizados por la bella música que sus hábiles manos hacían sonar. Continuó tocando largo rato, rodeado de un silencio solo roto por la melodía de su violín. No muy lejos se oyó una sirena y todos supieron que había llegado el momento de salir. El vagón estalló en aplausos y gritos de alegría y Diego pensó que había vuelto a nacer. Había descubierto que no era alguien sin sentimientos, sino alguien con una gran capacidad para sentir y hacer sentir, alguien que necesitaba a los demás para dar un sentido a su vida. Agarró a Bea de la mano y aguardaron su liberación aunque, verdaderamente, él se sentía más libre que nunca.

Leire Sancho San Martín


VEN Cada noche el mismo sueño. Una noche tras otra, aquel violinista en el aparcamiento subterráneo se colaba en sus sueños, sin dejar en ellos más que las melancólicas notas de una canción desconocida. Porque cuando el violinista iba a hablar, se despertaba, y una noche tras otra pasaba horas en vela, tratando de comprender aquel sueño. Cada día se levantaba de la cama, se duchaba, se vestía, desayunaba y caminaba hasta su trabajo. Cada día trabajaba durante horas en una oficina, cada día atendía el teléfono y respondía decenas de correos. Cada día regresaba a casa por el mismo camino por el que salía de ella. Cada día cenaba frente al televisor, viendo siempre el mismo programa. Cada día excepto aquel. Aquella vez el violinista habló. Una sola palabra, apenas audible. "Ven". Aquel día se levantó, se duchó, se vistió y desayunó como en cualquier otro día. Pero, al salir del portal de su apartamento, no tomó el camino de siempre. Aquella vez no fue a trabajar. Cruzó la ciudad hasta llegar a una pequeña tienda de instrumentos musicales. Compró un violín. Con la funda bien sujeta, caminó hasta una agencia de viajes. Compró un billete de avión. Solo de ida. Aquella vez volvió a casa por un camino totalmente dis tinto. Al llegar, abrió la funda del violín y acarició sus cuerdas. El instrumento parecía sonreír. Él lo apoyó en su hombro y tocó una alegre melodía. Tocó durante horas. Aquella vez cenó en la cocina, leyendo un libro. Aquella vez hizo la maleta y se acostó lleno de expectativas. Nada más despertarse se vistió, cogió su violín y su maleta y pidió un taxi. Llegó al aeropuerto y se dispuso a volar, a volar por fin. Y voló. Al descender del avión, sintió un escalofrío. No podía creer que estuviera haciéndolo. Tras recuperar su maleta y su violín, bajó al aparcamiento. Y sonrió, porque supo que su violinista lo estaría esperando.

