Cuatro damas: Capítulo 34 y epílogo

Page 1

Capítulo 34 Ariadne - Dime, Ariadne, ¿qué tienes que hacer si te ves acorralada? Su tío Felipe usaba la voz sosegada de profesor, mientras le ataba las delgadas muñecas a su espalda con una soga blanca. Ella, por supuesto, se sabía la lección a la perfección. Por eso, agitó sus manos con gracia, hasta que acabó sujetando ella a la cuerda y no al revés como había sido al principio. Con una sonrisa, se la mostró a su tío: - Huir. - ¿Y qué tienes que hacer si estás en peligro? Su tío se agachó frente a ella, sonriéndole, por lo que la niña le devolvió el gesto. - Salvar a alguien si está en peligro conmigo. Sobrevivir. - Muy bien - Felipe le revolvió el pelo, haciéndola reír, antes de cogerla en brazos para poder mirarla a la cara muy de cerca.- Pero con “sobrevivir” habría bastado - apoyó su rostro contra el de ella.- No tienes que sentirte culpable por haber sobrevivido, ¿me entiendes? No tienes la culpa de lo que le ocurrió a tu familia. Ariadne asintió, devolviéndole las caricias a su tío, mientras por dentro no podía dejar de pensar en que, de haber podido salvar a su familia, habría hecho lo que fuera.

 Desde niña, Ariadne había sido muy escurridiza, sus manos eran hábiles, rápidas y estaban entrenadas, lo que hacía de ella una gran escapista. Sin embargo, había sido Colbert el responsable de su entrenamiento, además de que él también era muy bueno. Por eso, le ató las manos con esmero, realizando casi una obra de arte. Había comenzado a trabajar en su liberación desde que Colbert la sentó en la silla. Esa había sido una de las razones, además de querer saciar su curiosidad, de haber provocado semejante conversación en un momento de tensión como aquel. Mientras los demás hablaban, mientras discutían y averiguaban cosas horribles que a ella, prácticamente, no le habían sorprendido, Ariadne ejercitaba sus dedos. Tenía que admitir que las motivaciones de Colbert, el que Lucía fuera su hermana, había resultado una gran sorpresa. Una casi tan grande como averiguar su estúpido plan suicida. ¿Cambiar el pasado? ¿De verdad? Sin embargo, lo relacionado con los asesinatos, el que Mateo Esparza guardaba sus secretos como el haber poseído la caja, no le había pillado tan de sorpresa. Era mera cuestión de lógica. Siguió moviendo las manos, escondiendo su concentración. Y, entonces, el ritual dio comienzo. Mientras Lucía invocaba la magia negra necesaria para traer de vuelta al último diamante, ella había comenzó a trabajar con, todavía, más ahínco. Las meras palabras le revolvieron el estómago. Era algo prohibido, algo con lo que no se podía jugar... Muerte y vida. Eran dos conceptos sagrados, ajenos al ser humano y debían seguir estando fuera de su alcance. Nadie, ni siquiera un dios en caso de que existiera, debía decidir quién vivía o quién moría. Y muchos menos se debía perturbar el descanso de los muertos y, de alguna forma, Lucía lo estaba haciendo. Ariadne, por mucho que le resultara un poco tonto, podía sentirlo, podía percibirlo en las palabras, en el tono de la voz, en lo enrarecido del ambiente... Era como si las Damas le advirtieran. Su hermano, el quinto diamante, estaba maldito, se había derramado demasiada sangre con él. El último diamante no debía ser invocado, debía permanecer en el anonimato como hasta ese momento. 1


