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Feminismo y Política

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Entre las cosas que amenazan la cualidad de la vida política, yo pongo la creciente confusión entre política y poder. La “impotencia del poder” Abro un paréntesis para decir que me apartaré de la doctrina política de Hannah Arendt, pero sin oponerme a su pensamiento. Mi intención es profundizar en él. Un punto importante de contacto con su pensamiento es la noción de “la impotencia del poder ”, noción paradójica que ella vio que interpretaba una experiencia que se estaba difundiendo, y por la que ocurre –escribe– que “perdemos la capacidad de hacer lo posible”.2 Cuando el poder se vuelve ilegítimo la cosa pública agoniza Lo que ella vio y previó, se ha convertido en una experiencia masiva. Basta pensar en aquellos millones de personas que en 2002 , en todo el mundo, promovieron y participaron en grandes manifestaciones pacíficas para convencer a los Estados Unidos de que no se lanzara a la aventura de la guerra de Irak. Nunca, ni siquiera en los tiempos del Vietnam, se había visto semejante concierto de voluntades en torno a un fin justo y sensato que, sin embargo, no fue alcanzado. En cambio, Arendt no conoció otro tipo de impotencia, que ahora nos toca vivir, ante un poder político que destruye las bases mismas de su legitimidad. El poder destructor me expulsa de mi sitio, de nuestro sitio, que era el de reconocer (o no reconocer) su legitimidad. Un ejemplo de ello lo dio la presidencia Bush fabricando paso a paso las pruebas que debían justificar su actuación. En Italia, el ejecutivo se crea una legitimidad ficticia con leyes ad hoc y mantiene suspendida sobre nuestras cabezas la amenaza de violar la constitución, amenaza ora dicha, ora contradicha, en un juego que se parece al del gato y el ratón. La confusión entre política y poder se ha vuelto extrema tanto en las prácticas políticas como en nuestras cabezas o en el lenguaje y en la doctrina, y ha llevado la cosa pública a un estado de agonía. Mi aportación intenta una modificación de la mirada y del lenguaje para que nos demos cuenta de la confusión de la que hablaba, y para que la capacidad de actuar políticamente ocupe el lugar de la sumisión y de la impotencia.

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Hannah Arendt, Sulla violenza, trad. italiana de Savino D’Amico, Parma, Guanda, 1996, 94-95, (Sobre la violencia, trad. de Guillermo Solana, Madrid, Alianza, 2005)

¿Matonaje por la buena causa? Ilustraré la confusión con el ejemplo que ofrecen las vicisitudes políticas de Harvey Milk, según las relata la película de Gus Van Sant, Milk, con el actor Sean Penn de intérprete principal. La película es de buena calidad, y la interpretación de Sean Penn es, más que buena, superlativa. Estamos en los años setenta. Harvey Milk, homosexual declarado y dirigente del mundo gay de San Francisco, consigue llegar a ser concejal y cuenta con el apoyo del alcalde en su lucha política por la aceptación humana y el reconocimiento jurídico de la diferencia homosexual (uso palabras que expresan lo que busca el protagonista mejor que el lenguaje de los derechos). En su lucha, entabla una relación de casi amistad con un colega político, un padre de familia visceralmente hostil a la causa de Milk. Harvey Milk intenta entender las dificultades subjetivas del otro, y muestra que sabe que la política no se reduce a cálculos de poder. Pero no llega hasta el fondo: cuando en el consistorio municipal las relaciones de fuerza se inclinan a favor de Milk, este no solo rechaza las peticiones del otro, un pobre hombre atrapado en sus contradicciones, sino que recurre a un chantaje para impulsar al alcalde a hacer lo mismo. El hombre, exasperado, se arma y asesina primero al alcalde y después a Milk. La confusión entre política y poder no es un tema de la película. Se manifiesta en la incoherencia del personaje de Milk, que vemos que, en las relaciones con su colega, pasa de la práctica de la relación a la lógica de las relaciones de fuerza, como si fueran intercambiables. Da la impresión de que el director no vio el salto enorme entre los dos modos de hacer y no tiene ni idea de que el primer modo de hacer merece el nombre de política, mientras que el segundo se conforma con la lógica del poder, según la cual vence el más fuerte. LoS espectadores notan el salto gracias a la interpretación de Sean Penn. Un intérprete menos dotado nos habría llevado a creer que el interés de Milk por su colega era instrumental desde el principio. Pero no es así. ¿Qué es, entonces, lo que ocurrió? Quizá, la reconstrucción histórica, precisamente por ser de buena calidad, hace aflorar el hecho de que Harvey Milk se transformó, del hombre de relaciones que era, en hombre de poder. Este cambio, si existió, probablemente se dio sin que él, Milk, se diera cuenta, y tampoco el director que narra su historia, y esto no tiene más explicación que la confusión creciente en nuestra cultura entre el ejercicio del poder y el hacer política. Una confusión cuyo mortífero resultado es resumido simbólicamente por el final de Milk. Al final de

Pastoral Popular


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El poder y la política no son lo mismo 2

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Luisa Muraro

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En vez de fuerza y engaño, la posibilidad de la política

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1 Luisa Muraro es filósofa e investigadora en la Universidad de Verona y dio vida en 1984 junto a otras estudiosas a Diótima, un grupo de filósofas, autoras de la obra colectiva: Il pensiero della differenza sessuale (1987). 2 El título lo tomo prestado del Seminario de Diótima de otoño de 2008, y será el título del próximo libro de Diótima, en preparación para el editor Liguori de Nápoles. Traducción del italiano de María-Milagros Rivera Garretas.

ivimos en una coyuntura histórica que pide que repensemos las relaciones entre la política y el poder. Vuelve a ser de actualidad una idea de la que no debería de prescindir nunca la doctrina política: la idea formulada por Hannah Arendt que dice que la política no es algo connatural a la sociedad. Es connatural al ser humano pero según su condición, que está caracterizada por la contingencia. La vida política es una posibilidad más de la vida asociada y se da en ciertas condiciones; tanto es así, que ha habido y puede haber sociedades sin política, en las que actúan las relaciones de fuerza, el engaño, la instrumentalización sistemática de todo y de todos, la demagogia, o la búsqueda exclusiva del propio interés, y en las que se desprecia lo bueno que la humanidad sabe concebir y hacer para la convivencia libre y civil. En Italia, y no solo en ella, estamos yendo en esta dirección. Es posible oponerse a este plano inclinado, siempre que nos demos cuenta de que no se trata, esencialmente, de una cuestión de democracia: limitarse a la defensa de la democracia es un error que está haciendo perder tiempo a no pocas personas de buena voluntad. La cuestión es más grave: afecta a la vida de la política. Pastoral Popular


Editorial

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n Chile los movimientos sociales del 2011 revelaron, junto al malestar social, una vuelta de lo político que aún no termina de asentarse plenamente en la sociedad. Las grandes manifestaciones estudiantiles y sociales expresadas en las calles de nuestras ciudades no logran aún traducirse en señales electorales claras, como tampoco en nuevas formas de hacer política. ¿Cómo interpretar los datos electorales duros que surgen de la elección presidencial en su primera vuelta? ¿Qué pensar del 50% de abstención electoral que al parecer se profundizará el 15 de diciembre? ¿ C u á n t o de este 50% representa a quienes adhieren pasivamente al modelo? ¿Cuántos que no creen en los políticos ni en el sistema político? ¿Cuántos que no votaron rechazan activa y positivamente el modelo económico y el sistema político que lo sustenta? Por otra parte, tampoco la ciudadanía que votó expresó contundentemente su voluntad de querer avanzar por un camino diferente al Chile actual. Tanto la Alianza (Centro-derecha) como la Nueva mayoría (Centro izquierda) alcanzaron una adhesión ciudadana históricamente muy baja. Michelle Bachelet obtuvo el 46% de los sufragios lo que equivale al 24% de los electores, incluyendo esta vez al Partido Comunista. ¿Tiene el apoyo suficiente esta candidata para poder implementar los cambios profundos que se requieren y exigen los movimientos sociales, si estuviera dispuesta a realizarlos? La candidata de la derecha obtuvo una bajísima votación, pues, su 25% obtenido equivale al 13% del electorado. Tampoco los resultados electorales se pueden entender como una confirmación y validez del modelo. Los candidatos que planteaban un rechazo al modelo obtuvieron votaciones significativas pero inferiores a las que esperaban. El llamado a marcar el voto con AC (Asamblea Constituyente) no superó el 8%. Ante este cuadro resulta clave hacerse la pregunta: ¿qué direccionalidad van a ir adoptando los distintos actores en la actual coyuntura que enfrentamos como pueblo? Son muchos los factores que se esgrimen ante la poca claridad existente en el electorado respecto al camino a seguir en esta encrucijada: mantener el modelo, cambiarlo “responsablemente” o cambiarlo