Manuela Arizaleta Sánchez


INFLUENCIADOS

Hoy en día, todas las personas del planeta Tierra vivimos influenciadas por la sociedad. La sociedad nos presiona a actuar y a pensar en una determinada dirección, sin ninguna alternativa posible, sin capacidad de decisión. Son pocos los que permanecen firmes ante esta amenaza, y son muchos, la enorme mayoría los que caen rendidos a su dominio. Los ingenuos son aquellos que piensan que ellos son más fuertes, los que creen que a ellos no les va a afectar, que ellos se van a mantener firmes. La verdad, la cruda realidad es que, todos, caemos rendidos. Nadie quiere ser el que destaque por "diferente" a los demás, nos limitamos a ver e imitar. Nos engañamos pensando que si somos iguales a los demás nos integraremos mejor en este mundo de locos. Aún recuerdo cuando nos conocimos, tenías catorce años, parecías una de esas jóvenes adolescentes que no han roto un plato en su vida, que visten pitillos con americana y manoletinas, las que saludan educadamente, las que destacan en el colegio, así eras tú. Y yo, el típico joven de veinte años, al que algunos llaman "el nini"; porque ni estudio, ni trabajo, me limito; como digo yo, a vivir la vida, a disfrutar cada momento, el presente sin preocuparme por lo que pasará mañana, ¿para qué preocuparme?, no tiene sentido. Todo ocurrió muy rápido, lo reconozco, incluso para mí. Pero la verdad, nunca pensé que nos fuera a ocurrir a nosotros, al fin y al cabo, yo sabía del tema, yo "controlaba". No tardamos demasiado en..empezar a quedar, apenas tres meses, resultaba extraño en ojos de la gente que nos conocía. ¿Cómo van a estar ellos juntos?, se preguntaban, pero entre nosotros parecía que todo iba viento en popa, fácil y bonito, ¿qué más podía pedir? Tú me fuiste cogiendo cariño poco a poco, yo tan solo me limitaba a disfrutar, a dejar que tú, lentamente, fueras perdiendo hasta la cabeza por mí, sabía que dentro de poco comerías de mi mano, solo debía esperar a que llegara el momento. Quizás mis planes se vieron modificados por el camino. Sí, conseguí lo que quería, pero tú cambiaste, cambiaste mucho. La gente comenzó a hablar, a cotillear sobre ti, sobre todo lo que habías cambiado, sobre cómo yo, te estaba cambiando, cambiando a peor. Reconozco, que en el fondo, sabía que era verdad, tú y yo éramos muy distintos, y tú intentabas acercarte cada vez más a mí con el propósito de que te viera cercana, parecida a mí y quisiera tenerte conmigo. Pero quizás el problema fuese, que "se te fue de las manos". Al cabo de cinco meses, no podía ni reconocerte. Tus amigas de toda la vida, pasaron a un segundo plano, nuevas amistades venían a ti por tu nueva apariencia, y tú no querías dejar que se escaparan, te parecía que serían mejores para que tu popularidad creciera. Cambiaste tu pelo, lo volviste "divertido", con muchos colores, rapaste algunas zonas para que pareciera más "atrevido". Tu americana paso a ser una camiseta que no tapaba apenas nada, tus pitillos pasaron a ser una falda de tubo remangada, con diversos estampados de cruces, y tus manoletinas fueron remplazadas por tacones de quince centímetros. Tus orejas se convirtieron en un auténtico desfile de pendientes de todo tipo, unos presentaban un diámetro de más de un centímetro, otros con formas extrañas, y colores diferentes. Tus matrículas de honor se convirtieron en suspensos, tu récord de asistencias, se vio sustituido por una larga lista de faltas de asistencia. Ya no eras la adolescente modélica de la cual todo el mundo sentia envidia, y la abuela presumía, ahora eras la joven rebelde de la que la gente desconfiaba.