Y el hilo que Lucía había estado tensando, al fin se rompió. Ariadne lo vio primero en sus ojos, que se tiñeron de blanco, perdiendo todo el color, casi como si se quedara ciega de repente. Le siguió la falta de voz, los estertores, además de que acabó cayendo al suelo, sangrando por boca, nariz e incluso los ojos. La magia la estaba devorando por dentro. El grito de Colbert le rompió el corazón. No quería sentir algo así, pero tampoco podía evitarlo. Era desesperante. ¿Por qué demonios seguía amándole? Bueno, suponía que el por qué no importaba demasiado. Amaba a Colbert James. Simple y llanamente, aunque fuera un traidor, aunque fuera un asesino. Y quiso reírse, quiso maldecir. Ella, que odiaba a los asesinos, que se había criado cuasi sola por culpa de los asesinos, enamorada hasta las trancas de uno. Mierda de ironías... ¿Desde cuándo respondía al perfil de protagonista pavisosa? Ante esa imagen, Ariadne no pudo evitar reír para sí por no llorar, mientras en su mente aparecía una referencia de lo más trabajada que, dada, la situación, no podría pronunciar en voz alta.

Hay tres cosas de las que estoy completamente segura. Primera, Colbert es un capullo. Segunda, una parte de él está tarada perdida. Y tercera, estoy total y perdidamente... Bueno, tampoco voy a ponerme moñas ahora. Hostia, Ariadne, concéntrate... Anda que... Para una referencia que podría entender Tania. Coño, Ariadne, concentración, a ver, ¿qué le está ocurriendo a la bruja avería?

Lucía convulsionó en brazos de Colbert, boqueando en un esfuerzo inútil por poder respirar, pero, al final, acabó pasando lo inevitable. Murió.

Vale. Ahora, Colby, vas a llorar sobre el cadáver de tu hermana y te vas a dar cuenta de que todo esto es una estupidez y bajo ningún concepto vas a coger el amuleto de Morgana y... ¡No! ¡NO! ¿Pero no estás oyendo lo que te estoy ordenando mentalmente? No sigas con esto... Por favor...

Pero Colbert, contrito, depositó el cadáver de Lucía sobre el suelo con cariño, antes de quitarle el colgante para colocárselo él alrededor del cuello. Le apartó el negro cabello del rostro, al mismo tiempo que decía: - No te preocupes, hermana, regresarás a la vida. Pronto. - No lo hagas, Colbert, por favor. Pero el joven no le respondió, simplemente le mantuvo la mirada, antes de comenzar con el ritual. Ariadne tuvo ganas de llorar. Había permanecido tan ocupada recuperando las Damas o peleando con Deker, que no se había detenido a pensar en el tema Colbert. Pero en aquel momento fue más consciente que nunca de que se había enamorado de una fantasía, de algo que no era real y que jamás la correspondería... Y aún así le amaba y aquello dolía una barbaridad. Sobre todo porque ya se había soltado y no tenía otra opción: debía liberar a Álvaro y lo más probable era que el hombre asesinara a Colbert. Al pensar en aquello, escuchó la voz de su tío Felipe en la cabeza, con su tono de profe enrollado y amable, el que había empleado para adoctrinarla desde pequeña en las creencias de los ladrones: <<Dime, Ariadne, ¿qué debes hacer siempre? Pero siempre, siempre, aunque te sea difícil o doloroso?>>

Lo correcto. Lo mejor para la mayoría.

Aprovechando el factor sorpresa, se movió a toda velocidad, primero cogiendo uno de los múltiples cuchillos que había preparados en una mesa. Después, corrió hasta alcanzar a Álvaro y, cuando fue a cortar las cuerdas que ataban sus muñecas, sintió que algo la arrastraba hacia atrás con una fuerza inmensa. Recorrió el aire hasta chocar contra una pared, cayendo al suelo... Y la oscuridad se hizo...