Chile

u s e d a d a j i c u r c n e a l n ó en i c a m r o f s tran cultural radicalmente. Estos factores, que van desde la constitución política de la dictadura, pasando por la corrupción de la política y el predominio en ella de los grupos económicos cada vez más concentrados, hasta el sistema binominal, no sabemos cuánto influyen en el electorado. También contribuye a este caos el hecho de no existir un camino económico alternativo maduro. Por otra parte, hay signos de estar viviendo procesos de profundas transformaciones culturales. Los vemos en la forma como se manifiestan pública y masivamente grupos de jóvenes, estudiantes, mujeres, indígenas, minorías sexuales, grupos religiosos diversos, feministas, ambientalistas, trabajadores/as, regionalistas, animalistas, movimientos ciudadanos, permacultores, etc., quienes se hacen sentir cada día más en la sociedad enriqueciéndola con su diversidad polifónica. ¿Cómo integrar entonces las nuevas formas del quehacer político que, desde tal diversidad de sensibilidades e intereses, están ya tejiendo una nueva sociedad en el Chile actual? ¿Cómo desde esta diversidad se prepara suficientemente una alternativa transformadora, unitaria, creíble, confiable para la ciudadanía? En varios artículos de la presente edición de la revista se recogen algunas expresiones de esta nueva sensibilidad, en particular la que se deriva de la mirada de género a que nos invitan los movimientos feministas. Estos artículos dan pistas que pueden ayudar a reorientar nuestro quehacer en diversos ámbitos de la vida social, a los que pertenecen, entre otros, lo político y vinculado con ello, también lo religioso. PP.

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Luisa Muraro

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En vez de fuerza y engaño, la posibilidad de la política

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1 Luisa Muraro es filósofa e investigadora en la Universidad de Verona y dio vida en 1984 junto a otras estudiosas a Diótima, un grupo de filósofas, autoras de la obra colectiva: Il pensiero della differenza sessuale (1987). 2 El título lo tomo prestado del Seminario de Diótima de otoño de 2008, y será el título del próximo libro de Diótima, en preparación para el editor Liguori de Nápoles. Traducción del italiano de María-Milagros Rivera Garretas.

ivimos en una coyuntura histórica que pide que repensemos las relaciones entre la política y el poder. Vuelve a ser de actualidad una idea de la que no debería de prescindir nunca la doctrina política: la idea formulada por Hannah Arendt que dice que la política no es algo connatural a la sociedad. Es connatural al ser humano pero según su condición, que está caracterizada por la contingencia. La vida política es una posibilidad más de la vida asociada y se da en ciertas condiciones; tanto es así, que ha habido y puede haber sociedades sin política, en las que actúan las relaciones de fuerza, el engaño, la instrumentalización sistemática de todo y de todos, la demagogia, o la búsqueda exclusiva del propio interés, y en las que se desprecia lo bueno que la humanidad sabe concebir y hacer para la convivencia libre y civil. En Italia, y no solo en ella, estamos yendo en esta dirección. Es posible oponerse a este plano inclinado, siempre que nos demos cuenta de que no se trata, esencialmente, de una cuestión de democracia: limitarse a la defensa de la democracia es un error que está haciendo perder tiempo a no pocas personas de buena voluntad. La cuestión es más grave: afecta a la vida de la política. Pastoral Popular


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Entre las cosas que amenazan la cualidad de la vida política, yo pongo la creciente confusión entre política y poder. La “impotencia del poder” Abro un paréntesis para decir que me apartaré de la doctrina política de Hannah Arendt, pero sin oponerme a su pensamiento. Mi intención es profundizar en él. Un punto importante de contacto con su pensamiento es la noción de “la impotencia del poder ”, noción paradójica que ella vio que interpretaba una experiencia que se estaba difundiendo, y por la que ocurre –escribe– que “perdemos la capacidad de hacer lo posible”.2 Cuando el poder se vuelve ilegítimo la cosa pública agoniza Lo que ella vio y previó, se ha convertido en una experiencia masiva. Basta pensar en aquellos millones de personas que en 2002 , en todo el mundo, promovieron y participaron en grandes manifestaciones pacíficas para convencer a los Estados Unidos de que no se lanzara a la aventura de la guerra de Irak. Nunca, ni siquiera en los tiempos del Vietnam, se había visto semejante concierto de voluntades en torno a un fin justo y sensato que, sin embargo, no fue alcanzado. En cambio, Arendt no conoció otro tipo de impotencia, que ahora nos toca vivir, ante un poder político que destruye las bases mismas de su legitimidad. El poder destructor me expulsa de mi sitio, de nuestro sitio, que era el de reconocer (o no reconocer) su legitimidad. Un ejemplo de ello lo dio la presidencia Bush fabricando paso a paso las pruebas que debían justificar su actuación. En Italia, el ejecutivo se crea una legitimidad ficticia con leyes ad hoc y mantiene suspendida sobre nuestras cabezas la amenaza de violar la constitución, amenaza ora dicha, ora contradicha, en un juego que se parece al del gato y el ratón. La confusión entre política y poder se ha vuelto extrema tanto en las prácticas políticas como en nuestras cabezas o en el lenguaje y en la doctrina, y ha llevado la cosa pública a un estado de agonía. Mi aportación intenta una modificación de la mirada y del lenguaje para que nos demos cuenta de la confusión de la que hablaba, y para que la capacidad de actuar políticamente ocupe el lugar de la sumisión y de la impotencia.

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Hannah Arendt, Sulla violenza, trad. italiana de Savino D’Amico, Parma, Guanda, 1996, 94-95, (Sobre la violencia, trad. de Guillermo Solana, Madrid, Alianza, 2005)

¿Matonaje por la buena causa? Ilustraré la confusión con el ejemplo que ofrecen las vicisitudes políticas de Harvey Milk, según las relata la película de Gus Van Sant, Milk, con el actor Sean Penn de intérprete principal. La película es de buena calidad, y la interpretación de Sean Penn es, más que buena, superlativa. Estamos en los años setenta. Harvey Milk, homosexual declarado y dirigente del mundo gay de San Francisco, consigue llegar a ser concejal y cuenta con el apoyo del alcalde en su lucha política por la aceptación humana y el reconocimiento jurídico de la diferencia homosexual (uso palabras que expresan lo que busca el protagonista mejor que el lenguaje de los derechos). En su lucha, entabla una relación de casi amistad con un colega político, un padre de familia visceralmente hostil a la causa de Milk. Harvey Milk intenta entender las dificultades subjetivas del otro, y muestra que sabe que la política no se reduce a cálculos de poder. Pero no llega hasta el fondo: cuando en el consistorio municipal las relaciones de fuerza se inclinan a favor de Milk, este no solo rechaza las peticiones del otro, un pobre hombre atrapado en sus contradicciones, sino que recurre a un chantaje para impulsar al alcalde a hacer lo mismo. El hombre, exasperado, se arma y asesina primero al alcalde y después a Milk. La confusión entre política y poder no es un tema de la película. Se manifiesta en la incoherencia del personaje de Milk, que vemos que, en las relaciones con su colega, pasa de la práctica de la relación a la lógica de las relaciones de fuerza, como si fueran intercambiables. Da la impresión de que el director no vio el salto enorme entre los dos modos de hacer y no tiene ni idea de que el primer modo de hacer merece el nombre de política, mientras que el segundo se conforma con la lógica del poder, según la cual vence el más fuerte. LoS espectadores notan el salto gracias a la interpretación de Sean Penn. Un intérprete menos dotado nos habría llevado a creer que el interés de Milk por su colega era instrumental desde el principio. Pero no es así. ¿Qué es, entonces, lo que ocurrió? Quizá, la reconstrucción histórica, precisamente por ser de buena calidad, hace aflorar el hecho de que Harvey Milk se transformó, del hombre de relaciones que era, en hombre de poder. Este cambio, si existió, probablemente se dio sin que él, Milk, se diera cuenta, y tampoco el director que narra su historia, y esto no tiene más explicación que la confusión creciente en nuestra cultura entre el ejercicio del poder y el hacer política. Una confusión cuyo mortífero resultado es resumido simbólicamente por el final de Milk. Al final de

