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promovido en el país del Nilo no sirvió para evitar que los saítas tomaran el poder reunificando el país. El faraón Psamético I de Sais aprovechó la debilidad de los cushitas y los problemas que tenía en su patria el imperio asirio para conseguir de nuevo la unidad de Egipto con la XXVI dinastía. Estos cambios de poder al sur del reino de Judá tuvieron que suponer el paso de tropas asirias por Palestina pero no sabemos que esto tuviera ningún efecto. Manasés se mantuvo en el trono de Jerusalén hasta su muerte y fue sucedido por su hijo Amón, que enseguida sucumbió a una conjura cortesana que acabó con su vida (2R 21,19-26). Ignoramos las razones por las que ciertos funcionarios actuaron en contra del recién entronizado Amón. Se ha apuntado la posibilidad de que la debilidad de Asiria hubiera provocado la aparición de dos tendencia o partidos en Jerusalén, uno de los cuales estaría en contra de la política de sometimiento del desaparecido Manasés. La conspiración fracasó, al parecer por la intervención del pueblo, que vengó la muerte del rey y proclamó a su hijo Josías, que aún era un niño. Pero no sabemos cómo ocurrió ni quién se hizo cargo de la regencia.

OTROS PUEBLOS – Los urarteos Urartu es el nombre que los asirios dieron desde el siglo XIII a.C. al pueblo que ocupaba la zona entre el sureste de mar Negro y el sur del Caspio, donde fueron reemplazados en el siglo VI a.C. por los armenios procedentes del Cáucaso. Ellos llamaban a su país Biainili y a su capital Tushpa (actual Van). Étnicamente los urarteos eran muy próximos a los hurritas, pero al contrario de lo que creyeron los primeros estudiosos que abordaron el problema de la lengua urartea, no se trata de un dialecto hurrita, sino de una lengua diferente, aunque ambas tengan el mismo origen. Entre los siglos IX y VI a.C. el urarteo se usó en el nordeste de Anatolia como lengua oficial del Estado de Urartu, que desde la zona del lago Van extendía su poder a las regiones transcaucásicas, al norte iranio y, en ocasiones, a la zona septentrional de Siria. Los textos urarteos de la epigrafía monumental contienen anales e inscripciones votivas relacionadas con obras de arquitectura o de ingeniería hidráulica y están escritos en una variante de la escritura neoasiria. También se han conservado algunas tablillas de contenido económico y algunas inscripciones esgrafiadas en cascos y escudos ofrecidos en los templos. La clave para descifrar esta lengua la dieron dos inscripciones bilingües en urarteo y asirio. Precisamente a los asirios deben los urarteos buena parte de su cultura. Además de la escritura, motivos y estilos artísticos, Asiria les transfirió prácticas militares y diplomáticas. Esa influencia se produjo en dos momentos de la Historia: entre 1275 y 840 a.C. los asirios recorrieron la zona, sin encontrar gran oposición ni imponer un fuerte dominio, pero dejando su impronta cultural y aprovechándose de los recursos del país; entre 840 y 612 a.C. surgió el reino de Urartu, que imitó las prácticas asirias con sus vecinos del norte, este y oeste, y que dio su propia interpretación a la cultura transmitida por Asiria.

José Ochoa, Atlas histórico de la Biblia, I. Antiguo Testamento (2003)

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