2


 Tuvo que hacer uso de toda la disciplina que desde pequeño le habían inculcado para no dejarse llevar por los sentimientos y gritar o patalear como un loco al ver como Ariadne chocaba contra una pared y caía inconsciente. Jero cerró los ojos, intentando mantener la calma, a pesar de que escuchaba como, a su lado, Rubén seguía revolviéndose y, algo más lejos, Deker había gritado el nombre de la chica. Tanto él como Rubén estaban apoyados contra una extraña pared de la que surgían manos por doquier para retenerle. A diferencia de su otrora amigo, Jero se había percatado de un detalle: cuanto más se movía Rubén, más brazos surgían y más firmemente le agarraban, mientras que, cuanto más relajado estaba él, menor era la presión que soportaba. Por eso estaba olvidándose de todo y se estaba relajando todo lo posible. Ignoró la voz de Colbert que entonaba una especie de cántico, cerró los ojos para no ver como se movía entorno a sus amigos. Relajado, tenía que estar relajado, así... Pudo sentir que, poco a poco, los dedos fríos y rugosos de la pared le soltaban los brazos, las piernas, el torso. Sólo un poco más. Un poquito más. Se dedicó a respirar con calma, a inspirar y exhalar, inspirar y exhalar, así, muy despacito. Y, de pronto, ya no sintió nada. Dio un paso al frente, liberándose. Colbert no reparaba en él, estaba demasiado ocupado moviéndose de un lado a otro, recitando palabras en un extraño idioma. El hombre acabó deteniéndose frente a la mesa baja donde había una serie de afilados cuchillos y estaba haciendo algo sobre ellos que Jero no alcanzaba a ver. Se quedó donde estaba, aguardando, pasando desapercibido, mientras intentaba encontrar alguna solución. ¿Cómo podía salvar a todos? Quizás podía llevar a cabo el plan de Ariadne: liberar a Álvaro y darle un arma. Pero, claro, si Ariadne había fallado, ¿cómo iba a lograrlo él? No era ni tan rápido ni tan sigiloso, de hecho era bastante torpón; años de clases de gimnasia le habían enseñado que la coordinación no era lo suyo. Fue entonces cuando todo se precipitó. Colbert había agarrado uno de esos cuchillos que tenía la hoja con forma de ondas, como si fueran una culebrilla revolviéndose. Se dirigió hacia el centro del dibujo que había en el suelo, donde estaba Tania atada; se situó junto a ella, alzando el cuchillo por encima de su cabeza, el cual sostenía con ambas manos. La iba a apuñalar. Iba a apuñalar a Tania. No podía permitirlo. Jamás. A Tania no. Por eso echó a correr con todas sus fuerzas y, de algún modo, llegó a tiempo. Se tiró sobre ella, protegiéndola con su propio cuerpo. Durante un instante únicamente sintió la piel de Tania, el pulso de Tania, la respiración de Tania... Lo único que sintió después fue un punzante dolor.

 Ay, joder, me duele todo...

Ariadne arrugó el rostro, mientras se frotaba las palmas de las manos contra él. La espalda le estaba matando, además de que el dolor de cabeza se la estaba abotargando. Por eso, le costó unos segundos reaccionar, aunque, cuando lo hizo, dio un respingo, recordando dónde estaba y qué estaba pasando a su alrededor. Al abrir los ojos, vio la escena que más le había impresionado en la vida. Colbert, sin ningún atisbo de duda, compasión o arrepentimiento, había intentado apuñalar a Tania en pleno