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4 la película, no es exacto decir que la mano del asesino de Harvey Milk fue armada por la homofobia: fue armada por la homofobia y por una política desviada por la lógica del poder. Autoengaño del poder socialista Del mismo modo, si repensamos la historia del movimiento obrero y del proyecto socialista, si nos preguntamos por la manera en la que acabaron tanto uno como el otro, yo creo que la respuesta tendrá que tener en cuenta la cuestión del poder. Los revolucionarios y sus herederos, una vez descartada la vía de la democracia conciliar, pensaron que había que monopolizar el poder para realizar el ideal socialista, pero el poder, de medio que debía de haber sido, acabó por convertirse en el fin de todo y en el final de todo. O, por hablar de nuestros días, si consideramos las perspectivas de la presidencia Obama, lo que separa a los optimistas de los pesimistas no es una razón política sino una simplificación: como si todo/nada dependiera de las decisiones del presidente. Más bien, deberíamos ver que la línea de la lucha política pasa a través de su persona y de toda la Casa Blanca, efectiva e inevitablemente divididas entre el tener que someterse a opciones obligatorias y el poder inventar respuestas nuevas, en una confrontación móvil e imprevisible en la que, junto a los imprevistos de la historia próxima futura, contará lo que aporten esos movimientos políticos que han hecho de Obama el símbolo de una recuperación de la vida política. Y que son, usando el lenguaje de Arendt, la fuente principal del “poder vivo”. Quien se compromete a mejorar su condición junto con la de sus semejantes, quien quiere existir para sí y para los demás o las demás, quien no quiere encerrarse en su “particularidad”, sino enriquecerse simbólicamente en el intercambio, quien se siente parte de la humanidad, de la cercana y de la lejana, en una palabra, quien ama la política, no puede ignorar que la lógica del poder se afirma a costa de la acción libre y creativa, en cualquier campo y en primer lugar en la política (y, naturalmente, al revés). Pero no basta con saberlo: hay que saber también qué hacer para actuar en la línea en la que sucede que una cosa se convierte en la otra. Vida política: compromiso compartido por la convivencia libre y pacífica La mutua exclusión entre política y poder no tiene nada ni de lógico ni de automático. En ella se puede reconocer, en mi opinión, la tensión inherente a la existencia humana con su consustancial y siempre insegura libertad. La política es un arte, se dice, el arte de lo posible.

Con el arte de la política, le disputamos al poder el lugar de la convivencia libre y pacífica. Hay vida política cuando las relaciones de poder son reemplazadas por un compromiso compartido por la convivencia libre y pacífica, y por disponibilidad para buscar las mediaciones capaces de resolver los conflictos que surjan. Es más que sabido que la posesión de poder sobre otros exime de la búsqueda de mediaciones o hace pasar por buenas mediaciones ficticias. Pero también la impotencia tiene este resultado. Hay vida política cuando conseguimos transformar la convivencia en relaciones de intercambio en las que el beneficio personal entra en circulación con la calidad de la propia relación, y no prevarica nunca con ella. Este círculo virtuoso sin segundos fines y sin fin, es frágil y tiende a romperse a pesar de los beneficios que la propia relación contribuye a producir. Cuando Hannah Arendt habla de la impotencia del poder, se refiere a la rotura de este círculo virtuoso. Se vislumbra aquí una paradoja que puede ser atribuida al ser humano (paradoja antropológica). La cultura religiosa ha imaginado que el ser humano es defectuoso, a consecuencia de una culpa primordial. Por mi parte, no tengo una explicación que ofrecer; estoy de acuerdo con quien piensa que interviene la libertad. Concretamente, la experiencia de la libertad: quien no pasa por esta experiencia, busca otros caminos y el círculo entre mediación necesaria y beneficios personales se rompe. Ocupan su lugar la prepotencia y la impotencia.

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Entre el poder y la política, como he dicho ya, hay una relación hecha a un tiempo de cercanía extrema y de exclusión recíproca. Se tocan a uno y otro lado de una raya invisible y movible, que es el frente mismo de la lucha política (pido disculpas por lo belicoso del lenguaje). La política no puede usar el poder para sus propios fines, como si fuera un medio. Tampoco puede hacerse la ilusión de sustraerse a su presión. Querer hacer del poder el instrumento de la política, por una parte, o mantenerse a una distancia de seguridad, por otra, es igualmente equivocado: la trayectoria de Harvey Milk en la película de Gus Van Sant enseña la puerta estrecha que hay que pasar, entre la presunción de controlar los medios del poder, por una parte, y la tentación de mantenerse aparte, por otra. En cuanto a la primera postura, que es una auténtica ilusión, no os enseño nada nuevo diciendo que, de hecho, sucede y ha sucedido siempre que el poder, de medio que debía ser, se convierte rápidamente en amo de la política y de los hombres que a ella se dedican, de los que cuando tienen éxito se dice, precisamente, que son “hombres de poder” y nada más. Que el abrazo del poder sea letal para la política, no lo he descubierto yo. Los que llamamos mujeres y hombres políticos, y merecen este nombre, son los que le han dado la espalda y han obtenido resultados independientemente de él. Es verdad que, sobre esto, no siempre nos expresamos con la necesaria precisión. Con frecuencia atribuimos al poder efectos que han sido obtenidos independientemente de él. Y al revés: atribuimos a la falta de poder los efectos de carencias de otra naturaleza. Y, sin embargo, no es difícil demostrar que los hombres de acción o los pensadores políticos más geniales son los que se orientan, más o menos conscientemente, justo en el sentido de disputarle vida política al ejercicio del poder. La lógica del poder puede resumirse en tres puntos: primero, que quiere durar; segundo, que tiene siempre la espada por el puño, es decir, que no soporta la experiencia exquisitamente humana de la vulnerabilidad; y, tercero, que usa todo y a todos, también a quienes lo poseen. Hace años, Giulio Andreotti ironizó sobre la sentencia según la cual “el poder desgasta a quien lo posee”, contraponiendo que el poder desgasta a quien no lo posee. Hay algo de verdad, si yo me dedico a la política porque deseo tenerlo. Pero él mismo se convirtió en el ejemplo vivo de lo que el poder puede hacer de quienes lo poseen, momias ambulantes, como han mostrado genialmente el director de cine Paolo Sorrentino y el actor Toni Servillo, respectivamente autor y protagonista de la película Il divo (Italia 2008).

