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La envoltura piel-olor-[muerte] provoca la disforia, que como un estado intenso y angustiante, el cual afecta a la persona dramática y se debe a ese olor penetrante y envolvente. En concordancia, con el intento por evadir el soso olor a matadero, la memoria olfativa de Su Excelencia cancela el tiempo y provoca la analepsis. Es una cláusula parentética que nos permite ver -y oler- la presencia y presentificación pura del olor: el aroma de la floresta. Dicho rasgo devela el pasado eufórico -cándida infancia- del personaje de Zalamea. El olor es la acción y efecto del sentido, de ahí que lo sentido cause estragos en el estado de ánimo de Su Excelencia y se muestre como el valor del objeto-soso olor a matadero. Es notoria la presencia de dos patemas. El primero alude a la inquietud que en icoactividad conduce al desasosiego, por tanto, a un pasado irrecuperable. El segundo repercute en la incertidumbre y provoca la desesperación, porque “Nunca como en estos extravagantes ensueños, percibía con angustia Su Excelencia el hedor de la muerte, el tufo de las cenizas” (Zalamea, 1982, p. 72). El mal olor ahora produce reacciones somáticas, por tanto el devenir del cuerpo vivo a la muerte, mientras el cuerpo de control –la cocción- deja como relente el olor a la muerte en la piel-envoltura en Su Excelencia, además de provocar la analepsia como única opción de vida. Es de todos sabido que la esperanza muestra el porvenir, un futuro, una expectativa de vida, en cambio la desesperación involucra la no esperanza, lo perdido e irrecuperable, por tal razón la persona dramática lleva la huella orgánica como remanente del origen de la pureza. ¿Infancia perdida? Sí, por la violentación corporal y emocional infringida a Su Excelencia. El soso olor funciona como indicio de la identidad. También permite entrever cómo el devenir de la significación olfativa es lo cursivo hacia la configuración de la identidad-lobo, pues Su Excelencia “Venteó la noche, alargando el cuello como un gran ciervo herido. Hundió luego la cabeza entre los hombros, inclinándola sobre el pecho para husmearse a sí misma. Y descubrió que el oledero estaba en ella misma” (Zalamea, 1982, p. 66). Encontramos uno de los muchos efectos de sentido del olor, así como la capacidad envolvente y de manifestación corporal capaz de modificar las actitudes humanas para animalizarlas. Cuando se dijo que el olor deja su huella en el cuerpo es porque se transforma en una piel-olor, queda definido entonces porque “Hasta el despacho de Su Excelencia llegaba ahora la frescura de esa agua y el aroma de aquella pineda como un milagroso alivio, y penetraba su alma de embriagadora certidumbre que si volvía a ese sitio, si sumergiera su cuerpo en aquella linfa y abría sus sentidos al aire de aquel bosque ya nunca más emanaría de ella este hedor de muerte” (Zalamea, 1982, p. 72). Pero, ¿cómo quitarse esa segunda piel? Oliendo y degustando el olor del pinar, pues solamente el desvanecimiento del olor será posible si va de adentro hacia fuera del cuerpo, por eso el personaje busca sumergirse en la linfa: agua fresca-aroma. Llegados a este punto, es justo decir que las secuencias olfativas permiten, por un lado, identificar el recorrido de la significación del efluvio -el olor a muerte- y por otro, señalar que la búsqueda de la pureza -aroma del pinar- servirá para disipar el soso olor de la muerte que Su Excelencia lleva como envoltura. El olor es la piel borrosa del cuerpo vivo y funciona como indicio metafórico de otros cuerpos odorantes. Análogamente es una metonimia, pues configura por contigüidad la sustancia olfativa en las personas en relación con su propio olor. Con sano criterio se dirá que el cuerpo vivo mana efluvios pero a la vez las emisiones odoríferas de otros cuerpos desplazan el olor propio. En el relato, el cuerpo vivo-Su Excelencia percibe efluvios que se manifiestan como olores hediondos y al no saber que significan, el personaje deviene en actante posicional. Como cuerpo blanco intenta descifrar el soso olor, el cual es una mezcla de olores nauseabundos.

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Revista Lápiz-Cero


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