3


corazón, consiguiendo, al final, atravesar la espalda de Jero, que había aparecido de repente. La sangre manó del muchacho. Éste se desplomó sobre Tania, herido de muerte, pero con una radiante sonrisa en los labios. - ¡JEROOOOOOOOOOOO! El aullido de Tania le puso a Ariadne la piel de gallina. Le siguieron las lágrimas. Ariadne, durante un extraño instante, la envidió. A ella ya no le quedaban. A ella ya no le quedaba nada. Pues en cuanto había visto a Colbert actuar de forma tan despiadada, algo se había roto en su interior y sabía que jamás se podría reparar. - Lucía te hubiera preferido a ti - observó Colbert con frialdad.- pero este también sirve. - Jero...- gimió Tania. Colbert se encogió de hombros, antes de regresar a la mesa baja y coger uno de los filos que tenía preparados: uno largo y delgado. Durante un instante, contempló la hoja con aire ausente; después, se acercó a Deker, que parecía alterado. - ¿Soy el primero? Me tenías ganas, ¿eh? - soltó con rabia. Colbert no respondió, se dedicó a situarse detrás de él, empuñando el cuchillo. Ariadne se quedó sin respiración, reconoció el movimiento de muñeca: iba a degollar a Deker. - ¡Espera! - el grito de escapó de sus labios. Se puso en pie con lentitud, dándose cuenta de que los dos chicos la miraban: Colbert con curiosidad mezclada con dolor, Deker con turbación y preocupación. Ella agitó la cabeza, apartando el pelo de su rostro, mientras alargaba un poco el silencio. - ¿Lo vas a hacer de verdad? ¿No vas a cambiar de opinión? - ¿Cuándo he cambiado de opinión, Ariadne? La muchacha asintió levemente, humedeciéndose un poco los labios, mientras daba un paso en dirección a ellos. - ¿Y es necesario matarles? - ¿Qué más da? Dio otro paso. - ¿No te importan las consecuencias? - ¿Cuáles, mi princesa? ¿El recuperar a mi familia? Simplemente los traeré aquí, conmigo, al presente, para poder recuperar lo que nos pertenece - Colbert apartó el filo del cuchillo del cuello de Deker; Ariadne lo miró con gesto inexpresivo.- ¿El conseguir lo que siempre hemos deseado los dos? Porque, dime, Ariadne, ¿cuántas veces has soñado con estar conmigo? - Todas las noches. - ¿Cuántas veces has deseado besarme? - Todos los segundos. - ¿Desde cuándo me quieres? - Desde siempre. Había ido caminando hacia él, además Colbert había hecho lo mismo. Estaban frente a frente, separados únicamente por un par de centímetros. Quiso llorar, quiso gritar, su piel seguía erizándose ante la proximidad entre ambos. - ¿Y si provocas que el mundo se desmorone? - preguntó.- Ya no es que quieras matar a mis amigos, es que podrías destruir el mundo. La magia que empleas, jugar con el tiempo, iniciar una guerra entre clanes... ¿Eres consciente de que podrías mandar todo al traste? ¿Y si provocas una tercera guerra mundial? ¿Y si el espacio-tiempo se rompe? Es una locura, Colbert - hizo una pausa, alargando la mano para acariciarle.- Escúchame. Renunciaré, dejaré de ser una ladrona, haré lo que sea para estar juntos, pero detén esto. Por favor. - Ariadne... - Es peligroso, arriesgado y estúpido. Lo sabes. Por favor, no lo hagas, elígeme a mí, elige la cordura... Sé el hombre que creí que eras, el bueno, el amable... Por favor, no te desvanezcas en delirios de grandeza y magia negra.