Encarar dialogalmente el conflicto: aporte femenino La pregunta que requiere ser pensada por mí, una mujer, y discutida con mis semejantas es, sin embargo, otra; está en la otra vertiente y se refiere a la presunta distancia de seguridad del poder, de sus aparatos y de su lógica. Yo no voy a negar que sea posible mantener esa distancia. Es posible moverse lejos de los sitios en los que lo que cuenta es prevalecer sobre los demás. Tal vez les sea difícil a los hombres, no tanto a las mujeres. Lo digo polemizando con una mirada que se vende muy bien en el mercado de las ideas, que dice que el poder es tan penetrante que resulta omnipresente. El problema no es este: esta es una mirada desviada que oculta el verdadero problema que nosotras (quiero decir: yo y mis semejantas) tenemos delante. El problema que afecta especialmente a la sociedad femenina –yo sostengo– es la evitación del trabajo necesario para crear las condiciones de la libertad y para instaurar el círculo virtuoso al que antes me refería. Simplificando, diré que las mujeres son demasiado altruistas: ellas curan con la entrega la escasez de beneficios personales en la economía de las relaciones. Una parte de nosotras evita sistemáticamente las reuniones, elecciones, partidos, bandos y toda una serie de rituales en los que ocurre que se pierde de vista la sustancia de los problemas, y que la experiencia viva de los y las participantes desaparece, junto con sus relaciones, detrás de una máscara de conveniencia. ¿No son quizá dos buenos motivos para desentenderse? Sí, pero, haciéndolo, nosotras no ejercemos nuestra competencia sobre los problemas en cuestión, perdemos la ocasión de mostrar, por ejemplo, que los problemas se pueden afrontar y, en su caso, resolver sin máscaras, en relaciones directas y abiertas con los interesados. Y nos reducimos a una existencia disminuida. Algo semejante hay que decir también, en el fondo, de las mujeres que, desde siempre y hoy más numerosas que ayer, asumen responsabilidades públicas y se comprometen políticamente. También ellas son demasiado altruistas, porque, en vez de activar el círculo virtuoso, creen que tienen que pagar el beneficio personal, y lo pagan. ¿A quién? Al poder, directamente, con el que entablan una relación más o menos consciente de acuerdo secreto. No digo que sean cómplices, pero le abren camino con su escasa energía pensante y su débil estar ahí en primera persona. El victimismo femenino y feminista, que es un fenómeno políticamente molesto y vergonzante para muchas mujeres, esconde, sin embargo, una verdad: el llanto secreto de un estar en el mundo sin la totalidad de sí y de las propias energías.

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6 Independencia simbólica del poder En este texto y en este momento de mi reflexión, mi tesis es que, para quien ama el mundo y, por tanto, la política, y quiere sustraerla y sustraerse de la lógica del poder, sea mujer u hombre, el antídoto radical lo constituye la independencia simbólica del poder. En esta independencia yo veo el agente de disolución del abrazo del poder que asfixia la vida política. La independencia no se reduce a una ajenidad para con el poder y es más que una virtud moral. Sobre la independencia simbólica, no conozco en nuestra tradición nada más radical que el siguiente fragmento de la Epístola a los Romanos de san Pablo, cuya radicalidad es tal que apenas deja reconocer lo que está en cuestión. “No te dejes vencer del mal, antes vence al mal con el bien. Todos han de estar sometidos a las autoridades superiores, sean las que sean pues no hay autoridad sino bajo Dios; y las que hay, por Dios han sido establecidas, de suerte que quien resiste a la autoridad, resiste a la disposición de Dios [...]. Ella es sierva de Dios, vengadora para castigo del que obra mal. Es preciso someterse no solo por temor del castigo, sino por conciencia. Por tanto, pagadles los tributos, que son ministros de Dios ocupados en eso. Pagad a todos los que debáis; a quien tributo, tributo; a quien aduana, aduana, a quien temor, temor; a quien honor, honor. No estéis en deuda con nadie, excepto la deuda del amor, porque quien ama al prójimo ha cumplido la ley.” (Rom. 12, 21-13, 8). No me detengo en las cuestiones filológicas de este famoso párrafo sobre la obediencia a la autoridad constituida, que no llegan a impedir que lo introduzca en el contexto de mi reflexión; me limito a señalar que, en mi cita, el texto paulino está enmarcado por dos frases que requieren su contexto, que tiene por tema el amor a los demás (el ágape). Sigo en esto a Karl Barth en Der Römerbrief. En el fondo, el problema que plantea este fragmento de la Epístola a los Romanos, no es su significado literal, que está claro. El problema es otro, y es que suena, para muchísimos, inaceptable, porque parece negar todo valor al compromiso por cambiar el orden, más a menudo desorden, de este mundo. En consecuencia, en este punto del texto se ha intentado introducir alguna interpretación razonable, con el fin de que esté de acuerdo con nuestra cultura. O de inventar una distancia histórica definitiva. Pero yo digo que no, que no hace falta hacer esfuerzos en ese sentido, que no es necesario y sería trabajo perdido. Conviene dejar las palabras en su significado literal, porque cuanto más grande sea el estupor

que susciten, mejor. Téngase presente, solamente, que el que escribe no es un hombre de orden, al contrario, era uno que estaba desafiando a sabiendas a la cultura dominante, y esas palabras son parte integrante del desafío. A la luz de este contraste entre la invitación a la obediencia y el desafío radical, el texto acaba siendo una criptografía, cuyo significado es, a primera vista, perfectamente oscuro, pero que se vuelve evidente apenas lo captáis. Sustraerse a la economía simbólica del poder: no dejarse obligar, ni dejarse engatusar El significado que yo he intuido es la enseñanza de la independencia simbólica del poder y el sustraerse a su gancho una vez eliminada toda obligación y toda expectativa para con él. El orden de este mundo no se transforma quedándose en él sino revolucionando su economía simbólica, revolución que para Pablo tiene su gozne en el amor (ágape). Para mí, el gozne es que haya en este mundo libertad femenina. Para activar esta economía, es esencial no encadenarse al plano de la fuerza abriendo cuentas de crédito a las autoridades constituidas. También el ponerse en contra es una apertura de crédito que vincula. Por eso, conviene darles a las autoridades constituidas todo lo que reclamen y no creer que el oponerse a ellas producirá algo que no sea la mera repetición del mal que se quiere combatir. No se trata de un truco y de un expediente sino de una verdadera sustracción de sí al poder del poder. Por eso dice Pablo que Dios ha instituido las autoridades de este mundo. Pero no se pierda de vista el principio y el final de este discurso, que se sitúan en otro plano del ser en el que viven ahora los bautizados en Jesucristo, el plano en el que se combate el mal con medios que este radicalmente ignora, el plano del amor que es la única deuda para con los demás. Fuera de la oposición reactiva y de la rebeldía revolucionaria. En su gran comentario a la Epístola a los Romanos, Karl Barth dice sobre este fragmento: los hombres de poder

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que sirven al orden de este mundo, serán sancionados por la rebelión de los pobres y el juicio lo recibirán en el curso de la historia, de la historia misma (¡como ya le ha ocurrido a Bush!); no así los revolucionarios que son los mejores y caen en un error por el que nadie les reprende, porque, si son derrotados, su derrota es la sanción del poder dominante, la más engañosa (pensemos en el juicio hoy corriente sobre el comunismo). Por eso es su error, el de los revolucionarios, lo que hay que enmendar y superar, y es a ellos a quienes habla san Pablo, según Barth. Vale la pena notar, haciendo un inciso, que a ellos les habla, y por la misma razón, también Hannah Arendt con el texto citado al principio, Sobre la violencia.3 En las últimas décadas se ha escrito bastante sobre la doctrina política de Pablo. Yo me pongo entre quienes le atribuyen un pensamiento político, pero en un sentido que subvierte la concepción misma de la política. Más concretamente, para mí su pensamiento culmina con la idea de independencia simbólica del poder. A esta lectura me ha llevado la reflexión sobre la relación entre política y poder en el movimiento de las mujeres y en el pensamiento feminista. Me refiero al feminismo que ha intuido la posibilidad de cambiar las relaciones entre seres humanos encontrándole un sentido libre a la diferencia sexual. Mis compañeras de investigación y yo estamos de acuerdo en figurarnos la situación de extrema cercanía y de mutua exclusión entre el poder y la política, como la situación de quien se encuentra ante un solo tablero en el que se juegan dos juegos distintos (imaginad las damas y el ajedrez), que se juegan en el mismo tablero con la posibilidad de pasar de un juego a otro: de pasar del de movimientos obligatorios (el ajedrez) al de las relaciones (las damas).4 El movimiento feminista: para que lo que hay no acabe en nada, vincular cuerpos y palabras A pesar de la mucha confusión traída por el feminismo de Estado, lanzado todo él a combatir las discriminaciones y a instituir una (en mi opinión, prácticamente imposible y quizá insensata) igualdad entre los sexos, el movimiento feminista ha desvelado que la aversión hacia la política entendida como competición y lucha por el poder, aversión difundida entre las mujeres, no es un rechazo de la política sino, por el contrario, una demanda de política: se pide que no se separe lo que el deseo tiene unido en la experiencia de muchas mujeres: los sentimientos y los razonamientos, el espíritu y la materia, el tiempo de la vida y el del trabajo... Una política en la que lo que se puede obtener sea lo que una mujer siente que es para ella un beneficio verdadero.