Algunas de tus antiguas amigas ya ni querían que les vieran contigo, sentían vergüenza al pasar por la plaza y que todo el mundo te mirase; tú no entendías por qué se comportaban así y discutías con ellas. Quizás tu vida no fuera fácil, tenías problemas en casa, y ahora parecía que las amigas no respondían, y por ello, comenzaste a ahogar tus penas en el tabaco, pensabas que así serías aun más "guay" y mantenías tu status de chica fuerte y rebelde. Cada vez te veías más y más sola, y por ello cada vez te acercabas más y más a mí. Para mí tú apenas significabas nada, tan solo eras aquella chica con la que pasaba la tarde o la noche del viernes y el sábado. La que me daba tanto la tabarra, que en ocasiones me aburría de ella y por ello discutíamos, pero a los tres días decidía perdonarla y volvíamos a estar como antes, yo como un rey y tú a mis pies. Llegaste a un punto en el que lo que hicieras con tu vida, parecía que no le importaba ya ni a tu madre. Tú lo llegaste a ver divertido, "soy como un alma libre" decías en ocasiones. Intentabas disimular el dolor que sentías. Por un momento medité la posibilidad de ayudarte, de tratar de hacerte ver que las cosas no eran así, que había algo más que este momento del presente, pero egoístamente sabía que cuanto peor estuvieras tú, mejor iba a estar yo, mejor me lo iba a pasar contigo. Tú tratabas de desconectar del mundo conmigo, yo proponía planes para hacer cuando estábamos juntos y tú siempre aceptabas encantada. Así que, ¿para qué hacer nada?, al fin y al cabo, a mi me iba muy bien asi. Tus amigas se hartaron de repetirte que no era buena idea, que yo no te convenía. Tú, tan ingenua como siempre te limitabas a decirles que no me conocían que no podían juzgarme, que la gente hablaba sin saber, que no podían dejarse llevar por las apariencias, que, el hecho de que vistiera diferente, fumara, no estudiara o que me rapara el pelo con formas de animales no significaba que fuera mala persona. En verdad tus amigas no querían decirte eso, tan solo pretendían avisarte de que no te convenía porque te estaba cambiando a peor y que no te estaba tratando como debía, aunque tú no te dieras cuenta, o te hicieras la loca. Tuviste varios sustos relacionados con el alcohol y el sexo, pero tus antiguas amigas siempre estaban ahí para ayudarte, al fin y al cabo, eran buenas amigas; cuando las necesitabas, siempre respondían. Pero un día sucedió lo que yo jamás hubiera imaginado, lo que tú rezaste para que no ocurriera. Lo que ni tus amigas, ni nadie pudo arreglar, con apenas quince años, te quedaste embarazada. Cuando tus padres se enteraron se mudaron a otra ciudad, no avisaron, no dieron explicaciones a nadie, desapareciste de un día para otro, de la noche a la mañana. Creo que fue en ese momento en el que yo cambié, comencé a ver la vida de otro modo, de otra manera, pasó de ser un juego a ser un regalo. Si pudiera hacerlo, cambiaría muchas cosas de mi vida, pero la primera, la forma con la que encaminé nuestra relación, la manera con la que te cambié, creo que en el fondo, te llegué a querer, quizás por ello me cuesta tanto hacerme a la idea de que ahora no estés conmigo. Hoy me pregunto, por qué no sabemos lo que hacemos, por qué siempre nos pasa lo mismo, nos olvidamos del motivo por el que luchamos, y acabamos en el mismo sitio. Yo me quedaré aquí, recordando aquellos días en los que me despertaban tus "buenos días", en los que no faltaban besos ni caricias. Aquellos días en los que estábamos juntos, sin complicaciones ni malas caras. íbamos al cine, dábamos largos paseos por el parque, cenábamos sentados uno frente al otro, sin decir apenas nada, sonreíamos y con eso era suficiente. Puede que la gente tenga razón, es difícil conseguir lo que se quiere, pero aun es más difícil mantenerlo, no se lo que pudo ser que perdimos, la ilusión quizás, igual caímos en la monotonía, en la rutina. Quizás nos confundimos de forma de vida, se me ocurre pensar que igual nos confundimos de compañero de viaje, o puede ser que nos olvidamos de lo que en verdad nos unía.


Ahora tan solo espero que todo te vaya bien; ojalá que tengas mucha suerte en la vida, éxito, y todo lo que necesites para ser feliz. Yo lo intenté, pero parece ser que no lo conseguí, por alguna remota razón, hacerte feliz me costó más de lo que yo había imaginado. Me encantaría volverte a ver, conocer cómo te va, si la vida se ha portado bien contigo, si has conocido a alguien. Supongo que todas mis preguntas no tendrán jamás respuesta, puesto que dudo mucho que volvamos a encontrarnos. Parece ser que al fin y al cabo, no eras tan fuerte como creíste serlo, acabaste siendo tan solo una ingenua más, víctima como muchos, de la presión de la sociedad. Al igual que todos los jóvenes, eras ingenua, quizás fue eso lo que te acercó a mi, creías todas las cosas que te decía, te gané con apenas dos palabras bonitas. Te limitaste a cambiar con el propósito, o la esperanza no sé, de tener muchos amigos, de conocer a mucha gente, quisiste vivir rápido y acabaste convertida en algo que no eras, cambiaste tanto que ni tú te reconocías.

Leire Leoz Beltrán


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