4


Colbert apoyó las manos a ambos lados de su rostro, haciendo como tantas otras veces, apoyando su frente sobre la de ella. - Está bien...- suspiró, provocando que el corazón de Ariadne diera un vuelco, de pronto la esperanza ya no parecía una locura.- No traeré a mi familia aquí, dejaré el tiempo como está, pero... El último diamante será mío. Tendremos las Damas al completo. Así, seremos poderosos y podremos hacer y deshacer a nuestra voluntad, conseguir lo que queramos... - Pero... Para eso tendrías que... - ¡Oh, por favor, Ariadne! - gritó, sus ojos se agrandaban, dándole un aspecto un tanto sicótico.- ¿Por qué tienes que ser tan terca? ¿Por qué tienes que esforzarte tanto en salvar a todo el mundo, aún incluso por encima de mí? ¿Tanto te importa esta gente? ¿Te importan más que yo? - Todas las vidas son preciosas. No eres nadie para terminar con ellas. - No hay más que hablar, Ariadne, necesitamos el diamante y su poder. Así, podremos conseguir todos los Objetos y olvidarnos de esas chorradas de ladrones - hizo un gesto desdeñoso con las manos.- Mi familia siempre ha tenido razón en algo: los Objetos no deben destruirse, deben ser utilizados en todo su potencial. Por ejemplo, mira todo lo que mi hermana y yo hemos logrado con esto - y le mostró el talismán de Morgana. El joven volvió a acercarse a Deker, empuñando el cuchillo. - Colbert... Se volvió hacia ella. - ¿Si? - Bésame. Bésame antes de que todo cambie. Colbert le sonrió, asintiendo, antes de acercarse a ella a toda velocidad. Primero le peinó el pelo, echándoselo hacia atrás y, después, la atrajo hacia él, abrazándola, tocándola... Y la besó. La besó con desesperación, con pasión, con arrojo. La besó hasta quedarse sin aliento, haciendo cosas con su lengua que jamás le había hecho... Y fue cuando Ariadne hizo algo que jamás había hecho, ni había pensado en hacerlo. Fue cuando clavó el cuchillo en el estómago de Colbert. El arma había caído junto a ella, por lo que la había cogido y la había mantenido oculta tras su espalda hasta que había tenido claro que no tenía otra salida. - Te quiero. Colbert, mirándola atónito incapaz de pronunciar una sola palabra, cayó y Ariadne fue a cogerlo, por lo que acabaron arrodillándose al mismo tiempo. La chica acarició el rostro de Colbert, sin poder dejar de llorar, sin apenas poder soportar la mirada dolida de él. - Sé que no me crees, pero te quiero. El joven sólo pudo acariciarla, mientras luchaba por respirar y mientras un hilillo de sangre le caía por la comisura de la boca. Se apoyaron frente a frente, como siempre. Fue un segundo. Al siguiente, Colbert se desplomó y la angustia de Ariadne aumentó, por lo que empezó a hipar, mientras seguía deshaciéndose en lágrimas. Se sentó en el suelo y, con sus manos temblorosas, logró colocar la cabeza de Colbert sobre su regazo. Le peinó el oscuro flequillo, sin poder hablar, sintiendo aquel inmenso nudo en el estómago que la iba a acabar matando. Estuvo así un par de instantes más hasta que, finalmente, Colbert murió. Supo que aquella vez había muerto de verdad. Se quedó contemplando el cadáver que tenía entre los brazos con gesto ausente. De repente, fue realmente consciente de todo: Colbert había muerto, ella estaba abrazando su cuerpo sin vida... Y no pudo soportarlo. Apartando el cadáver de ella con brusquedad, se echó hacia atrás, pataleando, mientras se desgañitaba al gritar como una loca. La explosión apenas duró unos instantes. Después, volvió a mirar el cuerpo inerte de Colbert, sintiendo que la respiración se le ralentizaba tanto como el pulso. Sólo podía mirar. Nada más. 5