En mi búsqueda, desde que me volví feminista, la pregunta de fondo ha sido y sigue siendo esta: qué le sucede al pensamiento cuando el sujeto pensante es una mujer, o sea, cuando ese se da cuenta de que es pensamiento de una pensante, es decir, está asociado con el ser cuerpo. ¿Qué significa para los fines del pensar? ¿Es algo indiferente o tiene repercusiones y, si las tiene, cómo se manifiestan en el orden de lo verdadero/ falso, en el lingüístico-expresivo (por ejemplo, el yo que asume/no asume predicados de género femenino), en el pragmático (o sea, la eficacia simbólica y práctica de las palabras)? ¿Y qué pasa con nuestra irremontable historicidad? Con esta palabra, que no es sinónimo de historicismo ni de relativismo, quiero decir que lo que se nos presenta en nuestra experiencia no es nunca algo completamente idéntico a sí mismo, ni incontrovertible; el pensamiento puro piensa la necesidad y la identidad, pero la experiencia no la experimenta, por lo que el pensamiento está llamado al trabajo de la mediación para que no suceda que lo que hay acabe en nada. Casi diría que esta llamada constituye la esencia misma del pensar y, al mismo tiempo, su parentesco con la política. El frágil medium que salva al mundo de acabar en nada y la política de convertirse en asunto de una peligrosa minoría, es de naturaleza simbólica: son las palabras que circulan con las cosas, son gestos, prácticas, obras de arte. La política, pues, como actividad de naturaleza simbólica en la que lo que nos intercambiamos no son señales, como hace la mafia o como hacen en general los hombres de poder, sino signos. La naturaleza de los signos (estoy citando al inventor de la semiosis, la ciencia de los signos, Peirce) es volver eficaces, esto es, activas, relaciones que, si no, se apagarían. Los seres humanos nacemos y crecemos en la vida de los signos: la lengua que aprendemos en primer lugar, la lengua materna, no separa los cuerpos de las palabras, las palabras de las cosas. Aquí se abre una articulación preciosa para el camino que estoy trazando: en la vida de los signos se puede participar de una manera más consciente y más activa. De esto sabemos demasiado poco. Lo conocemos como el trabajo que hacen los artistas. Otros lo conocen como la vida que llevan los santos. Yo le llamo política porque es la propuesta política que el feminismo ha sacado de la historia de las mujeres. 3 o.c., Sulla violenza, 44 4 Esta figura nace de Il gioco delle dame de María-Milagros Rivera Garretas, introducción a la edición italiana de su Donne in relazione. La rivoluzione del femminismo, Nápoles, Liguori, 2007, 1-7.

Fuente: http://www.bvid.duoda.org:8080/bvid/ text?doc=Duoda%3Atext%3A2012.04.0004

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Michelle, Evelyn y Roxana, novedades y expectativas. Magdalena Valdivieso Ide 1 Este proceso electoral que aún está en desarrollo - el 15 de diciembre vamos a una segunda vuelta, sin muchas sorpresas - trajo novedades y expectativas para quienes militamos en las causas de la igualdad y de la inclusión de género. Tres mujeres candidatas, dos de ellas ya conocidas: la candidata de la Nueva Mayoría Michelle Bachelet y la abanderada de la Alianza Evelyn Matthei, forman parte del elenco estable en los escenarios políticos en Chile, en los últimos 40 años; Roxana Miranda es una insurgente que representa a los sectores excluidos, al 80% de los chilenos y chilenas que tienen salarios inferiores a US$800 al mes y entre ellos, a las mujeres que los constituyen mayoritariamente.

Por sus trayectorias las conoceréis. Michelle Bachelet, con una larga trayectoria en los temas de igualdad de género, nos presenta un programa en el que destaca la propuesta de Nueva Constitución, porque con la actual no hay camino posible para aminorar las brechas de género, ni ninguna otra. Resaltamos sólo tres propuestas que consideramos estratégicas. En educación, programas educativos complementarios para niños y niñas que viven en ruralidad o en zonas de difícil acceso y la atención integral para niños y niñas de comunidades indígenas entre 0 a 4 años. En trabajo, pone acento en la sindicalización y la ratificación del Convenio OIT (189) sobre trabajadores/ as domésticas y salas cunas. Por fin se contempla el sistema universal de cuidado infantil y estimulación temprana para los hijos e hijas de trabajadores y trabajadoras, es decir se incluye a los hombres como padres con derecho al

cuidado de hijas e hijos. Destacamos tres faltas graves en el programa de la Ex Directora de ONU MUJERES: en educación no se reconocen las brechas de género en pruebas SIMCE, PSU, etc. y sus consecuencias; no se aborda el currículo oculto; no hay referencia a incorporación de género en la formación de profesores y profesoras. ¿Para cuándo la educación para la igualdad en Chile?, condición imprescindible para el cambio cultural que la sociedad requiere para ir superando el machismo. En salud, la situación es impresentable: sólo ofrece el programa dental de las sonrisas de las mujeres, nada sobre acceso a anticoncepción, prevención de embarazo e infecciones de transmisión sexual. En cuanto a pobreza, no hay ninguna referencia a la mayor pobreza de las mujeres y de los hogares encabezados por mujeres. Las posiciones de Evelyn Matthei, en lo referente a las demandas históricas de las mujeres, provocan vergüenza ajena. Ella había mostrado como senadora una posición más o menos liberal respecto del aborto terapéutico, presentando incluso un proyecto de ley para su legalización. Sin embargo, esa postura cambió radicalmente a la hora de ser candidata. Declaró: “Es un tema complejo y no voy a avanzar en eso porque la mayoría de mi sector no lo apoya”, es decir, las razones que la llevaron a proponer una medida que atienda la situación de las mujeres que se ven obligadas a abortos clandestinos, con todas sus secuelas dramáticas, desaparecieron frente a la oferta de la candidatura. Ante la violencia de género, que confunde con la violencia intrafamiliar, propone que pueda ser denunciada por familiares, lo cual constituye un avance. Anunció medidas para ga-

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rantizar el pago de la pensión alimenticia y un hospital para las mujeres. Por último que las mujeres, aunque hayan sido dueñas de una vivienda anterior, puedan postular a una casa propia, si se comprueba efectivamente que hubo violencia “intrafamiliar”. Ninguna acción que reconozca que hay desigualdad por razones estrictamente de género y que se requieren medidas urgentes de acción positiva. Roxana Miranda es en sí misma una propuesta para la igualdad de género. En su programa establecía la “eliminación de las penas que son contrarias a la libertad de decisión de las mujeres sobre su cuerpo y sexualidad” y garantizaba la igualdad de derechos para las parejas del mismo sexo. Bachelet y Matthei marcarán un hito en la política latinoamericana al ser las primeras mujeres en disputar entre sí un sillón presidencial. Lo que no significa que la política de género, ni mucho menos, feminista, esté a punto de hacerse con el poder presidencial y empezar a mandar en Chile. Las mujeres seguimos padeciendo discriminación y exclusión política, aunque estemos ahora en primera página y una mujer ocupe desde Marzo próximo la primera magistratura. Representamos más de la mitad de la población del país, 53 % del padrón electoral y 43 % de la fuerza laboral. Sin embargo, en cargos de representación popular sólo tenemos 12,7 % en la Cámara de Diputados y apenas 5 % en el Senado. Esta realidad resulta paradójica- o más bien muestra la persistencia de la cultura patriarcal de la sociedad chilena-si se considera que en la primera vuelta 70 % del electorado votó por una mujer para la presidencia. Que la próxima Presidenta y su gobierno, se comprometan con la igualdad real de género, depende como siempre de la movilización social y política de las mujeres. ¡¡¡En los próximos años habrá que seguir en la calle, chiquillas!!!

1 Articulación feminista por la libertad de decidir. Chile.


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Marcos 5, 21-43: La mujer enferma y la hija de Jairo Eugen Drewermann1 Paralelismo narrativo en oposición Mujer enferma Hija de Jairo Mujer adulta Mujer de 12 años Va de médico en médico No hace nada por su salud Trata de tocar a Jesús ocultamente Jesús toca a la muchacha sin vida Se abre paso entre la muchedumbre Jesús tiene que apartar a los invitados Curación oculta Curación oculta Manifestada públicamente Prohibición de publicar

1.

