Un Astillero sin mar

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Un Astillero sin Mar Un yate entre nogales. Enrique Court Zegers, su constructor. Es nieto de ingenieros navales, de vieja tradición gala. Características del María Teresa. En camión llegará al mar. Después de recorrer calles a medio formar y rústicas aceras suburbanas, se detuvo el auto frente a un solar del barrio alto. Viejos nogales, sobrevivientes de fundos y chacras de los aledaños de Santiago, recogían el sol de esa tarde de primavera y daban la impresión de dormitar, agobiados por la siesta. ¿Serían el sudor de esos nogales los manchones de oro que palpitaban en el pasto, bajo las ramas? Entramos por un camino que sorteaba los troncos grises de los nogales, y fue ahí donde un martilleo pertinaz y el ruido apagado de sierras y garlopas, mordiendo troncos y tablones, me recordó el Maule y su ría y los cascos de las lanchas y goletas a su margen. El pequeño barco de Enrique Court, no tan pequeño a fin de cuentas, pues son 28 pies de eslora los de su casco, estaba ahí en su astillero de tierra adentro, bajo una ramada de viejas maderas y en torno suyo, la decoración verde clara del nogueral. Durante el almuerzo en su casa, recordamos a los bordeleses, nuestros antepasados comunes, don Juan Court y don Juan Duprat, que recrearon en el Maule los astilleros abandonados por los jesuitas en el siglo XVIII y fondearon en Valparaíso la tradición naval, heredada de los constructores de Burdeos y de Tolón, hasta la muerte de mi abuelo, en que el astillero ribereño, desde donde se echaron al agua, durante más de


cincuenta años, vapores y veleros fue explotado por mi tío Aquiles Court. A la entrada de la poza principal de Valparaíso existe aún el faro Punta Duprat, y es como si la costa de Chile quisiese perpetuar la memoria del ilustre bordelés que renovó nuestra arquitectura naval. En Enrique Court Zegers, dedicado a labores industriales muy ajenas al arte naval, rebrotó su ancestral raíz marina, y de aquí este yate, a punto de hacerse a la mar, a 150 kilómetros de la costa. Según estadísticas es, quizás, el barco que se ha construido a más distancia de un litoral, porque el que bate el record en Estados Unidos fue armado a 80 kilómetros de San Francisco. Vimos en casa de Enrique, no sin emoción, la fragata con que su abuelo don Aquiles recibió, en Francia, el título de ingeniero naval. Yo, para no ser menos, tengo un facsímil de la “Polly”, que planeo mi abuelo en el Maule y fue lanzada al agua en 1894. Sobre la pesada quilla de fierro (1.250 kilos), espina dorsal de la embarcación, se curvan sus cuadernas o costillas, de fuerte lingue de sur. La roda, como quien dice la nariz del buque, y su codaste, esqueleto de la popa, son de roble del Maule, labrados a hacha en los bosques de Quivolongo. Y la tablazón o forro, la piel del barco, de ciprés de las Guaytecas, como la cubierta de teca oriental, de alerce chilote la cabina, y los mástiles de pino oregón. Las maderas seleccionadas para construirlo son diversas, aunque predominan las de la tierra, y de distintas regiones de


Chile los obreros, calafates y carpinteros de mar, contratados en Valparaíso, en el Maule y en Chiloé. El yate que Enrique Court ha elaborado en Santiago es un ketch (en el norte de Europa existe una embarcación similar, que los vascos y asturianos llaman queche o quechemarín), dotado de un aparejo italiano de de dos mástiles, con tres velas; foque, mayor y mesana. En Estados Unidos se llama barco ketch H.28 L a H, por el apellido de su constructor, Francis L. Heresford, y el número 28, por el largo o eslora del casco. Es un yate de alta mar (algunos hicieron travesías de 3.000 millas), y esta característica de resistencia, de navegabilidad, me recordó el viaje del “Snark”, el ketch en que Jack London efectuó la travesía de S. Francisco de California a Sídney, en Australia. Jack London describe al “Snark” como un término medio entre el yawl (Yola) y la goleta. Hay una diferencia mínima, la posición del palo de mesana, que en el “Snark” estaba detrás del cabrestante del timón. Se llama el yate de Enrique Court “María Teresa”, en recuerdo de su madre, doña María Teresa Zegers. Y el nombre de Teresa Zegers, y la llamó así a secas, Teresa, porque su esbelta figura, sus burlones ojos claros y el insuperable gracejo de sus observaciones sobre gentes y cosas están ligados a mi juventud y al paisaje del Maule en los veranos. Grato habría sido para mí permanecer en Chile hasta el instante en que el “María Teresa”, dejando su cuna de tierra y


su fresca decoración de nogales, iniciara su primera navegación de Santiago al mar. Y me irrita el hecho, por ser descendiente, como Enrique, de hombre de mar, de que no sea el agua salada del Pacífico la que moje la roda de pellín maulino, sino el aire de cordillera, al ser izado, como un cetáceo muerto, a la plataforma de un camión. Caminos de llanura, veredas de cerros, lo llevarán a San Antonio, y hasta entonces Enrique Court tendrá que contener sus arrestos de yachtman.

Mariano Latorre, “Memorias y otras confidencias” Publicado en revista Zigzag, n° 2.385, del 9 de diciembre de 1950.


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