 - Ariadne, cielo... ¿Puedes soltarme? Deker, todavía impresionado por lo que acababa de ver, volvió el rostro hacia Gerardo Antúnez, que acababa de hablar con suavidad. La interpelada no mostró señales de haberle escuchado. Seguramente estaría a kilómetros de ahí. - Ey, Rapunzel, guapa, ¿haces el favor de soltarme? Aunque pretendía que su voz sonara casual, desenfadada, la verdad era que quedó ronca, casi como si la hubiera forzado. Sin embargo, a pesar de todo, logró el efecto deseado: la chica se puso en pie para acercarse a él. Moviéndose como una autómata, como un robot, soltó las ataduras de sus muñecas, además de la cuerda que le mantenía atado a un poste. En cuanto quedó libre, se agachó un poco para poder mirarla a la cara. Tuvo que apartar la mirada. ¿Cómo podía ser que el rostro de Ariadne estuviera tan vacío? Aquello le hizo temblar, le hizo recordar cosas que se había esforzado en ocultar en el rincón más remoto y olvidado de su mente. No obstante, siguió tocándola para poder arrebatarle el cuchillo de las manos, aunque, a decir verdad, ella no mostró demasiada resistencia. Se apresuró en soltar a Gerardo Antúnez, que fue de cabeza a abrazar a Ariadne. Mientras él liberaba a los demás, el hombre intentaba consolarla. En cuanto soltó a Rubén, que dejó para el final, corrió a la mesita baja que los hermanos tarados habían preparado para el ritual. Ahí, guardadas en una caja de madera, estaban las Damas, así que cogió la Dama de azul, Anastasia, y se dirigió hacia Jero. El muchacho, debatiéndose entre la vida y la muerte, había acabado tumbado encima del regazo de Tania, que, en cuanto quedó libre, se apresuró en sostenerle como si fuera un bebé. - ¿Qué estás haciendo, chico? - preguntó Mateo, que estaba junto a su hija. - Curarle. - ¿Pero sabes usarlas? - quiso saber Álvaro. No respondió, se dedicó a agarrar a la Dama y colocarla sobre la herida de Jero, aunque nada sucedió. Absolutamente nada. Quiso gritar de pura rabia, de impotencia, ¿por qué no podía salvar a Jero con aquel maldito diamante? ¿Por qué cojones no podía? - No lo entiendo...- musitó, confundido.- Ariadne me salvó la vida con esto. Ni siquiera sabía lo que hacía, pero lo hizo. - ¿La desesperación? - se aventuró Álvaro. - No lo creo. - Bueno, no importa - Mateo reaccionó con más rapidez que cualquier otro, cogiendo el delgado cuerpo de Jero de brazos de su hija. Lo cargó con facilidad, lo que hizo que, de repente, Deker fuera consciente de lo pequeño que era su amigo: el más bajo del grupo y casi tan flaco y desgarbado como él. Parecía tan poca cosa.- Lo llevaremos a un hospital. - El camión donde nos trajeron seguirá fuera - apuntó Rubén.- El problema es que no sabemos dónde estamos exactamente y, por tanto, no podremos ir al más cercano. Álvaro arrancó el mantel púrpura de la mesita. - Le atenderemos por el camino - miró a Tania, que seguía llorando y gimiendo, por lo que su cuerpo se convulsionaba.- Todo saldrá bien. Le salvaremos. - Ha perdido mucha sangre... Tania sabía lo que decía, iba cubierta de ella al fin y al cabo. Él sabía lo desconsolada que debía de estar, él ya se había sentido así en alguna que otra ocasión y, de hecho, lo estaba experimentando en ese preciso momento. Pero ni siquiera se le pasó por la cabeza consolarla, fue directo hacia la otra esquina de la sala. Gerardo Antúnez seguía ahí, intentando entablar comunicación con Ariadne, que parecía más autista que otra cosa. - Nos vamos - le informó al hombre.- Jero necesita un hospital urgentemente - hizo una pausa, seguida de un movimiento de cabeza.- Coge las Damas, escóndelas o neutralízalas o haz lo

6


que quiera que hagáis los ladrones con estas cosas...Yo cogeré a la damisela, al fin y al cabo soy su caballero de brillante pelambrera. Antes de que cualquiera de los dos pudiera protestar, deslizó un brazo por la cintura de la muchacha y otro por debajo de sus rodillas, alzándola como si no pesara nada.