La mujer enferma

¿Qué enseña la enfermedad del flujo de sangre sobre la vida y la vivencia de la enferma?

E

s posible imaginar el sufrimiento de una mujer judía que padecía de esta enfermedad durante doce años si se lee el texto legislativo de Levítico 15, 19, 2527 sobre el tema. De acuerdo a este texto, debe haber vivido doce años con miedo de tocar y ser tocada. Ella tendría que haber repetido muchas veces la advertencia de alejarse, aún y sobre todo a quienes ella pudo haber querido más, para que éstos no quedaran manchados con su “impureza”. De allí tiene que haberse derivado una gran ambivalencia: por un lado, deseo y fantasía de relacionarse con otros, por otro lado, miedo y prohibición frente a cualquier relación.

1

Traducido, extractado y resumido de Eugen Drewermann, Tiefenpsychologie und Exegese 2, [Psicología Profunda y Exégesis], p. 277-309 (dtv 1993). La revista se responsabiliza de la edición en castellano de este texto.

Una enfermedad tan permanente de flujo de sangre lleva a pensar en el carácter de alguien que siente su ser de mujer y, en particular, su sexualidad como algo sucio, culpable, vergonzoso y dañino. El psicoanálisis constata que esta forma de sentir suele remontarse en la mayoría de los casos a una relación problemática de la niña con su padre, a quien debe haber querido y temido a la vez. Muchas veces se agrega una decepción grave con respecto a la madre, a quien se la recuerda como débil y sumisa. De la enferma del evangelio se dice que había gastado todo su dinero en médicos. La insistencia en visitar médicos que le piden mucho dinero puede interpretarse, por una parte, como una búsqueda incansable de contacto con otras personas. Pero, por otra parte, esta misma búsqueda tiene que haberle provocado sentimientos de culpa. Pagar mucho dinero es no sólo el costo, sino justamente el castigo por esa culpa. En el síntoma del flujo de sangre se expresa simbólicamente la forma como esta mujer entiende la relación y el

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10 amor: dar de sí misma hasta el meollo y substancia de la propia vida, como en un flujo constante, y, al mismo tiempo, pagar con su vida esta forma de relacionarse que se experimenta como culpable. La mujer experimenta su vida como una pérdida y un desgaste incesantes, sin ninguna utilidad para ella misma. En otras palabras, la enfermedad de la mujer muestra simbólicamente la experiencia que ella tiene con los médicos: ella da todo de sí, haciendo que sus interlocutores – los médicos – se hagan cada día más ricos, mientras que ella se queda cada vez más pobre, solitaria y expuesta. (...). Esta tensión se vuelve inaguantable cuando lo que a una persona le falta es justamente el amor, y cuando la miseria no consiste tanto en no recibir amor, sino en no poder recibirlo, aún cuando se le diera, porque hay en el propio ser y en el cuerpo un lugar que es como una herida siempre abierta que no puede cesar de fluir. ¿Qué puede haber pasado por el corazón de esa mujer cuando supo que Jesús venía a su ciudad? Seguro que pudo haber deseado que él viniera a poner su mano en el lugar de su dolor y a curarla con el embrujo de su cercanía. Pudo haber soñado con un roce que tocara su alma a través de su cuerpo, un roce tan tierno que no encontrara en su cuerpo nada impuro. Pudo haberse imaginado el encuentro de un amor lleno de confianza, sin miedos, lleno de ternura, sin violencia, un encuentro capaz de liberar la vida entera de una mujer de su dolor, para abrirla a la felicidad. Pero en el mismo instante tiene que habérsele despertado, aterradora, la antigua vergüenza, el miedo desesperado, la resignación paralizante: ¿cómo podría ser posible que un hombre de Dios pudiera tocar así a una mujer, a una impura como ella...? Y ¡podría haber una contradicción más grande que la existente entre un hombre puro, santo y consagrado a Dios y una mujer que ha sido doblemente excluida del lugar de culto: por su sexo y por una enfermedad de su sexo! (...) Pero, si ella no puede esperar ganar al hombre de Dios para sí y su dolor, a lo mejor podría ella misma ir a tocarlo, como de lejos y muy suavemente, muy en secreto, sin que nadie lo notara y sin molestar a nadie... Transgresión Una y otra vez han aparecido mujeres en la historia de Israel que han transgredido leyes morales y rituales, para seguir el camino de la vida, en momentos en que estaban bajo la presión del dolor y la miseria. (...) Así también ahora esta mujer sin nombre se atreve, por una vez en su vida, a luchar por su pureza y a afirmar su ser

de mujer. Aún cuando ella fuera a “ensuciar” al hombre de Dios, por su ser de mujer, según lo dicen las prescripciones vigentes, con todo quiere creer que su salud y su deseo de pureza son más importantes ante Dios que la observancia de ciertos mandamientos. Así, pues, se resuelve a pasar por encima de toda su vergüenza y recelo. El momento no parece el más propiado para tal audacia. Sin embargo, ella no se deja amedrentar. ¿Cómo va a hacerlo para abrirse paso hasta Jesús entre la multitud? Lo hace. ¿Cómo puede detener y molestar con sus pequeñeces al hombre de Dios que va de camino hacia una curación importante? Pero lo hace. Ahora debe actuar de manera muy distinta de lo que ha hecho siempre, pues de lo contrario nunca va a cambiar nada en su vida donde hay tan poca felicidad. Sin embargo, ella no ha dejado de ser la misma de siempre: tímida, reprimida, llena de escrúpulos y tan miedosa como esperanzada, tan decepcionada como soñadora, frenada al mismo tiempo que llena de añoranzas. Así se ve que esta mujer realiza su acción valiente como si fuera un robo clandestino. Usa el tumulto de la multitud para acercarse a Jesús por detrás, sin que nadie lo note, como por casualidad. Así se arriesga a lo decisivo: tocar el borde de su manto. “Vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto” Mirándolo desde fuera, es un roce como otros cientos que tienen que haberse producido en la apretura de la gente que rodea a Jesús. La mujer cuenta precisamente con eso. Pero no puede hacer como algo banal lo que para ella es tan importante. Sin duda que su manera de tocar es mucho más fina, suave, retenida, respetuosa e infinitamente más amorosa que el tironeo de la multitud. Por ello, no puede dejar de ser descubierta. No se puede determinar desde fuera lo que pasó realmente en ese instante decisivo. De todos modos, sucedió algo maravilloso. (...) Jesús tiene que haber sentido el roce de la mujer con una resonancia tan profunda como la de quien lo producía en su desvalida ternura. (...) Por primera vez retorna hacia la mujer la corriente de entrega que fluye de ella y se convierte en riqueza propia. En ese momento la fuerza del Señor entra totalmente en la fe que mueve su mano y en la confianza con que sus dedos cogen el borde de la vestimenta. Nunca más en su vida volverá a tener el sentimento de impureza, de estar expuesta, de no ser aceptada, de tener que estar siempre haciendo méritos y penitencia, siempre luchando contra su propio sexo. ¿Puede un solo contacto trener un efecto tan grande? Ciertamente. Basta recordar la intensidad con que se sienten gestos como el brillo de los ojos en el encanta-

