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Jerusalén cayó, fue saqueada y destruida en gran parte. Nabucodonosor envió a un oficial llamado Nebuzardán con la misión de destruir el templo y el palacio de Jerusalén (2R 25,8-17). Se llevaron a Babilonia los elementos de culto que quedaban en el templo y algunos de sus ornamentos (columnas, revestimientos de bronce, la pila de purificaciones). La ciudad fue incendiada y las murallas destruidas. Se puso fin al orgullo de plaza inexpugnable de Jerusalén, que quedó totalmente desprotegida sin sus defensas. Hubo funcionarios, secretarios y sacerdotes llevados a Ribla ante el rey, donde fueron ejecutados. Otros formaron parte de un segundo contingente de deportados a Mesopotamia. Quedaron en el país los campesinos y la población nativa cananea. Con Jerusalén había caído el último vestigio de la nación judaica, los reyes herederos de David habían sido derrocados, sus ciudades y sus santuarios destruidos, su pueblo exiliado y sus tierras entregadas a otros. Sin embargo, para los que quedaron en el país, la destrucción de Jerusalén no era el punto final, sino que tuvieron que seguir adelante, aunque apenas contamos con información sobre su evolución histórica. Las deportaciones se fueron repitiendo en los años siguientes. Según Jer 52,28-30, en el año 582 a.C. Nebuzardán envió al exilio a otros 754 judíos. Ignoramos los motivos de este y otros envíos de población a Oriente, quizá motivados por el deseo de eliminar cualquier conato de resistencia. Mientras tanto, se iban instalando en la tierra palestina habitantes de zonas de Babilonia y cautivos de Siria, pero ninguna fuente nos confirma que Judá se convirtiera una provincia babilónica. El país fue confiado a un funcionario judío llamado Guedalyá, que había desempeñado funciones en los gobiernos de Josías y Joaquim, y que se había significado como partidario de los babilonios. Destruida Jerusalén, como sede de su gobierno Gedalyá eligió Mispá. Pero esa sumisión a los babilonios no era compartida por todos. Ismael, hijo de Natanías, hombre de linaje real, reunió a un grupo de hombres y, quizá con el apoyo de los amonitas, mató a Guedalyá a sus comensales en un banquete en Mispá. El relato de Ismael (Jer 40-42) es representativo de la situación del país: desorden y confusión, falta de seguridad, pobreza y falta de víveres, confusión respecto a las alianzas, difícil búsqueda de alternativas. Después de matar a unos israelitas que acudían al santuario de Jerusalén (donde puede que quedara algún vestigio de culto), Ismael intenta pasar a Amón, pero sus planes fracasan. Le da alcance el grupo congregado por Yojanán para castigar sus crímenes y los partidarios de Ismael le abandonan y se pasan al bando de Yojanán. A Ismael sólo le quedan ocho hombres y con ellos se dirige a Transjordania. El grupo de Yojanán decide en la zona de Belén emigrar a Egipto, a pesar de las recomendaciones de Jeremías de no abandonar el país. Llegaron a Tafnis, una fortaleza del delta del Nilo y se instalaron allí y en Menfis. Otros siguieron el camino del refugio en Egipto y poco a poco se fue despoblando la tierra de Judá, que quedó sin dirección tras la muerte de Guedalyá y posiblemente cayó bajo la influencia de las autoridades de Samaria.

José Ochoa, Atlas histórico de la Biblia, I. Antiguo Testamento (2003)

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