 Por suerte, el camión de Colbert y Lucía tenía GPS, por lo que pudieron localizar con facilidad el hospital más cercano, donde llevaron a Jero a toda velocidad. Tania no podía dejar de mirarlo, mientras Álvaro y el profesor Antúnez se esforzaban por controlar la hemorragia y que no se muriera ahí mismo. Nunca antes había sentido tal ansiedad. ¿Y si moría? No, Jero no podía morir. ¿Cómo iba a morir? El mundo no podía perder la sonrisa tan bonita que tenía, su buen humor continuo, su lealtad... ¿El mundo? Era ella la que no podía perderlo. Mientras contemplaba su pálido rostro donde no había rastros de vida, Tania lloró con más fuerza, perdiendo los nervios. Desde el momento en que se conocieron, Jero siempre estuvo ahí. Se embarcó en una loca aventura que ni le iba ni le venía, la apoyó, aguantó sus momentos de frialdad, sus enfados, sus cambios de humor... Se enfrentó al peligro hasta que, al final, éste le había atropellado como si fuera un tren a toda máquina. Y todo por ella. Sólo lo había hecho por ella, por lealtad a ella, por la amistad que les unía. ¿Y si le perdía? ¿Cómo iba a vivir ella sin él? No, no podría, Jero era indispensable en su vida y se sentía estúpida por no haberse dado cuenta antes. No, si al final iba a ser cierto aquello de que no sabías lo que tenías hasta que lo perdías. El viaje hasta el hospital fue angustioso, la estancia en él peor. Durante todo el tiempo que duró la operación de Jero, el silencio insidioso se hizo entre todos ellos, que aguardaban en la sala de espera. Estuvo recostada contra Rubén, lo único que podía calmarla en los peores momentos, mientras sentía sus dedos acariciándole el cabello. Si no se volvió loca fue por estar con él, siempre lograba que se sintiera algo mejor. Al final, tras el angustioso rato que se les hizo eterno, les dejaron pasar a la habitación donde Jero dormía bajo los efectos de la anestesia. Una vez todos hubieron comprobado que estaba bien, acabaron marchándose de la habitación por unos motivos u otros: su padre fue a asearse, Álvaro se ofreció a ayudarle, el profesor Antúnez tenía que tramitar el traslado de Felipe Navarro al hospital más cercano al internado y Deker se llevó a Ariadne a la cafetería, por si un café la resucitaba. Así, acabaron los tres solos en la habitación. Rubén se había sentado en la silla que había al lado de la cama, mirando a Jero entre angustiado, preocupado y culpable. Tania, que había estado paseando de un lado a otro de la habitación, acabó sentándose en las rodillas del chico, recostándose sobre él de nuevo. - Se me hace tan raro verlo así... Tan quieto...- susurró Rubén.- No sé si lo sabes, pero incluso cuando duerme no se para quieto. Incluso habla en sueños. - Se recuperará - dijo la chica. - He tenido tanto miedo. - Creo que todos lo hemos tenido - suspiró, volviéndose un poco para poder mirarle a la cara, mientras le acariciaba.- Todavía no te he dado las gracias por ofrecerte a ocupar mi lugar. - Para lo que sirvió... - Sirvió. Tania sonrió un poco, se sentía un poco extraña haciéndolo tras todo lo que había pasado, pero estaba cansada de estar fría y apática y se había propuesto disfrutar de cada instante. Luego, una no sabía cuando algún psicópata iba a sacrificarte para alguna cosa extraña.

7


Su sonrisa se ensanchó al sentir el abrazo de Rubén y, cuando se separaron un poco, sus rostros se encontraron. Primero, sus narices se acariciaron. Después, sus miradas se volvieron una. Luego, un pico. Al final, sus labios se tocaron, al principio con suavidad, pero a continuación la pasión fue aumentando hasta que perdieron la noción de todo. Y entre beso y beso, Rubén le sujetó el rostro con ambas manos para susurrarle: - Te quiero.