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miento del amor. A menudo ya en un primer encuentro un solo parpadeo puede convertirse en una respuesta de por vida, y los ojos de una persona pueden ser como un lago, en cuyas olas se refleja el cielo, o como ventanas que se abren a la eternidad. De manera semejante pueden actuar un apretón de manos o una caricia de los dedos, si su ternura es capaz de encender la luz del alma del otro en la belleza de su cuerpo, y si son suficientemente limpios como para devolverle a una persona el sentimiento de su inocencia original. “¿Quién ha tocado mi vestimenta?” No es una expresión de molestia, sino una pregunta de asombro y admiración. Quiere conocer personalmente a quien se le acerca tan ocultamente. Dado que él le ha respondido ya con todo el poder y la fuerza de su persona, la pregunta es una invitación a dejar de lado el secreto y el ocultamiento, para darse a conocer abiertamente con toda confianza. La palabra de Jesús significa (...). “Mira como un derecho tuyo lo que te dicta el corazón, no te prohíbas lo que necesitas para vivir, atrévete a reconocerte por lo que eres ante todo el mundo”. Podemos suponer que esta mujer ha pensado toda su vida que ella era una carga para otras personas. “Temiendo y temblando, le dijo toda la verdad” La mujer se acerca, pues, a Jesús, “con temor y temblor”, porque sabe el milagro que le ha sucedido. Mientras tuviera ese miedo no estaría sana. Por eso Jesús debe exigirle el trago amargo de saberse descubierta a los ojos de todos. Es una escena estremecedora la de la mujer que se arroja a los pies de Jesús pidiéndole perdón por la verdad de lo que ha hecho (Mc 5, 33). Para ella todo está en juego en ese momento: condenación definitiva o salvación definitiva. (...) Pero ella no se había equivocado, ni sobre su añoranza, ni sobre la persona de Jesús. Porque sucede lo inesperado y lo simplemente maravilloso: en vez de rechazar a la mujer, como lo debiera haber hecho de acuerdo con la letra de ley, Jesús la declara salva, y en vez de sentirse “manchado” o “impuro”, la bendice de corazón y se abstiene de las ceremonias de purificación previstas por la ley. Así, pues, no hay que arrepentirse de ser mujer y de querer vivir como tal, y no hay nada reprobable en lo que ha hecho, sino que sus motivos y sus acciones son completamente limpios, (...) de acuerdo a la enseñanza y actitud fundamental de Jesús, según la cual ni la más santa de las leyes puede ser más importante que una persona en apuros.

“Hija, tu fe te ha salvado” (...) La “fe” de la mujer tiene aquí un contenido tan admirable que Jesús lo resalta: (Mc. 5, 34). Es una fe como la que una hija puede tener para con su padre, un sentir que se es acogida con todas sus preguntas y miedos. Si la enfermedad de la mujer podía deberse a los miedos que hubiera experimentado frente a su padre, ahora se abre el círculo vicioso de su enfermedad mediante el amor y la confianza hacia una persona que le hace olvidar el miedo del padre, porque es lo suficientemente “hermano” suyo como para poder comportarse “paternalmente” con ella. Es lo que le significa Jesús cuando la llama “hija”. En ninguna historia de milagros se encuentra uno con Dios de una manera tan pura y verdadera, como cuando una persona se atreve a tomar conciencia de la belleza con la que ha sido dotada y creada desde la eternidad. (...) En el Antiguo Testamento (Lev. 15, 29) estaba prescrito que al octavo día del flujo de sangre se ofrecieran dos palomas como sacrificio de purificación. El milagro de la sanación llevado a cabo por Jesús consiste en que no se siga “mortificando” la paloma del alma, sino se la deje volar en libertad.

2.

La pobre hijita de su padre

Todo esto sucede mientras el papá Jairo no puede más de impaciencia, pues se trata de la vida de su hija que está muriéndose. La curación de la hemorroísa tiene que ver en lo profundo con el destino de una niña de doce años que está muriéndose. (...) La hija de Jairo aparece como la niñez de la hemorroísa, y ésta como la visión de un futuro de muerte, del cual como mujer no hay más que huir. Ambas figuras de mujer están imbricadas recíprocamente. Se puede pensar que la hija de Jairo sufre del tránsito o pasaje de ser niña a llegar a ser mujer. Según la ley rabínica, a los doce años una mujer es núbil o casamentera. Debe pues olvidarsse de la niñez y madurar como adulta. Piénsese en los ritos de iniciación de las culturas primitivas y en el mito de Perséfone – todos ellos hablan de este tránsito como de una muerte y descenso a los infiernos, previos a la nueva vida que se abre. Es la inseguridad y el miedo al futuro que ha pintado Edvard Munch en su cuadro Pubertad con atormentada exactitud. En la resurrección de la hija de Jairo se trata de la redención del miedo por el amor. A esta interpretación se llega cuando se abarca con la mirada el conjunto de los factores que intervienen en el relato. (...)

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12 Hija de su padre Llama la atención que, tratándose de una muchacha de 12 años, es decir, de una mujer adulta según la ley, se sigue hablando de “la hija de Jairo”, como si bastara saber quién era su padre para entender quién era ella misma. No se dice su nombre, como significando que ella no es más que el reflejo del deseo y de las particularidades de su padre, un ser sin voluntad propia y sin un yo que fuera suyo, carente de contornos, la dependencia misma y la falta de autonomía personificadas, con una alta capacidad de adaptación que la lleva a no ser más que “la hija de Jairo”. Permítasenos imaginar la situación social y psicológica de un jefe de sinagoga. Debió ser algo de lo que en nuestra sociedad eran hace algunos años los maestros de escuela o los pastores en un pueblo campesino. Se esperaba que los hijos de estos personajes fueran educados y correctos. Cualquier transgresión de una norma, por insignificante que fuera, hacía exclamar: “¡Una hija de Pastor no hace tal cosa!” La presión social vinculada a un estilo de educación en la obligación y la obediencia hace que tales niños tengan que constituir una excepción frente a todos los demás niños del lugar. (...) Niños así deben aprender muy temprano a identificarse con la idea de honor de su padre, pues cualquier falta en que se les sorprenda recae sobre éste y disminuye su prestigio. Algo así debe haber sido lo que significaba ser “hija de Jairo”. Cuidado paterno puesto en tela de juicio El padre Jairo habla de su hija llamándola su “hijita”, aún cuando se trataba ya de una mujer adulta. Como si ella, como hija tal vez única, concentrara todo su cariño y sus esperanzas. ¿No sería posible ver allí precisamente el germen mortífero de la enfermedad de la hija? A una niña tan sometida a la tutela y cuidado de su padre le debe costar atreverse a dar el paso que la llevara a ser adulta. Toda responsabilidad y cuidado tiene su lado de sombra, y éste es el peligro de no dejar libre a la persona a quien se cuida, sino de cohibirla, sin fomentar sentimientos de valoración y confianza en sí misma, paralizando en lugar de animar la propia independencia y capacidad de decisión. Esto puede llevar a tener casi siempre miedo de equivocarse o, al revés, a un esfuerzo desesperado por hacer todo correctamente. Y la medida de lo correcto o incorrecto, de lo bueno y lo malo, no está en su cabeza ni en su corazón, sino en la autoridad todopoderosa del padre. Un niño educado de esta manera puede no atreverse nunca a abandonar la jaula dorada de la tutela paterna. El padre y toda la familia pueden

haber tenido la mejor intención y haber hecho todo lo mejor posible, sólo que la muchacha no se atreve a vivir. El dominio de la sexualidad debe haber estado especialmente afectado por tales circunstancias. Debe haberle parecido muy difícil cambiar la persona absoluta de su padre, a quien estaba tan unida, por la de cualquier otro hombre. Y también su padre, con la mejor de las intenciones, pudo haber alejado de ella a cualquier pretendiente que no cumpliera con las condiciones impuestas por las convenciones sociales al yerno del jefe de la sinagoga en una sociedad patriarcal. La negra sombra del cuadro de Edvard Munch es la amenaza de un futuro lóbrego. La enfermedad de la hija de Jairo es un síntoma psicosomático. Parece tener una parálisis semejante a la hipnosis que se explica como rechazo lleno de miedo de cualquier toque genital – una especie de reflejo de hacerse el muerto cuando no se puede evitar el peligro, como para evitar cualquier participaciòn responsable en algo que se rechaza e impugna con fuerza. Se puede pensar que el estado agudo de la hija de Jairo es el resultado de luchas interiores contra el propio cuerpo, la suma de una protesta contra la obligación de llegar a ser adulta y de asumir las posibilidades y tareas de una mujer madura, el producto de ocultos deseos de muerte – como una huelga contra cualquier desarrollo corporal o anímico. (...) Quiere hacer todo bien, permanecer con la inocencia del niño, no hacer nada malo o inmoral o que puede molestar a alguien, y para ello, prefiere detener su crecimiento y llamar desesperadamente a la muerte como guía de una vida limpia. La hemorroisa de la anterior narración es como la personificación del futuro de esta muchacha, y la hija de Jairo aparece como la niña que era la hemorroísa antes de que comenzaran sus dolores de mujer. Muerte y vida: “Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro?” Una persona ha muerto. Después de ello no hay nada más. Eso es lo que piensa Jairo. Quien se ha acostumbrado a pensar y sentir así sólo puede hacer vivir a la persona amada manteniéndola bajo la campana de cristal de una perpetua vigilancia y de una responsabilidad total para con ella; debe cuidarla todo el tiempo justamente contra aquella amenaza para la que en último término ya no hay más protección. (...) Para que su hija pueda vivir, hay que sanar primero a Jairo. Se lo debería convencer de dejar vivir a su hija, en vez de reprimir su libre desarrollo con la angustia mortal de su protección; que la responsabilidad que él siente no es más que una quimera egoísta. Sanar a Jairo,

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eso puede hacerlo sólo la palabra de Jesús quien, sin hacer caso de quienes traen la mala noticia, le dice:

la amplitud de la eternidad. “Cree solamente” significa extender el alma hasta el horizonte y confiarse en Dios que es eterno.

“No tengas miedo. Cree solamente” “¿Por qué lloran? La niña no ha muerto. Sólo duerme.” Estas palabras apuntan al meollo de la relación de Jairo con su hija: todo lo que él hace por ella, supuestamente para cuidarla, brota del miedo inconsciente que cruza todas sus buenas intenciones y las convierte en destructivas. “No tengas miedo” significa ahora: “Jairo, no tienes que angustiarte frente a la muerte, como si fueras señor de ella y de la vida. La vida de tu hija no es tu propiedad, sino que va por sus propios caminos. Sería bueno que dejaras por fin de preocuparte de ella”. Y Jesús agrega: “Cree solamente”, porque liberar a su hija no es rechazarla, como si el destino suyo le fuera indiferente, sino sólo reemplazar su asistencia por la confianza en que Dios es quien vela por esa vida adulta. La “hija de Jairo” reposa en las manos de Dios, no en las de su padre, en el momento en que ella muere para él. Y Jairo debe aceptar esta muerte. Sólo cuando aprenda a devolverle a su hija a quien la creó, ésta podrá verdaderamente vivir. Y la confianza vale absolutamente. En pocas partes del Nuevo Testamento se muestra tan claramente como en este lugar que las personas se pueden liberar mutuamente sólo en el espacio de la infinitud y en la confianza en una vida eterna. No es sólo que el amor a otro ser sea el fundamento más profundo de la fe en la resurrección, sino que también al revés: la fe en la resurrección capacita para el amor. El amor se acabaría por miedo y se consumiría a sí mismo en una forma terrible de tutelaje si no hubiera más que esta existencia terrestre, sin

Después de la palabra que da un espacio y un tiempo al dolor, viene la otra y definitiva, gracias a la cual el dolor puede abrirse a la confianza. “La gente se rió de Jesús” El dolor de la gente no tiene límites, porque sólo conocen esta vida terrestre. Pero por eso mismo se defienden con burla de quien habla de vida eterna. Es una risa sin esperanza y sin consuelo – la risa del que huye del dolor en el aturdimiento buscado, la borrachera del espíritu, el olvido de la muerte. Quienes se ríen de él son desesperados. Pero gozan tan cabalmente de su desesperación, que no es posible entablar con ellos ninguna conversación. El milagro de una vida que comienza de nuevo puede suceder sólo en el silencio y el apartamiento. “El los hizo salir a todos”, haciéndose acompañar sólo de tres discípulos y de la madre y el padre de la muchacha – como unificando todas las fuerzas de su alma. La tomó de la mano y le dijo: Talita, cumi: “Muchacha, a ti te digo, levántate.” Al momento, la muchacha, que tenía doce años, se levantó y echó a andar”. Las palabras de Jesús a la niña al tomarla de la mano equivalen a decirle: Atrévete a levantarte, a afirmarte en tus propias piernas y a caminar por el camino que es el tuyo propio. La prohibición de contar lo sucedido a tiene que ver aquí con el fondo mismo de asunto. Nada hay más dañino para la propia autonomía y libertad que la dependencia de lo que la gente diga. Nadie llega a la verdad sobre sí mismo si sigue preguntándole a los demás cómo ven ellos lo que a uno le acontece y cómo ellos piensan que se debe actuar. (...) Se llega a la fe y a la vida sólo mediante otra persona que es capaz de tocarnos con sus manos y sus palabras de tal manera que nos despierten el alma y devuelvan nuestro ser a su pureza originaria. Pero lo que dice la multitud o el consenso de la mayoría es algo completamente distinto. Ellos no son capaces de fundar una vida, sino sólo de ahogarla, y el poder y fuerza de la fe se muestra precisamente en la independencia que da frente al juicio de los demás. El misterio de todos los milagros de Jesús consiste en que el hombre de Nazaret tenía poder para sacar a las personas del envolvimiento del medio social, y devolvérselas a Dios, de tal manera que nadie más que el todopoderoso tuviera poder sobre ellas.

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Ecumenismo y Misión

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“Ando llorando pa´ dentro Aunque me ría pa´ fuera Así yo tengo que vivir, Esperando a que me muera”. (Baguala)

Misión y testimonios de acción en el mundo contemporáneo

Cecilia Castillo N.1

V

engo de un largo y estrecho país, ubicado “al fin del mundo”, según la lectura geográfica tradicional que me enseñaron en la escuela; vengo de la tierra de Gabriela Mistral, de Violeta Parra, de Isabel Allende; vengo de un país de mujeres sindicalistas, feministas, parlamentarias, trabajadoras rurales e indígenas; vengo de la tierra de tantas “Marías de la vida”, que en su lucha diaria crean alternativas de vida y resistencia; vengo de un continente de mujeres sensiblemente empoderadas. Vengo de Latinoamérica y el Caribe: tierras de mestizajes, de pueblos originarios y afro descendientes, que con sus diversos hilos culturales tejen la trama de este continente. América Latina y el Caribe, se debaten permanentemente entre grotescas contradicciones, dándose cita la extrema riqueza económica de algunos pocos y el “vivir al día” de una gran mayoría. Las migraciones y desplazamientos nos muestran el rostro de mujeres que, solas o con sus hijos e hijas, sufren el éxodo de su tierra en búsqueda de otras que les sean más favorables para su sustento diario. La trata y tráfico de niñas y mujeres, realizada por los sistemas esclavistas actuales, vergonzosamente nos muestran que no hay respeto por la vida humana. En nombre del dinero fácil, se venden nuestras voluntades y consciencias. La violencia basada en género contra las mujeres, la violencia doméstica e intrafamiliar, conjuntamente con el 1 Lo que sigue es la presentación de la Pastora Cecilia Castillo en la Plenaria de Misión de la X Asamblea General de CMI realizada en Busan, Corea del Sur (5-11-13)

femicidio, aparecen visiblemente denunciadas ante los tribunales de justicia, pero que para la gran mayoría se han convertido en temas banales que el sensacionalismo de los medios de comunicación social muestra para captar su audiencia. A veces, son temas de oraciones tímidas y descomprometidas desde nuestras iglesias, afirmando que es la voluntad de Dios el soportarlas. De la misma manera, las personas con discapacidad son invisibilizadas dentro de nuestras comunidades de fe. El hambre que continúa asolando al mundo, las guerras realizadas en nombre de la paz, la dimensión “mercado céntrica” de todo en todo, donde el ser humano y el medio ambiente son un pretexto. La tecnología, puesta como bien de consumo y no un bien de servicio. En fin, es un panorama que para quienes estamos presentes en este plenario, nos resulta conocido con algunos bemoles propios. Se habla de postmodernidad en tierras latinoamericanas, y me pregunto ¿será que la modernidad llegó alguna vez a estas tierras? ¿Para quienes, de qué manera y para qué? Todo está más complejo actualmente, pero los problemas básicos, los humanos, los de la gente continúan ahí, con otro ropaje solamente. “Perder tiempo, perder amigas y amigos, perder la voz y la memoria. Ya nos acostumbramos a vivir tantas pérdidas, que ya no podemos hablar de vida. Sobrevivimos.” (Parafraseando el texto de Bíblia e Educação, de la pastora Nancy Cardoso).

Pastoral Popular


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