8


Epílogo El hombre tras la cortina Era plena mañana cuando su hija, Hanna, le localizó a través del móvil y, de forma atropellada, le había explicado que su otro hijo, Deker, había estado en casa y alguien se lo había llevado tanto a él como a una chica. Tras pedirle que se calmara, Calvin había llamado a su mujer para que ambos dos se reunieran con la niña. Hanna les había contado todo lo sucedido: Deker, herido, se había refugiado en su casa junto a una chica muy bonita, que había acabado siendo apresada por un hombre malo. Cuando la niña finalizó el relato, decidieron acostarla para que se le pasara el disgusto. Tras arroparla, el matrimonio abandonó el dormitorio de la pequeña y se miraron. - ¿Qué estará planeando el chico? - preguntó su mujer, Soledad. - Ya sabes como es el niño: impredecible. - ¿Y quién será esa chica? - Tiene que ser la que creímos que era Tania Esparza, la que vino a salvar - Calvin se acarició la barbilla, pensativo.- Esa chica es la clave...- murmuró para sí.- Voy a hablar con tu padre. Si el robo de ayer es lo que creo que es, los Benavente deben saberlo. - ¿No creerás que nos ha traicionado? La preocupación en el tono de su mujer era intensa, cualquiera hubiera creído que se debía a su hijo mayor, salvo él, claro, porque conocía a Soledad demasiado bien. - Ni siquiera Deker es tan imbécil de volverse un ladrón. - No lo sé, Calvin... - Tranquila - se inclinó sobre ella para besarle la frente, intentando calmarla.- El honor de los Benavente quedará intacto. No permitiré que Deker te avergüence... - ¿Cuándo hemos podido controlarlo, cariño? - Ahora podremos hacerlo. Soledad frunció un poco el ceño, agitando sus rizos negros, antes de sonreír de oreja a oreja, comprendiendo su punto de vista. - Ahora hay una chica - apuntó. Asintió antes de dirigirse hacia su despacho, el cual cerró con llave. No le gustaba que nadie le interrumpiera o pudiera escucharle cuando hablaba con su suegro. Tragó saliva, mientras marcaba el número del anciano. - ¿Qué quieres ahora, Calvin? - preguntó Rodolfo Benavente, malhumorado. - Las Damas han sido reunidas - respondió con gravedad.- Tal y como usted quería, les hemos dejado hacer. La chica, la princesa, robó las dos Damas que faltaban y el heredero de los James tenía las otras dos. Ahora mismo estarán intentando invocar al quinto. - Bien, bien. Todo va según lo planeado. - ¿Y si lo consiguen? - No, no lo creo. Los ladrones no lo permitirán - declaró el hombre con rotundidad.Que ellos luchen y se pongan en peligro, tal y como planeé. Nosotros permaneceremos en las sombras, como siempre, sin que nadie sepa qué hacemos o dejemos de hacer. Calvin no era partícipe de todos los planes que su suegro se traía entre manos, se limitaba a hacer lo que le ordenaba, intentando deducir lo que pasaba por la cabeza del viejo. Sin embargo, éste era demasiado inteligente y nunca, absolutamente nunca, lograba conectar todos los puntos, atar todos los cabos. - Hay algo que no entiendo, mi señor. - ¿Sólo algo? - la mofa de Rodolfo Benavente fue tan intensa como una bofetada, pero Calvin siguió en silencio, aguantando como siempre.- Anda, hoy estoy contento, pregunta.

9


- Envió a Deker al internado Bécquer en busca del Zorro plateado. Estaba furioso porque ese maldito ladrón nos robó la Dama que con tanto ahínco custodiábamos - recordó.- Pero lo encontramos, era esa chica, Ariadne Navarro, la princesa de los ladrones... Y usted la soltó. Dejó que Deker se la llevara sin más... Y no lo entiendo. - Las Damas dejaron de interesarme nada más ver a la chica, Calvin. Ella es mejor que las cuatro Damas juntas. Es mi tesoro más preciado y tiempo atrás perdido. - ¿Pero por qué? - Esa respuesta me la guardaré para mí, Calvin. - Pero... Es que no entiendo por qué hemos permitido que Ivory y Colbert James lleven a cabo sus planes. Lleva siguiéndole la pista a ambos dos desde hace años, sobre todo a Ivory, que esperaba que encontrara la otra Dama que nos robaron, la Dama de rojo, y la caja de Perrault. - Bueno...- Rodolfo pareció meditar la respuesta.- En primer lugar, necesitaba que Ariadne Navarro estuviera en contacto con las cuatro Damas reunidas. En segundo lugar, es mejor que nuestros enemigos se maten entre sí y luego nosotros nos quedemos con todo, ¿no crees? hizo una pausa, antes de añadir.- Vamos a estar muy ocupados, Calvin, tenemos que hacernos con la princesa y con la hija de esa maldita Elena Rivas, ¿cómo se llamaba? >>Ah, sí, Tania Esparza. Fin. Calahorra, 27 de septiembre de 2011

10


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.